Había una vez…  la vaquita marina

Año 2025: Había una vez una criatura llamada vaquita marina. Era una de las especies más carismáticas del océano, la más pequeña de los cetáceos, pariente de otros mamíferos marinos como las ballenas, los delfines y las marsopas. Vivió durante millones de años en el rico mar del Alto Golfo de California en México, era única, endémica de este país. Y, ante los ojos del mundo, en 2018 llegó el momento en que, de no hacer algo urgente entre todos para salvarla, se perdería para siempre.

El peligro se advirtió durante décadas. Se sabía que este hermoso y pequeño pez de apenas un metro y medio de largo y menos de 50 kilos se reproducía sólo cada dos años y vivía alrededor de 20. Lo descubrieron en 1958. En 1997 se estimaron 567 individuos; en 2015 ya había menos de 60, y en 2016, sólo 30. A la vaquita le gustaba vivir y reproducirse solamente ahí, un lugar privilegiado del planeta con enorme riqueza en sus aguas. Los pescadores de la zona convivieron durante siglos con la especie. Sin embargo, crecieron las malas prácticas pesqueras y en los últimos cinco años, y a pesar de las prohibiciones y medidas, siempre insuficientes, del gobierno mexicano ante la vigilancia de organizaciones internacionales, resurgió la pesca ilegal de totoaba, otra especie en peligro de extinción y endémica del Alto Golfo (entre Baja California y Sonora), cuyo buche (o vejiga natatoria) alcanza precios superiores a los de la cocaína. Por supuestas propiedades medicinales. De manera que el kilo de buche en México se valúa en 4 mil dólares; una vez que cruza a Estados Unidos, los traficantes pagan hasta 30 mil y en China llega a cotizarse en 100 mil dólares. El problema para la vaquita marina es que las redes que pescan totoaba arrasan con ella también. Bajo la presión del mundo encima, el gobierno mexicano intenta frenar este proceso, pero no llega al fondo del asunto. Porque mientras prohíbe la pesca en áreas cada vez más amplias, por otro lado proporciona subsidios para pangas y motores a los pescadores. Y no hay compensación que le llegue a los ingresos que ofrece el mercado ilícito cuyo destino es un consumidor en Shangai o Hong Kong. 

Febrero de 2018: Para esta historia hay dos finales posibles. Uno se escribe desde la indiferencia y lleva a la extinción de la vaquita marina como algo “inevitable”. Entonces, tendremos que explicarles a los niños del 2025 que nos rendimos ante la presencia cada vez mayor del crimen organizado en áreas naturales protegidas, condenando a otras especies en riesgo que sufren las mismas presiones.

Otro final puede escribirse desde la conciencia y el compromiso. En esta versión, la vaquita marina logra unir a científicos, artistas, escritores, activistas, así como a funcionarios públicos, empresarios, instituciones culturales y museos, que encabezan una procesión en honor de la especie el sábado 17 de febrero de 2018. Junto con cientos de niños, van del Museo Tamayo al de Antropología, donde se devela la escultura Memorial Vaquita, de Patricio Robles Gil. Además, exposiciones, conferencias, instalaciones, performances, debates y talleres para niños convocan al mundo entero para que una historia como la de la vaquita no vuelva a repetirse. 

En este final, que puede comenzar a escribirse el sábado próximo a las 10 de la mañana en Chapultepec, contaríamos con orgullo que se conservó una especie endémica porque la sociedad alzó la voz y, como propusieron expertos del Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza, se transitó hacia un Estado de derecho con un modelo de pesca responsable y una estrategia de desarrollo regional compatible con la conservación en la que participaron, de manera libre e informada, las comunidades involucradas. 

Y al salvarse la vaquita marina también nos salvamos todos nosotros.

¿Qué final elegimos?