It’s a sin

Russell T. Davies comienza con ganas de fiesta. El creador de obras como Years and years y Queer as folk no pierde el tiempo y nos sumerge en una secuencia en la que vemos a diversos jóvenes, homosexuales, haciendo las maletas para llegar a su nueva vida en Londres. Los estudios, el trabajo, la independencia y la juerga los esperan.

La historia se cuenta a través de un grupo de amigos que se mudan a la capital para empezar una nueva vida. Y la elección de los actores protagonistas es, sin duda, uno de los mayores aciertos de la ficción. Olly Alexander, Omari Douglas, Callum Scott Howells, Lydia West y Nathaniel Curtis dan vida al luminoso y comprometido grupo protagonista. Un clan del que es imposible no encariñarse desde el primer minuto y a través del que se exploran los lazos que se crean con esa familia elegida, en esta ocasión más necesaria que la biológica.

Si hay que quedarse con un personaje (casi imposible, te enamoras de todos), hay un nombre que destaca sobre el resto: Colin.

Otra visión del “cáncer gay”

Desde la miniserie Angels in America (Mike Nichols, 2003) a la película Un corazón normal (Ryan Murphy, 2014), ambas disponibles en HBO, sin olvidarnos de Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), la epidemia del VIH ha sido retratada en el mundo audiovisual desde todos sus ángulos.

El activismo político, la lucha por ser escuchados, los dramas en primera persona… It’s a sin aborda la crisis sanitaria en todas sus vertientes, con tanto realismo como crudeza, mezclando la felicidad y la sensación de libertad que se vivió a principios de los 80 con la angustia, la impotencia y la desesperación que provocó el rápido avance del inicialmente mal llamado “cáncer gay”.

Se ve la lucha por ser escuchados, la esperanza, la camaradería y la unidad… Pero también se ve el rechazo familiar, la hipocresía de una sociedad en la que ser homosexual era un castigo, los prejuicios, el negacionismo, el abuso, la rabia, la vergüenza, el orgullo, la homofobia propia y ajena, la incredulidad y la reticencia a aceptar que todo se va a acabar en el mejor momento.

Una vez más, Russell T. Davies da en el clavo con un guión que duele. Duro, directo y demoledor. Cada frase plantea un debate por cómo, quién y en qué momento se dice. No hay nada vacío. Los diálogos son dardos al corazón del espectador pero también a una sociedad que, a pesar del tiempo que ha pasado, continúa sosteniendo un estigma sobre los seropositivos. Aquí no hay buenos ni malos, no hay héroes ni antihéroes, hay personas que amaron, sin más. Y es que, como dijo Larry Kramer: “¿Quién iba a pensar que el sexo podría causar la muerte?”.

Davies muestra las diferentes experiencias con un enorme respeto por cada uno de esos personajes y sus idiosincrasias, sin juzgar, manteniéndose fiel a esos individuos que transitan el miedo y el sufrimiento de acuerdo a su naturaleza. Algunos deciden ocultarse, otros advierten tardíamente lo que les sucede y allí, en el medio de todo, está Jill, la única mujer de grupo (un enorme papel para Lydia West, una actriz que está a la altura del desafío, como ya había demostrado en Years and years), quien acompaña desde la amistad más genuina, desde la compasión, desde la militancia.

Asimismo, la desinformación, las abismales políticas del thatcherismo y la falta de cuidado de los enfermos no son artistas que Davies eluda, están bien a la vista, incluso desde lo más sutil hasta un gag más explícito. En ese aspecto, es Jill el hilo que conecta ese momento con la actualidad, con un pedido de inclusión que las minorías no van a permitir que se silencie.

Los clichés que rodean a la homosexualidad

T. Davies busca destruir con los innumerables clichés en torno a los homosexuales: lascivia, el amaneramiento, etcétera. En cambio, él muestra una imagen muy poliédrica, gracias a la diversidad en cuanto actitudes de sus propios personajes. Todo ello se podría resumir bajo la siguiente oración: cada uno vive su sexualidad como quiere.

A fin de cuentas, esa es otra de las grandes reflexiones de la serie It’s a sin de HBO: por ejemplo, Roscoe (Omari Douglas) se ajusta a esos clichés en torno a los homosexuales; mientras que Colin (Callum Scott Howells) resulta ser una persona mucho más taciturna y comedida en sus gestos y actitudes. Y ¿qué problema hay en que alguien actúe de una u otra manera? Absolutamente ninguno.

La mejor playlist de los 80

Ninguna serie de Davies es continente sin contenido, ni al revés. Toda la carga emocional va acompañada por una acertadísima selección musical con lo mejor de aquella época. Cada capítulo tiene su parte festiva, un espectáculo de luz y color para retratar una de las épocas más duras de una infección que, 30 años después, continúa oscureciendo el mundo.

Es muy difícil llegar al final de una miniserie como It’s a sin (en la que somos testigos de cómo se va apagando la llama de la juventud, y de cómo el bullicio da paso al silencio) porque la palabra “final” también nos habla de pérdidas concretas. Por lo tanto, como no es solemne, como sabe que hay que celebrar la vida ante todo, Davies le regala un brillante monólogo a un personaje, con el que festeja el haber experimentado con intensidad y, sobre todo, sin arrepentimientos, con el título de la serie (y de esa memorable canción de los Pet Shop Boys) como la forma más hermosa e irónica de aludir al aquí y ahora. No es un pecado ser fiel a uno mismo. No es un pecado vivir sin ataduras. La última imagen, de comunión, de diversión, de pureza e inocencia, es el mejor homenaje para quienes vivieron con valentía en medio de la bruma.