De la crisis de 2008

El 15 de septiembre ya quedó establecida como la fecha memorable de la crisis de 2008 que pudo llevar al mundo a una segunda Gran Depresión, cuando la correduría Lehman Brothers se declaró en quiebra. Hoy el mundo sigue viviendo los efectos de esta crisis. Aunque no hubo una Gran Depresión, sí hubo un largo periodo de muy bajo crecimiento, mal distribuido entre grupos y cuestionado por amplios grupos sociales.

Aunque la crisis estalló en los créditos hipotecarios de los bancos en Estados Unidos y de otros países, su origen fue más que bancario. Surgió después de un largo periodo de desbalances entre ingreso y gasto de sectores de población y entre unos países y otros. Cuando los acreedores ya no siguieron financiando a los deudores, el valor de sus créditos se desplomó, por ser impagables.

El principal remedio aplicado por las autoridades fue con inyecciones de liquidez de los bancos centrales dedicadas a comprar bonos hipotecarios y luego otros créditos, para impedir el colapso de precios de los bonos y del sistema financiero.

Sin embargo, por la excesiva deuda de las familias y los gobiernos, los acreedores insistieron en programas de austeridad antes de renovarles créditos. El consumo, la inversión y el crecimiento se desplomaron. De la “Gran Recesión” de 2008, surgió el desempleo y la pérdida del nivel de vida de millones. El desempleo estadounidense llegó a 10% de la población económicamente activa (hoy en 3.9%).

Como, simultáneamente, la fuerte inyección monetaria por los bancos centrales mantuvo alto e incluso elevó los precios de los bonos y de las acciones, los dueños de esas carteras resultaron fortalecidos. La desigualdad dio origen a la inconformidad de grupos sociales contra la forma del rescate financiero y los líderes políticos que la impulsaron.

La inconformidad se extendió a las relaciones financieras entre países, sobre todo en Europa, en donde los gobiernos rescataron bancos y luego la Comisión Europea coordinó el rescate de gobiernos, pero a condición de austeridad, la cual afectó a la mayoría. De ahí la inconformidad pasó a la migración y luego al comercio internacional.

Cambios electorales importantes surgieron de esta inconformidad, pero no llegan al grado extremo al que llegaron en los 1930s. Una primera lección es que la masiva expansión monetaria por lo menos frenó el peor escenario. El desempleo estadounidense llegó entonces a 25%; ahora sólo a 10%.

Otra lección es que los gobiernos se consideraron impedidos de aumentar más la deuda pública, lo que puso en el asiento del piloto a los banqueros centrales, funcionarios no electos. No es un detalle menor.

Una tercera lección es que las medidas de política monetaria sólo tuvieron efectos lentos: el banco central compraba valores y a través de esto aumentaba el valor de los bonos y las acciones en poder de los tenedores. Este «efecto riqueza» impulsó el consumo y la inversión y eventualmente la confianza, pero sólo después de varios años.

Una cuarta lección es que hoy los bancos centrales no saben cuándo van a poder deshacerse de los valores que compraron durante diez años, para comenzar a normalizar el tamaño de sus balances.

México no tenía crisis hipotecaria ni una burbuja de crédito y, sin embargo, su economía cayó en 2009 5.3%, cuando América Latina cayó 1.8% y Estados Unidos 2.8%. En gran parte, esto fue por nuestra alta exposición a las exportaciones (28% del producto), al desplomarse el comercio mundial, mayor a la exposición de Estados Unidos, de 11%.