Frente a las urnas y frente al espejo

La realidad, nos enseñan autores como Edgar Morin, es compleja. Esto significa que esa realidad no está compuesta por una, sino por múltiples dimensiones y niveles. Múltiples historias, podríamos decir, que se encuentran entretejidas y coexisten. Los seres humanos tenemos también, cada uno, nuestra propia historia. Somos, dice Morin, seres bio-psico-sociales y, por tanto, nuestra observación de esas variadas dimensiones está sujeta a nuestras muy peculiares circunstancias. Somos producto del país, de la ciudad, del barrio donde nacimos, de la familia que nos engendra, de la comunidad que nos acoge, de la sociedad con la que interactuamos, del lenguaje que aprendemos, de los relatos que escuchamos de maestros, líderes, escritores, poetas, artistas. Asimismo, tenemos nuestras propias formas de leer y reaccionar ante esas narrativas, las abrazamos, las realimentamos, o las confrontamos y buscamos transformarlas, y eso, a su vez, nos va formando. Todo ello sin descontar las emociones e incluso las reacciones biológicas que tenemos ante cada uno de los episodios que conforman nuestra experiencia.

Como resultado, a veces concordamos con otros seres humanos; otras veces diferimos de personas que interpretan esa realidad desde otros lugares. También ocurre que asumimos que nosotros, en lo personal, o que nuestro grupo humano, merece ocupar cierto sitio y espacio para intervenir (o dominar) en esa realidad compleja, lo que nos lleva a competir y a menudo a chocar con otras visiones rivales. Pero el punto central está en que, dado que no vivimos en soledad, necesitamos procesar y dirimir los múltiples conflictos que emergen de esa convivencia.

Para ello, los seres humanos frecuentemente emplean métodos violentos a fin de imponerse. Pero la historia, cargada de sangre, también nos ha enseñado a desarrollar otras formas menos violentas para lograr procesar el conflicto. En eso consiste, en teoría, lo que debiera ser la política, al menos idealmente. El problema es que perdemos de vista nuestro muy humilde lugar en medio de esa realidad multidimensional. Presentamos los problemas con simpleza. Ofrecemos explicaciones reducidas. Caemos en el peligro de contar “una única historia” (Adichie). Por incapacidad o conveniencia, dejamos de lado el hecho de que en esa “verdad” nuestra, hay componentes que no consideramos y que en cada planteamiento rival hay también un poco de verdad. Conversamos sin escuchar y perdemos, con ello, la oportunidad de captar esas otras dimensiones que nuestra corta mirada es incapaz de vislumbrar.

México va a sobrevivir, pero si vamos a avanzar en soluciones de fondo, tenemos mucho que recomponer. Y ese es un trabajo que no empieza allá a lo lejos, al final del espacio, sino ante el espejo. Si la Tierra, como decía Carl Sagan, no es otra cosa que un pálido punto azul en el universo, entonces cada uno de nosotros no es más que un pálido punto café, rosa o amarillo en este planeta. Por supuesto que tenemos metas propias, tenemos capacidad de comunicar, de crear, de amar, pero no tenemos forma de mirar la verdad absoluta desde el humilde sitio que ocupamos. Por consiguiente, como en tiempos de los sismos, necesitamos a nuestros semejantes para podernos dar la mano y formar cadenas de trabajo. Y si somos capaces de asumir la complejidad de nuestras realidades, entonces veremos que necesitamos nutrirnos de esas perspectivas alternativas y opuestas a las nuestras, pues ellas también nos constituyen. Si optamos por evadirlo, nos vamos a seguir hundiendo. El entenderlo, en cambio, tiene todo el potencial de sanarnos.