DESCAPADA

La selva tiene un silencio propio, vivo, hecho de trinos y zumbidos, de hojas que temblando se quedan al paso de los monos aulladores. A veces se escucha la obstinación de un pájaro carpintero, su necia melodía en busca de insectos. Ese estrepitoso mutismo es posible disfrutarlo en Calakmul, una ciudad maya escondida entre guayacanes, cedros y árboles de pimienta, donde alguna vez existió el reino Kaan, el de la Cabeza de Serpiente.

Cuesta llegar hasta las ruinas, pues son 60 kilómetros de distancia desde la entrada a la zona arqueológica hasta las edificaciones de piedra que los antiguos dejaron en la actual Reserva de la Biosfera de Calakmul. El camino a través de la espesura está pavimentado, pero eso no impide que pavos ocelados, hocofaisanes y venados cola blanca crucen el asfalto de vez en cuando.

Al subir la construcción más alta, la Estructura II, se descubre que el mundo puede ser distinto: solo cielo y una alfombra verde que nunca termina. El único sonido entonces es el de los latidos. Es posible imaginar la metrópoli de antes, sin abandono. En su época de esplendor (562-695 d. C.), Tikal y Palenque estuvieron bajo su dominio, y su imperio se extendía desde Cobá, en Quintana Roo, a Copán, en Honduras.

Ya no hay reyes, pero sí estelas y ofrendas mortuorias para recordarlos. En una plaza oculta al interior del gran basamento piramidal, se esconde un friso modelado en estuco. De los cinco conjuntos arquitectónicos que los mayas dejaron en Calakmul, solo la Gran Plaza y la Gran Acrópolis están abiertas al público. En el Museo de Naturaleza y Arquitectura de Calakmul, ubicado en el km 20 de la carretera que conduce al sitio arqueológico, se encuentra una copia del friso encubierto bajo la Estructura II.