Entorno externo

El año 2018 es prometedor para la economía mundial, incluyendo Japón, que supera un largo período de caída de precios (deflación); la zona euro que se ha levantado de la implosión que sufrió desde 2009; y los países emergentes que son una región de crecimiento continuo (sobre todo China y la India).

Estados Unidos es un caso aparte, porque es la única economía avanzada que ha mantenido crecimiento ininterrumpido desde 2010, contra todo pronóstico, incluso contra el juicio de la agencia calificadora Standard and Poors’ que le redujo el grado de inversión. Esto, cuando sus bonos nunca dejaron de ser los más demandados del mundo en la categoría de activos con menor riesgo.

Y sigue siendo un caso aparte, pues su política fiscal y monetaria ha desafiado todas las ortodoxias y ha seguido una ruta pragmática, como la única ruta posible para superar la gran caída de 2008 y 2009. La política monetaria rompió todo precedente en inyectó recursos artificiales al sistema financiero, comprando valores, para evitar el desplome de los precios de esos mismos valores, manteniendo así el valor de los ahorros globales, evitando otra recesión. Hoy está aplicando una reforma fiscal con reducciones agresivas de tasas de impuestos para las empresas, aunque menos generosas para personas físicas. Las estimaciones del Congreso son que esta reducción de tasas costará 1.5 billones de dólares por diez años para irse acumulando a una deuda pública que ya está en 100% de su PIB.

Aun así, la Casa Blanca y el Congreso siguieron adelante con la reforma fiscal. No es sólo un signo de aventurerismo político, sino un cálculo de riesgos. Por un lado, se arriesga perder recaudación, pero por otro se pone a la economía estadounidense como una economía que, con un gravamen de 21% al ingreso de las empresas, está mucho más atractiva que la mayoría de países avanzados y emergentes, incluyendo México. Y además tiene una tasa aún menor para las utilidades de esas empresas acumuladas en el exterior por 2.6 billones de dólares (2.4 veces el PIB de México) que se repatrien.

Si la administración estadounidense no es ortodoxa con el comercio internacional, pues está frenando “libre comercio”, ofrece a las multinacionales estadounidenses una posible compensación por las tarifas más alta a la importación de acero, aluminio, productos agrícolas, lavadoras y otros productos, en forma de una menor carga fiscal. El resultado de esta mezcla de incentivo fiscal y proteccionismo es difícil de anticipar, pero el hecho comprobado es que el sector manufacturero estadounidense está recuperando empleo desde su nivel más bajo en 2011.

Todo economista serio sabe que la actividad manufacturera es la principal fuente de aumento de la productividad. Por lo tanto, es la principal fuente de aumento de salarios. El salario estadounidense no ha aumentado hasta ahora porque han perdido empleos manufactureros, pero, si los recuperan, otra será la historia. Los salarios tendrán que aumentar, aunque sea gradualmente.

Esto significa que el año 2018 será un año de transición global hacia un clima económico positivo, pero mezclando un clima proteccionista en el ámbito comercial y con un clima liberal en el ámbito fiscal-macroeconómico.

México no está preparado para este cambio, por lo rígido de la ideología económica del gobierno. Por eso tendrá problemas para siquiera entender lo que está en juego en la renegociación del TLCAN. La misma dificultad la tiene para adaptarse a una mezcla comercial proteccionista de la industria doméstica, pero dispuesta a bajar la tasa de impuestos.