En Estados Unidos, las campañas electorales y las de los premios de cine solo tienen un color, el del dinero. El político que más apoyo (dinero) recauda en las semanas previas acaba de favorito en las encuestas; mientras que en el cine, el que más dinero invierte es el que más apoyo acaba recalando. El trabalenguas se resume en que quien mejor campaña hace (esto es, quien más dinero tiene para invertir en publicidad) es el que acaba llegando como favorito al recuento final. En el caso de los Óscar 2019, Netflix está poniendo toda la carne en el asador para que Roma, de Alfonso Cuarón, se convierta en el primer filme producido por una plataforma que gane el Óscar a mejor película.

Netflix habría pagado hasta 20 millones de dólares para la campaña de Roma en los Óscares, la más cara de la década, según medios de EE.UU. Aunque ya nada es como era antes (y bien debería saberlo la plataforma que ha cambiado la forma de consumir cine) y quizá ni el dinero asegura el éxito: no hay una clara candidata para ganar la categoría de mejor película, tras la carrera de premios más extraña que se recuerda.

Por primera vez en la historia, cada uno de los premios que organizan los diferentes sectores de la industria ha ido a parar a una película diferente. El premio del sindicato de productores de Estados Unidos (PGA) ha sido para Green Book; el de los directores (DGA) para Roma; el de los editores (ACE) para Bohemian Rhapsody; el sindicato de Actores (los premios SAG) ha apostado por Black Panther; los guionistas se decantan por ¿Podrás perdonarme? (adaptado) y Eighth Grade (original). Para rematar, la muy americana American Society of Cinematographers (ASC) eligió Cold War, del polaco Pawel Pawlikowski, como la mejor de 2018.