Robot dreams

En Robot dreams, el director de Blancanieves y Torremolinos 73 ha adaptado el cómic de Sara Varon de 2007 para descubrirnos la ternura y la melancolía que acompañan el recuerdo de las amistades perdidas, para señalarnos la importancia de esos amigos que, pase lo que pase, siempre tendrán espacio en nuestros corazones.

Cuenta una sencilla historia a través de las imágenes, aunque no es plenamente muda porque incorpora sonido directo y banda sonora, de la cual es clave la utilización de un par de hits de la discográfica USA más popular. Basada en una novela gráfica (lo que habrá facilitado el trabajo del storyboard, minucioso para lograr que las imágenes, por sí solas, basten para seguir el relato), se ambienta en el Nueva York de los años 80, época algo anterior a cuando allí habitó Berger.

Se nota que la recreación de la ciudad y sus alrededores es fiel y detallista, y de hecho toda la película funciona como si nos fuera narrada por alguien familiarizado con su entorno. Con todo, ahí acaba el afán de verosimilitud pues, por lo demás, estamos ante una historia de ciencia ficción. Sin ir más lejos, todos los habitantes de la ciudad son animales, llamados simplemente según su especie.

El protagonista es un perro (aunque ande sobre dos patas), por consiguiente llamado Dog, que habita un solitario apartamento de la Gran Manzana. Envidia la suerte de sus vecinos u otras personas que llevan una vida en pareja o al menos compartida, por lo que, para hacerse compañía, decide adquirir un robot inteligente y casi autosuficiente. Este pronto pasa a comportarse como sustituto humano (o animal, en este caso), en verdad como un auténtico amigo, hasta que la mala suerte los separa y sobrevienen varias peripecias (algunas oníricas), dejando al espectador en vilo, pendiente de si los dos protagonistas volverán o no a reunirse.

El protagonismo animal, la falta de diálogos y el sentido de humor de toda la cinta, basada en una sucesión de gags (muchos provocarán la carcajada de cualquier espectador, hasta algunos muy breves para más entendidos como el del libro que lee Dog por la noche o el del homenaje a El mago de Oz), apoyan la comparación que hemos hecho con el filme de 2015 de la factoría Aardman. Sin embargo, Robot dreams es más melancólica, menos irreverente. Está claramente destinada a un público infantil, pues cualquier menor de edad la podrá disfrutar sin problema, pero tiene también una dimensión que solo se podrá apreciar por espectadores más adultos. Y es precisamente esa nota de melancolía, que concuerda con la mirada de alguien que evoca una experiencia pasada, la que permite que la emoción tome la delantera.

Estamos ante una comedia mucho más que ante un drama, pero lo que hasta el desenlace parece reducirse a una bonita e imaginaria historia de amistad, que incide en todos sus momentos de diversión y descubrimiento, al final se revela como algo más sentido, y por ende más emotivo. Entretanto, el innegable atractivo de Robot dreams reside en su pureza, en su equilibrio, donde no falta ni sobra ningún aspecto inherente a lo que debe ser una película de animación, a priori para niños como decíamos (sin perjuicio de que esta atribución por defecto del cine de animación se ha superado hace tiempo), de hora y media de duración, como mandan los cánones, y con esa imaginación maravillosa que permite el trazo del dibujo creado, más allá de los referentes de realidad.

¿Cómo no empatizar con sus personajes?

Con el deseo de Dog de escapar de su soledad. El optimismo incurable del robot. La tristeza de ambos al afrontar los baches de su relación. E incluso la impotencia ante ese enemigo imbatible que es la burocracia.

Es una buena muestra de que no es necesario recurrir siempre a la animación 3D, de hecho, le va como anillo al dedo a su estética de tira cómica (no en vano, es una adaptación de tebeo). Especial mención también a la infinidad de easter eggs y pequeñas bromas visuales que hay escondidas en cada uno de sus fotogramas.

Es un broche perfecto para este estupendo relato de hora y media de duración. Robot dreams es la mejor película de animación española del año pasado. Un cuento entrañable para todos los públicos sobre el amor y las relaciones humanas, que es capaz de reconfortarte pero también romperte un poquito el corazón en algunos momentos.