Equinoccio, fenómeno que sigue entre la ciencia

Como cada año, la tierra alcanzó el punto clave para dar lugar al día y la noche con el mismo tiempo de duración, fenómeno que conocemos como Equinoccio y que da pauta para la entrada de la primavera en el hemisferio norte y del otoño en el sur.

Dicho fenómeno a lo largo de la historia de la humanidad ha sido factor para definir tanto el paso de las estaciones como las fechas para las cosechas y siembra, así como las actividades de pesca y caza.

Pero también ha sido motivo para la realización de diversas actividades místicas, resultados de lo que en su momento Carl Sagan definiera como “pensamiento mágico” del hombre, con diversas actividades para garantizar cosechas abundantes o inviernos no tan severos.

Lo cierto es que es un fenómeno astronómico que revela la trayectoria del planeta alrededor del sol a lo largo de todo un año y que se repite en dos ocasiones para marcar la llegada de las estaciones primavera y otoño.

De acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), el fenómeno se produjo a las 04:29 horas, tiempo del Centro de México, por lo que a partir de ese momento los días en el hemisferio norte comenzarán a hacerse más largos hasta llegar al solsticio de verano en que se registra el día más largo del año para el hemisferio norte.

Como es sabido, debido a las investigaciones hechas por diversos astrónomos y precisadas por Hiparco de Nicea, entre los años 147 y 127 a.C., este fenómeno se produce por el recorrido del planeta alrededor del sol a lo largo del año.

Durante esa trayectoria el planeta tiene cuatro puntos clave y que son el resultado de que su órbita alrededor del “astro rey” es elíptica, de manera que tiene un punto más cercano y otro más lejano del sol en dos ocasiones a lo largo del año.

Así resulta que el punto medio, y que da como resultado días y noches con el mismo tiempo de duración, es el denominado equinoccio.

Desde luego, este fenómeno afecta de manera diferente al hemisferio norte y al sur, debido a la inclinación de 23 grados que tiene la tierra, lo cual se hace más que evidente en los solsticios, ya que mientras que para el norte puede ser verano, para el sur es invierno.

Así, en la antigüedad el hombre atribuyó a seres divinos el cambio de las estaciones y los fenómenos que le rodeaban, por lo que ante el miedo de que el invierno no fuera a terminar nunca se hacían sacrificios a la tierra y al mar al llegar el otoño, mientras que en primavera se celebraba el regreso de las cosechas y la caza.

Con el paso del tiempo la ciencia y la evolución del pensamiento humano permitió identificar que estos fenómenos eran el resultado de un proceso natural de la danza de los planetas del sistema solar alrededor del sol y en la que la tierra participaba.

Así, tanto en Egipto como en Chichen Itza y en Grecia, y luego con los pensadores del Renacimiento, se identificó que a lo largo del año se repite en dos ocasiones este fenómeno, de manera que por el 21 de marzo es el primero y el 23 de septiembre el segundo.

A pesar del avance de la ciencia y de la difusión del conocimiento, el “pensamiento mágico” del hombre prevalece y la necesidad o el romanticismo de darle una explicación mágica a lo que se sabe que es un fenómeno natural persiste en costumbres y tradiciones o incluso nuevas creencias.

Es por ello que hoy en día al llegar los equinoccios mucha gente acude a los centros ceremoniales prehistóricos como las pirámides prehispánicas, o las ruinas de Stonehenge para “recargar energía”.

Sin embargo, la realidad es que no existe más energía que la que se produce la radiación solar el resto del año, como lo revela la Sociedad Astronómica Urania del estado de Morelos.