“Me gusta hacer turrones. Es mi vida”

Doña Magdalena Coronel Carballo es muy conocida en San Cristóbal de Las Casas, pues lleva 40 años haciendo turrones que a diario vende en las calles y con cuyos ingresos ha podido sacar adelante a sus tres hijos.

Cuenta que desde que tenía 15 años de edad los vende por su cuenta, pero desde niña salía a ofrecer los que hacía su madre, María Dolores, que también se dedicaba a la venta de esta golosina tan codiciada en la ciudad coleta.

Dice que los turrones que ella vende están hechos de claras de huevo y azúcar con un toque de canela molida que pone al fuego un breve tiempo; los vende en conos o barquillos -como si fueran helados- que compra o en tortillas de harina que ella misma elabora.

“De 15 años empecé a hacerlos, pero desde niña vendía porque mi mamá María Dolores los hacía. Ella me enseñó. Me perdía en la calle cuando salía a vender porque estaba chiquita”, agrega.

“Sí, vivo de la venta de turrones. No deja mucho, pero siquiera para la comida sale. Con esto he sacado adelante a mis tres hijos. Uno es contador, otro terminó la preparatoria y el más chico, Martín Ernesto, está en tercer grado de secundaria”, comenta.

Sentada en una esquina de la banqueta ubicada en el Colegio Tepeyac, donde casi todos los días poco antes de las 14 horas cuando los alumnos salen de clases vende los turrones, relata que lleva 14 años separada del padre de sus hijos.

“Con los turrones hemos salido adelante”, insiste la mujer que usa una gorra para protegerse del sol. “Vendo de lunes a domingo, de las 10 a las 16 horas”.

Al igual que en el Colegio Tepeyac, situado en el centro de San Cristóbal, desde hace muchos años vende el producto en las afueras del Jardín de Niños Pascacio Gamboa, ubicado en el barrio de La Merced.

“Me gusta mi oficio. Me encanta porque de esto vivo. Cuando hay venta vendo hasta 50 barquillos (a cinco pesos cada uno), aunque a veces sólo 10 o 20 vende. El sábado descanso para lavar ropa y adelantar el trabajo, ya que los domingos acudo al panteón municipal a vender”.

“Los turrones son como una golosina tradicional, pero hay que saberlos hacer. Si está crudo huele a chuquillo. El 6 de agosto cumplí 40 años de venderlos y gracias a Dios tengo clientela”, agrega.

Coronel Carballo recuerda que “desde niña caminó las calles vendiendo turrones. Cuando era niña me perdí dos veces. Pero también recuerdo que seguido encontraba dinero tirado. Una vez en el parque -según que venía el gobernador y estaban haciendo templete- yo venía caminando y me iba encontrando dinero. Mi mamá me había comprado un morralito. Me encontraba pesos tirados y llené la morraleta; cuando llegué a la casa me regañó porque pensaba que lo había robado”.

Añade: “Yo le dije que lo encontré tirado. Me dijo que si estaba echando mentira me iba a pegar. Entonces, vinimos juntas al parque y vio cómo encontraba el dinero; gracias a Dios encontré. Si lo robaste vas a ir a la cárcel y nunca te sacaré. Vas a vender, no a robar, me decía”.

Después de 40 años, conserva el gusto por salir a la calle a vender sus turrones. “Me gustaba salir a vender. Toda la vida he encontrado dinero tirado en la calle. Sólo el primer grado estudié porque mi mamá se quedó sola. Antes rentábamos casa. Rodábamos por todos lados, pero ahora tengo un terreno y una casita que hice con el dinero de este trabajo”.

Además, abunda, “tengo entregas en fiestas infantiles y otros eventos. Sí me gusta hacer turrones. Es mi vida. A mi último hijo, Martín Ernesto, lo traje de 40 días. Luego lo metí a la guardería porque un carro lo iba a pasar a traer porque se me escapó mientras yo vendía en la calle. Cuando no tiene clases viene a ayudarme”.

Antes de despedirse, solicita al reportero: “Si va a publicar la nota póngale que un señor que se llama Max Diestel me quedó a deber 400 pesos que me pidió fiado; le llevaba yo 50 pesos de turrones cada semana, y me decía que luego me iba a pagar, pero cuando llegaba me decía que no tenía dinero. Después me dijo: ¿a qué viene si no le debo nada? Hasta su casa le llevaba los turrones con tal de vender. Me han quedado a deber, pero ese señor no me quiso pagar; ¡así que ya se los regalé!”.