De prioridades a prioridades

Julia Carabias, en su reciente discurso en el Senado, narraba cómo las acciones relacionadas con la preservación del medio ambiente y el desarrollo sustentable habían tenido un ímpetu en los años 90 y una desaceleración al cambiar el milenio. Ella señalaba como causa que “otros conflictos globales ganaron la atención, entre ellos, el terrorismo y la violencia”.

Todos sabemos que, en efecto, después del 11 de septiembre del 2001, la agenda de nuestros poderosos vecinos varió y, en nuestro caso, años más tarde los esfuerzos institucionales se orientaron, prioritariamente, hacia temas de seguridad por el combate al narcotráfico.

Basta revisar los presupuestos de egresos de los últimos años para corroborar el aumento del dinero destinado a las Fuerzas Armadas y la disminución en otros rubros como el relativo al medio ambiente.

Para tener una idea precisa, revisamos los presupuestos de egresos de 2013 a la fecha. En ese año se destinaron a la Defensa 60 mil 810 millones frente a 56 mil 471 a Medio Ambiente. En 2014, por única vez, Medio Ambiente tuvo un poco más de recursos: 66 mil 275 millones, frente a 65 mil 236 para la Defensa. En 2015, volvió a estar por arriba Defensa con 71 mil 273 millones, frente a 67 mil 976 para Medio Ambiente. En 2016, la brecha se abrió: 72 mil 250 millones para Defensa, frente a 55mil 770 de Medio Ambiente. En el año que está por finalizar, Medio Ambiente tuvo una drástica caída y se fue casi a la mitad que el presupuesto para Defensa: 69 mil 407 millones, frente a 36 mil 58. Lo presupuestado para 2018 no es nada halagüeño porque el abismo se acentúa: 81 mil 21 millones para la Defensa frente a 37 mil 580 de Medio Ambiente.

Las cifras dicen mucho más que los discursos y eso sin considerar las transferencias adicionales que se dieron durante estos años a la partida de “Gastos de Seguridad Pública y Seguridad Nacional”.

Hasta ahora, no se han medido como daños colaterales todas las acciones que se dejaron de ejecutar en áreas que en otro tiempo se consideraron neurálgicas y que fueron desplazadas por el combate al crimen organizado. Orientar recursos y esfuerzos hacia allá ha retrasado acciones que también son de vida o muerte porque continúa la deforestación; la degradación y erosión de los suelos; la contaminación de los cuerpos de agua; el deficiente manejo de residuos sólidos y peligrosos lo que, finalmente, impacta la salud e incluso la vida de las personas, además del riesgo de la vida de otras especies diferentes a la nuestra. Asimismo, las zonas controladas por el narco también sufren deterioro ambiental por la imposibilidad de llevar a cabo acciones que, sin conflicto, pudieran haber reportado avances.

No estamos ganando la batalla contra el crimen organizado, pero tampoco la de la defensa del medio ambiente porque, como dijo la maestra Carabias, “el deterioro ambiental sigue avanzando más rápido que su freno y reversión”.

En este año electoral veremos qué tan presente estará en las campañas el tema medio ambiental y qué peso específico se le otorgará. Es el momento idóneo para, como lo sugirió la propia Julia, “volver a plantear el fortalecimiento de las instituciones relacionadas con el medio ambiente para atender los retos globales y las necesidades regionales; promover sistemas productivos amigables con el medio ambiente; producción de alimentos sin degradación de los suelos y sin pérdida de la biodiversidad”.

Las consecuencias de no haber atendido bien y a tiempo los temas de medio ambiente ya se resienten y seguirán agravándose. Hoy la apuesta está cifrada en el relevo sexenal. La reciente publicación de la Ley de Seguridad Interior muestra las prioridades actuales. ¿Van a variar en el corto plazo? ¿Qué alternativas se van a plantear en los nuevos programas de gobierno? El asunto es muy serio y el tiempo apremia.