Historia de un fracaso: el Che en el Congo
El “Che” Guevara. Cortesía

En 1960, Patrice Lumumba fue designado como primer ministro en elecciones libres del Congo. Pero, al poco tiempo de asumir el gobierno, el país se sumergió en el caos. Los belgas —antiguos colonizadores del territorio no querían perder el control de la riqueza minera. Lumumba, aislado, pide apoyo a los soviéticos. A su fusilamiento asistieron agentes de la CIA y del gobierno belga, según se afirma en la exposición El “Che”, una odisea africana, que se expuso hasta el pasado 21 de enero, misma que detalló los 7 meses que el argentino Ernesto “Che” Guevara pasó en Congo, intentando liderar una nueva revolución.

Es la historia de un fracaso, la que se narra en Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, el libro escrito por el propio Guevara que sirvió como guión de la exposición. Ahí se cuenta que el “Che” no quería terminar su vida como ministro de Industrias. Entonces, hace pública su intención de seguir su vida de guerrillero y llevar la experiencia de Cuba a otras regiones del mundo. Se afeita la barba. Lentes, sombrero, prótesis y un pasaporte falso. Ya era el ícono revolucionario que adornaba las paredes de medio mundo y, sin embargo, partía en mayo del 65 en misión clandestina.

Mientras tanto, la CIA emite un comunicado (legible en la muestra): en donde difunde un rumor de que el “Che” está internado por cáncer de pulmón en un hospital de La Habana. En otro informe, se dice que lo asesinaron en una emboscada durante unas vacaciones cerca de Santiago de Cuba. Dice Vázquez Paravano: “El personaje me quedaba grande para expresarlo con mis palabras. Que se hable, que se cuente, él mismo”.

En todo momento, la muestra apunta al costado íntimo del jefe del batallón. “No es un periodo exitoso como para resaltar; es un capítulo de la vida del “Che” que, sin embargo —dice el curador—, puede ser otro tipo de momento épico, más ligado a una evolución interior, formación, extrañamiento y encuentro con la muerte de su madre”.

Poco tiempo después, embarcado sobre el lago Tanganyka, analizaba el “Che” las razones del fracaso. “No hubo un solo rasgo de grandeza, un gesto de rebeldía, en esta retirada”, decía. Faltaba poco para que se desatara en el Congo uno de los peores genocidios de su historia tras el ascenso al poder de la dictadura de Joseph Mobutu. En su rincón de cierre, la muestra deja entrever que fue el uranio de los subsuelos africanos —real motivo de la codicia belga y estadounidense— el que nutrió las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Habría provenido de una mina al sudeste del Congo. Por eso era indispensable mantener al país en un nivel infantil de desarrollo.

Ese es el tono crispado por el que decidió transitar esta muestra conmovedora que, por estos días, difunde la proeza del “Che” en la Ciudad de México, como signo antitético a la tendencia política neoconservadora que hegemoniza el hoy de las Américas. Se lo explora en su sensibilidad; queda expuesto “a través de su batalla interna —resumen Valentina Siniego y Bana Fernández, en un texto que funciona como epílogo—, su mirar de frente al fracaso y, sin embargo, el triunfo de la congruencia intrínseca que lo define”.