Siniestro pasado: Así viven niños tras afectaciones de Stan

Publicado el domingo 30 de abril de 2006Fredy Martín / CPSon los olvidados de Stan. Son los niños a los que parece que nadie escucha y nadie ve. Algunos se sobresaltan cuando recuerdan la furia de las aguas. Otros ya se acostumbraron a vivir en la zona de peligro, donde parece que se quedarán para siempre.

Rosy es una de las niñas damnificadas del huracán que azotó en octubre. Ella dice que no tiene ánimos de ir a la escuela. “¡Ya no voy!”, dice la niña que cursaba el cuarto año de primaria cuando la crecida del río Huixtla, que desciende de la Sierra Madre para desembocar en el Océano Pacífico, le destruyó su casa.

En donde estuvo su vivienda, solo palos y ramas existen ahora. “Ahí estaba mi casa”, dice con nostalgia la niña de diez años que juega en la orilla de la carretera que enlaza Motozintla con municipios de la Costa.

Desde la ubicación de Rosy se observa la destrucción de la finca Dolores, en poder de bases de apoyo del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. A lo lejos, lo que fue un centro de producción de café orgánico, parece un amasijo de rocas, ladrillos, ropa, madera, láminas, plásticos y arena.

La escuela de Rosy estaba ahí, pero ahora está sepultada entre toneladas de ripio. Nadie está interesado en desenzolvarla, mucho menos el Gobierno del Estado que encabeza Pablo Abner Salazar Mendiguchía.

Dolores es solo un caso en donde los niños parecen estar olvidados del gobierno. Por la Sierra y Costa, miles de niños han llegado con sus padres a ocupar sus antiguas casas, aunque se ubiquen en la zona de riesgo. No hay nadie que les advierta del peligro.

En Chicomuselo, Motozintla, Mazapa de Madero, Siltepec, Bejucal de Ocampo, Amatenango de la Frontera, Huixtla y otros municipios, los damnificados no han tenido otra opción de llegar a ocupar sus derruidas casas.

En el ejido Reforma, en el municipio de Bejucal de Ocampo, Dámaris, de nueve años de edad, hija de Rafael Pérez Morales, juega con tres muñecas Barbie en lo que es un improvisado lavadero. A cinco metros de donde está hay un desfiladero de rocas, pero más allá el agua es de color café.

Las primeras lluvias que han caído en la Sierra mantiene en sobresalto a los adultos, pero los niños parecen no inmutarse. Parecen vivir felices, pero no se les olvida la tragedia.

Eduardo Ananás Robledo tiene apenas cinco años de edad, pero recuerda con nitidez los peores días de Stan, cuando el río Grijalva destruyó 23 casas de este poblado.

A “mi abuelita se le fue su casa. Quedó enterrada. Se fue a vivir a Nueva Victoria”, resume el niño con claridad mientras juega un helicóptero de plástico.

-¿Tienes miedo de vivir aquí?

-No tengo miedo.

Recuerda que los primeros días de octubre vio “a lo lejos” cómo el río se tragaba el pueblo de Reforma. Eduardo y sus padres también huyeron de la comunidad. Pero seis meses después, su jardín de niños sigue destrozado.

El centro educativo está en una laya de arena gris. Solo hay un salón para impartirles clases 40 niños de los tres grados. Los baños no funcionan. No hay agua. No tiene cocina. Todo el material educativo y didáctico, libros, juguetes, muebles… se los llevó la creciente.