Tan indestructible como el armamento nuclear al que debe su origen en 1954, Godzilla continúa demostrando que en verdad es el “rey de los monstruos” del cine —para esta bestia que evidencia que el tamaño sí importa, verla en cualquier otra pantallita destruye de inmediato su mayor atributo—, único merecedor de una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y poseedor del Récord Guinness como protagonista de la franquicia de mayor duración.

Si el origen de Godzilla fueron las mutaciones y el entendible temor de japoneses a la radiación y los efectos destructivos de las bombas atómicas, cada mutación de los culpables de la histeria colectiva japonesa y mundial se ha materializado en poderosos enemigos que mantienen vigente al leviatán reptiliano.

¿Quién no querría darle, como en Godzilla contra Mothra un coletazo en el rostro a esa alegoría del capitalismo salvaje y de las malévolas corporaciones que vacían nuestros bolsillos e inundan nuestra vida de productos tan inútiles como tiernos e irresistibles?