The People vs O. J. Simpson

El 12 de junio de 1994, la policía de Los Ángeles acude a la escena de un doble crimen. En él encuentran brutalmente acuchillados a Nicole Brown y a Ronald Goldman, al tiempo que también se hallan distintas pruebas, especialmente sangre de las víctimas y del presunto asesino del que encontrarán un guante. El crimen y su investigación quizá hubieran pasado desapercibidos de no ser porque Nicole era la ex-esposa de un ídolo del fútbol americano y que éste se convirtió en el principal sospechoso del mismo. Su nombre: Orenthal James Simpson.

La acusación y posterior juicio de O. J. Simpson es el argumento central de la serie creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk que lleva como subtítulo American Crime Story. Y es que en The people vs O. J. Simpson, el seguimiento del juicio en sí mismo es lo de menos; de hecho, ya sabemos desde 1995 que el deportista fue absuelto y el episodio del guante ya forma parte del imaginario colectivo convertido casi en anécdota, tal como nos enseñan algunos episodios de The Simpsons, Saturday Night Live o Dexter.

Una serie magistral

El piloto de la serie, magistralmente dirigido por el propio Murphy nos dará las claves de esta limited serie como se dice ahora: la conversión de una detención y un juicio en un espectáculo mediático nacional e internacional —incluso con repercusiones económicas y de absentismo laboral cifrado en más de 480 millones de dólares el día del veredicto— transmitido en directo por las cadenas televisivas que lo transformaron en el primer reality show de la contemporaneidad.

Los medios de comunicación y la imagen van a ser sistemáticamente reflejados en la serie y van a constituir uno de los motores de la construcción de los personajes: O. J. Simpson el ídolo deportista que goza del favor del público a pesar de su personalidad extremadamente violenta (Cuba Gooding Jr.), el abogado defensor Johnnie Cochran (Courtney B. Vance) que usará las cámaras para lanzar sus mensajes antirraciales como si de un telepredicador se tratara, el defenestrado abogado defensor Robert Shapiro (John Travolta) que se ve destronado mediáticamente y que recurrirá a los más arteros subterfugios con periodistas y editores, o, finalmente, la fiscal Marcia Clark (Sarah Paulson) quien se verá sometida a una cruel persecución por su imagen anticuada y árida contra la que pretenderá luchar al darse cuenta del circo en que se ha convertido el juicio. Un circo mediático al que se unirán exesposas, amantes, amigos, etcétera, en el más puro estilo de los realities a los que nos tienen acostumbrados determinados programas de cadenas públicas y especialmente privadas.

Al aspecto de la incidencia social de los medios de comunicación se unirán dos líneas críticas que aún perduran en la actualidad: la marginación racial y la marginación de la mujer tanto en su aspecto laboral como, y de manera principal, en su consideración como víctima de la violencia de género y del patriarcado. La primera va a mostrar la utilización partidista y partidaria de la segregación racial que tendrá su reflejo en la lucha por la elección del jurado del que se presupone un voto absolutorio de la comunidad negra y uno condenatorio de los blancos así como en las distintas escenas en cada uno de los barrios, residenciales o marginales, de la ciudad que polarizan parcialmente estas dos opciones. El ayudante negro de la fiscal, Christopher Darden (Sterling K. Brown) va a ser el punto de unión de ambos posicionamientos. La segunda línea va a ser, sin duda, más contundente.

Ya desde las primeras escenas la fiscal Marcia Clark va a referirse a la muerte de Nicole como un caso de violencia de género. Una tesis sustentada visualmente por un plano en el que una de las manifestantes ante la casa de O. J. Simpson alza una pancarta en la que leemos que el mayor número de muertes ocurridas en los Estados Unidos tienen como víctimas a las mujeres. Una violencia física a la que acompañará una violencia simbólica encarnada en Marcia: una madre divorciada que deberá compaginar su vida privada con el peso de ser la única mujer en un mundo de hombres (ya sea la oficina del fiscal o en los tribunales) que se burlan de ella por su aspecto, a la que se persigue en los tabloides y a la que se pretenderá apartar a su condición más doméstica.

Si algo debemos destacar de la serie que acaba de finalizar es la meticulosidad de la puesta en escena que combinará el estilo más puramente cinematográfico con el periodístico y su potentísima interpretación.

Elección de los actores

La elección de los actores no puede ser más acertada en una serie que se convierte en un duelo interpretativo escena a escena por una parte, y en la oportunidad de lucimiento individual por otra. Cada uno de los actores tendrá su momento: Cuba Gooding Jr. creará un tremendamente inestable O. J. Simpson que llega a creerse su propio personaje de ídolo intocable; David Schwimmer —el tierno Ross de Friends— encarnará a un vulnerable Robert Kardashian —sin duda más conocidas son sus hijas— que se debatirá entre la verdad y la amistad; el grandioso Travolta se enfrentará a su némesis Courtney Vance, quien construirá el personaje menos empático de la serie y así sucesivamente.

Sobre todos ellos, una inmensa Sarah Paulson, quien en un alarde interpretativo diseñará una Marcia Clark frágil y reivindicativa al mismo tiempo; un alarde que debemos reconocer doblemente porque, al tiempo que se rodaba American Crime Story, estaba encarnando también al gran personaje de American Horror Story Hotel, Hypodermic Sally.

Problemas de la vida

Problemas como el racismo, el machismo o la violencia policial, aderezan el contexto de una trama vertiginosa. Ryan Murphy, productor de esta ficción, vuelve a sacar los temas polémicos como plato principal, incomoda al telespectador y lo enfrenta a sus propios juicios morales. Porque Estados Unidos sigue enfrentándose a esta dura realidad diariamente. Durante diez episodios exploramos estos duros aspectos de la vida cotidiana y seguimos en vilo el transcurso del juicio. No cansa, no resulta pesado, sino que los 40 minutos de duración de cada capítulo parecen un suspiro y nos dejan con ganas de más. Nos unimos a la especulación, nos escandaliza el tratamiento mediático y nos alarman los duelos verbales de los abogados. El juicio del siglo era una disputa en el patio de un recreo.

Perfectamente ambientada en 1995, las caracterizaciones y la ambientación son una gran apuesta de esta miniserie. También busca la crítica al sensacionalismo y cómo este juicio tan polémico se convirtió en un reality show que reunió a millones de personas frente al televisor durante meses, alertándonos de los peligros del juicio paralelo. ¿Acaso una estrella no puede cometer delitos? ¿Puede una estrella saltarse toda la legalidad y ser exculpado?