Crítica recomienda cinta Baby Driver

Pocas cosas tan emocionantes como presenciar el nacimiento de un clásico del cine, y eso es, sin lugar a dudas, Baby, el aprendiz del crimen. No hay que dejarse engañar por la pésima (como ya es costumbre) adaptación del título, porque aunque en la película sobra el crimen, Baby no tiene nada de aprendiz.

El personaje interpretado por Ansel Elgort (Divergente) será muy joven, pero es un maestro al volante capaz de realizar las más increíbles proezas como el chofer encargado de que los asaltantes tengan éxito en escapar de los sofisticados atracos que Doc (un espectacular Kevin Spacey) planea meticulosamente.

Además de su talento natural como piloto, Baby tiene otra peculiaridad: es un melómano apasionado, propietario de un sinfín de audífonos, lentes obscuros, iPods y grabadoras, quien sincroniza el beat de una canción para cronometrar el ritmo, tanto de cada asalto, como de cada aspecto de su vida.

Y es con esto con lo que Baby, el aprendiz del crimen se separa del típico cine de acción para cocerse aparte. Decir que el soundtrack es espectacular es quedarse corto. En esta cinta, la música es un personaje más, es el narrador perfecto que acompaña, sugiere, dicta nota y marca el tono en cada escena.

A esto se suman personajes perfectamente delineados para el género: los buenos son buenos, y los malos, son malos de a de veras, y las actuaciones de Jamie Foxx, Eiza González y Jon Hamm están para probarlo.

El genio detrás de esta chulada es Edgar Wright, un director inglés poco conocido quien afirma que llevaba varios años cocinando la idea de un filme de persecuciones sintonizadas por la música.