Estados Unidos y la pérdida de la decencia

El trato que se da a los indocumentados en Estados Unidos alcanza la condición de crisis humanitaria agravada por la persecución encarnizada de migrantes ilegales y niños inocentes que “infestan” ese país, a decir de su presidente. Con la instrucción de separar a los migrantes de sus hijos menores de edad para recluirlos y distribuir a los niños en campos de concentración, y enviarlos a “hogares sustitutos” las autoridades de Estados Unidos incurren en faltas graves contra la humanidad. La crueldad deliberada como política criminal de Estado y la práctica de violaciones a derechos humanos es un hecho sin precedentes recientes en la política estadounidense y una burla a las convenciones y tratados internacionales que protegen la dignidad humana.

La administración republicana muestra abiertamente al mundo que está dispuesta a desafiar las más elementales nociones de decencia y dignidad que subyacen a la justicia y a la convivencia civilizada entre los seres humanos. Ha rebasado una frontera invisible para situarse en ese lado de la inmoralidad que a falta de término mejor llamamos el mal. Falta poco para que ese gobierno se coloque de lleno en eso que desde tiempos inmemoriales se ha llamado el Mal con mayúscula.

La ultraderecha de Estados Unidos ha derrumbado la imagen de ese país como referente de decencia y defensor de la democracia y los valores humanitarios. Nunca ha sido, es cierto, una nación que rigurosamente se haya apegado a ellos. Los ha violentado cuando sus intereses lo han requerido pero, a la vez, los había promovido dentro y fuera de sus fronteras en la era iniciada con la caída del Muro de Berlín. Lo que está ocurriendo en el frente de la política migratoria, como en otros temas relevantes para la política internacional, es una disrupción deliberada del orden legal e institucional que se construyó después de la Segunda Guerra Mundial y que le dio al mundo herramientas fundamentales para el avance civilizatorio, para la descolonización, para la democracia y para la protección universal de derechos humanos, entre otros. La idea de que los asuntos internacionales deben parlamentarse en arenas y mediante instrumentos propios de la política, entendida como quehacer humano fundamental, fue resultado de aquellos esfuerzos. A pesar de la subsistencia de horrores y graves omisiones, lo cierto es que desde la segunda mitad del siglo XX hubo avances innegables en la instauración de estándares de decencia en las relaciones humanas que no tienen precedente en etapas anteriores.

Más que asuntos aislados y concretos de política pública, lo que está bajo amenaza es la idea misma de que la dignidad debe prevalecer en el centro de la vida dentro y fuera de las naciones. La simpatía del presidente estadounidense por dictadores y personajes sin sombra de credenciales democráticas como Kim Jong Un, Xi Yin Ping, Yaceep Erdogan y Vladimir Putin causa daños irreparables y empodera a los partidarios del totalitarismo.

Las reacciones más recientes para oponerse a las medidas contra los migrantes han conseguido detener temporalmente la intolerancia reunida en el Partido Republicano. Figuras como las de Joe Kennedy III empiezan a sobresalir en reacción a la emergencia que representa esa versión del fascismo que se ha hecho de la presidencia y otras instancias clave del poder en Estados Unidos. Es probable que la administración republicana haya olido un grave riesgo en las próximas elecciones de medio término y es de esperar, si acaso puede quedar algo de esperanza, que la correlación de fuerzas en las cámaras legislativas cambie y que a la postre el presidente no se reelija. Si eso ocurre, esperemos que podamos decir, como lo hizo magistralmente Anah Arendt a propósito de Eichmann, que el mal es, después de todo, banal. Pero nunca debemos olvidar que el nazi-fascismo contribuyó a legitimar otras formas de totalitarismo.