El hallazgo de un tesoro en la selva de Chiapas

Los que fueron autoridad ejidal en Frontera Echeverría hace años, es decir, los principales de la comunidad, afirman que en 1981 una noticia que no era de índole agraria corrió por toda la población: un residente guatemalteco había hallado un tesoro en El Cayo, río abajo, en el Usumacinta.

Echeverría o Frontera Corozal, poblado creado en los años 70 como asentamiento dirigido y después integrado a la Comunidad Lacandona, en su mayoría choles y tseltales emigrados de municipios norteños de Chiapas, está ubicado a unos metros del caudaloso Usumacinta, límite internacional.

Al Este, cruzando el río, está Bethel, Guatemala al Noroeste, Yaxchilán y gran número de ciudades mayas, ahora en ruinas. Hoy cuenta con una carretera pavimentada, pero en sus inicios no había ni vereda. Se llegaba en avioneta, o abriéndose camino paso a paso por la espesura de la Selva Lacandona.

El inicio

Los primeros habitantes, en dispersos asentamientos, vieron morir a los más pequeños a consecuencia de las duras condiciones de vida, antes de ser reubicados. Corozal hoy cuenta con servicios urbanos, agua y alumbrado. Ahora hay hoteles y varios servicios turísticos como renta de lanchas.

Los señores principales de Corozal hablan perfecto castellano. Narran anécdotas de algunos gobernadores con los que han tenido contacto y de los que obtuvieron apoyo, como don Manuel Velasco Suárez. Tienen un trato amable y brindan limonada fría que sabe mejor en el calor de la Selva.

Cuando ellos llegaron al sitio no sabían que a la riqueza natural de esta tierra se sumaría el circundante escenario lleno de tesoros antiguos, ciudades mayas inexploradas hasta recién dos siglos atrás, cuyos registros sólo eran del conocimiento de conocedores y académicos relacionados con la arqueología.

Ahora sus hoteles y posadas a precios variados y accesibles son parada casi obligada para quienes se dirigen a Yaxchilán. Sus habitaciones en renta han visto pasar lo mismo a estudiosos de la arqueología que a turistas y aventureros que aprecian las bellezas extraordinarias de esta hermosa región.

1981

Los anfitriones continúan su relato. Ninguno de ellos recuerda el nombre ni el oficio de aquel guatemalteco que había tropezado accidentalmente con el ya famoso tesoro del que todo Corozal hablaba. Uno de los interlocutores relata que se formaban grupos de locales para ir a ver ese hallazgo.

–Vinieron aquí, a mi casa, para invitarme, pero yo debía viajar a Tuxtla. Tenía reunión con don Ángel Robles. Era asunto agrario importante. No podía faltar. Por eso no fui entonces.

Eso recuerda don Pedro, de quien se omiten apellidos por así preferirlo él. De haber ido tuviera las fotografías, dice, provocando muda contrariedad en quien lo escucha con atención. La piedra estaba en un antiguo potrero, de cuando estas tierras eran propiedad privada en manos de un ranchero.

Bajo tierra

Después le platicaron a don Pedro detalles de aquella maravillosa pieza de la que se desconocía todo. Se dijo que tenía la figura de un hombre mayor. Era grande y muy pesada. Pero nadie recuerda qué sucedió después con la escultura. Así se pierde en estas tierras todo dato del gran hallazgo.

Es probable que hubiese sido enterrada. No hay información porque en esos años se dio un distanciamiento con los habitantes de la zona de El Cayo. Es interesante la versión del hallazgo en 1981 porque se sabe que el explorador italoalemán Teobert Maler reportó la pieza por primera vez en 1903.

Los reubicados

Frontera Echeverría fue de los primeros grupos que aceptó las condiciones de la Federación, a través de la Secretaría de la Reforma Agraria, para reubicarse, junto con la que ahora se denomina Nueva Palestina. Eran tiempos de incertidumbre para estas poblaciones y así se notaba en esos años.

Las condiciones se plantearon a la dispersa comunidad para que se trasladara al sitio en que actualmente se halla. Por su lado, pobladores de otras zonas, incluso los que terminaron en donde fue hallada la piedra, eludían todo acuerdo con el Gobierno. Sus asesores los distanciaban, y había recelos.

Quiénes son

A esas alturas ya la gente de Corozal evitaba ir a las poblaciones río abajo, más aisladas, como El Desempeño, Nuevo Progreso, entre otras. La tensión se acentuó al grado que algunos líderes de esas comunidades no reconocían ninguna autoridad en los representantes choles de Frontera Echeverría.

A unos se les veía como gobiernistas y a otros como antigobiernistas. Lo anterior lleva a preguntar a los entrevistados sobre quiénes son los que en 1997 secuestraron y golpearon a un grupo de destacados científicos mexicanos que trabajaba con todos los permisos en la zona arqueológica de El Cayo.

Para el desarrollo de su labor esos arqueólogos contaban con el permiso del Gobierno Federal a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). El Gobierno de Chiapas tenía conocimiento. La autoridad de Corozal, máximo representante en la vasta zona, acompañaba a los investigadores.

Habitantes de Frontera Corozal, pero también de El Desempeño y otras comunidades de la región, formaban parte del equipo de trabajo de la expedición. Los codirectores del proyecto arqueológico los habían invitado y estando conscientes del beneficio para la zona, aceptaron colaborar con agrado.

Con esa inquietud, días antes, en Ocosingo, se le había preguntado a un jesuita en esa cabecera, sobre aquellos habitantes, concretamente de los de Nuevo Progreso. “Ni conozco esa comunidad”, respondió en su parroquia un receloso misionero al visitante, quien no obtuvo ni una respuesta efectiva.

A 20 años

¿Quiénes son los que atacaron a los arqueólogos hace 20 años? ¿Acaso se trata de guatemaltecos desvinculados de México, guerrilleros zapatistas, o quiénes son para haber actuado así, de forma tan despiadada?, se les pregunta a los entrevistados, que se miran unos a otros para ceder la palabra.

“Los conocemos. Somos la misma gente. Muchos bajamos a la Selva casi al mismo tiempo. Aquí hemos vivido y hablado, pero se han alejado. Ha habido desencuentros y problemas, y ellos escogieron caminar aparte. Ha venido gente de afuera con la que prefirieron entenderse y trabajar”.

Añaden que en la zona ingresaron organizaciones sociales y campesinas que les han acompañado. Luego vino el zapatismo, y algunos vieron con simpatía ese movimiento, “pero no son zapatistas”, enfatiza uno de los entrevistados. “Son campesinos, como nosotros, pero que se han vuelto muy huraños”.

–¿Son católicos?

–Sí.

–¿Quién les asiste. Quién les proporciona servicios religiosos? Se sabe que hay una ermita en Nuevo Progreso.

–Por aquí pasaba el sacerdote. Ahora que abrieron carretera por Francisco León y Nuevo Jerusalén, pues irán por allí. Ya sólo es una hora a pie. No es como antes: seis o siete horas caminando en la Selva. O por el río.

–¿Sacerdote? ¿De dónde?

–De la Misión de Ocosingo.

Mientras en Ocosingo –Lugar del Señor Negro, en Náhuatl-- ameniza la noche en el centro del poblado un conjunto musical de la Universidad de Ciencias y Artes, y un grupo de soldados a bordo de un Hummer con fusil calibre 7.62 en la torreta vigila el evento, en Corozal se escucha el rumor a la naturaleza.

Además, prosiguen los corozalenses, nosotros somos evangélicos. Muchos de ellos son choles, pero también hay tzeltales. Su temor es porque allí está el mojón de la Comunidad Lacandona, y no aceptaron regularizar su situación agraria. Por eso no quieren a nadie extraño en esas comunidades.

A raíz de la violencia contra los arqueólogos y los de aquí, había órdenes de captura, aseguran. Tienen el pendiente de que sean detenidos. Había delito. Golpearon personas, robaron pertenencias. Saben que hicieron mal las cosas y tarde o temprano pagarán por eso, sentencia uno de ellos.

Epílogo II

Es indudable que estas comunidades que regresaron a la Selva en los años 50 son descendientes de la extraordinaria estirpe maya. Sin embargo, el celo y la violencia perpetrada en 1997 lo que han provocado es obstaculizar la investigación arqueológica de campo que busca rescatar la memoria de estos pueblos.

Segunda entrega