Las infamias de Borrayas

El que acusa está obligado a probar sus dichos. El periodista es un profesional de la información. Hay reglas claras, específicas y universalmente aceptadas para elaborar cada uno de los géneros periodísticos para que sus contenidos estén lo más apegados a la verdad posible. Para que estén lo más apegados a la objetividad posible.

No hay verdades absolutas, tampoco objetividad completa. Sólo hay aproximaciones a cada uno de esos objetivos.

El trabajo de los periodistas es hacer todo lo que esté en sus manos para acercarse lo más posible a esos conceptos y eso ha mantenido vivo al periodismo a lo largo de varios siglos en todos los países del mundo.

Es la única forma que hay hasta hoy para transmitir, con suficiente eficacia, información a la sociedad y que esa información sirva para tomar decisiones a los miembros de esa misma sociedad y también a los integrantes del gobierno.

Viene a cuento esto porque hoy en día cualquiera quiere hacerse pasar por periodista. No puede suceder tal.

Escudados en las casi infinitas libertades de las redes sociales, cualquiera decide tomar una cámara fotográfica o de video, una pluma, una computadora o una libreta y ya se lanza a la aventura de ser periodista. Pero esas personas no tienen ni la menor idea de lo que es hacer periodismo serio, responsable y profesional.

En ese contexto cabe el señor Horacio Culebro Borrayas a quien recuerdo anduvo metido en actividades políticas hace mucho tiempo, supuesto activista social después y hoy aparece hasta como periodista sólo porque incursionó en ese oficio por medio de una radio ilegal, de las llamadas “piratas”, y porque se ha atrevido a publicar en redes sociales textos extensísimos, sin estructura de algún género periodístico y sin pies ni cabeza.

Eso sí, sus textos están llenos de ofensas a terceros, ataques dolosos a la vida privada de las personas y todo tipo de acusaciones sin fundamentos. Todos sus textos rayan siempre en la infamia y la calumnia, en lo antiperiodístico y en lo antiético. Eso no sirve a la sociedad. La daña.

Hace poco lanzó acusaciones temerarias contra varios funcionarios públicos, algunos de ellos de la actual administración estatal, pero no ofreció testimonios válidos que den credibilidad a sus dichos.

Su única prueba ofrecida es que él se entrevistó con un presunto narcotraficante preso en una cárcel de Guatemala antes que fuera extraditado hacia Estados Unidos de Norteamérica donde se encuentra en estos momentos cumpliendo con un proceso judicial.

Esa versión fue desmentida inmediatamente por el abogado del detenido quien dijo que las afirmaciones de Borrayas son “incoherentes” y “difamatorias” debido que a la cárcel donde se encontraba su defendido en Guatemala sólo permitían ingresar a familiares cercanos del detenido.

Si esa información hubiera tenido el suficiente soporte de veracidad periodística, todos los medios impresos serios de circulación nacional y las televisoras de cobertura nacional hubieran dado primeras planas y principales espacios a esa noticia. Y no sólo eso, hubiera seguido la resonancia y la réplica de la noticia muchos días después. Pero no ocurrió así. Ningún medio serio tomó la información.

La única sorprendida, engañada -o sorprendida a valores entendidos- fue Carmen Aristegui quien dio amplio espacio en su medio digital al señor Borrayas.

No está mal denunciar malas actuaciones de los hombres del poder político. Uno de los fines del periodismo es eso, justamente, poner en la palestra los abusos del poder. Pero eso debe hacerse con “los pelos de la burra en la mano”.

Quiero decir con eso que el periodista debe contar con documentos fidedignos que prueben sus dichos, con testimonios verbales de las fuentes informativas calificadas para que puedan darse como válidas, o con fotografías o videos reveladores de los hechos mostrados en un trabajo periodístico.

Si no hay esos testimonios, universalmente aceptados para ejercer el periodismo, las publicaciones terminan siendo simplemente difamatorias y sin credibilidad alguna. Y el que las publica queda simple y sencillamente como un embustero.

Además, hechos registrados en el pasado reciente indican que atrás del señor Borrayas hay una mano que mece la cuna, identificada ya por los enterados de política, pero cuyos datos podrían ser sacados a la luz pública en breve a efecto de que su promotor quede plenamente identificado y desenmascarado ante la opinión pública.

Y todavía más, ¿quién va a dar credibilidad a ese sujeto que ofreció silencio mediático a cambio de una Notaría Pública, un espacio en la Unach, entre otros favores pedidos en el sexenio pasado, a cambio de los cuales él nunca cumplió? Vendía y vende sus escándalos mediáticos. Eso es vox populi. Todo mundo lo sabe. Es público y notorio. Quiere hacer de eso su modus vivendi.

De boca en boca

Transportistas están haciendo lo que quieren en el centro de Tuxtla Gutiérrez. Ellos deciden dónde ubicar una terminal de sus unidades de transporte sin que haya autoridad alguna que se los impida y en agravio de los demás automovilistas que tienen la necesidad de estacionar sus vehículos en los pocos lugares vacíos que hay en esas áreas. Ayer jueves, tres sujetos estaban corriendo a automovilistas de la esquina de la Octava Sur y Tercera Poniente. Argumentaban que esa era una parada oficial de combis de pasaje colectivo hacia San Fernando. De hecho en ese momento había un vehículo sin placas con la leyenda “Manantiales del Sur”. No pudieron exhibir la autorización oficial para instalarse ahí y tampoco hay un disco indicativo de que esa es una parada autorizada por las autoridades. Lo peor es que en varias partes del centro de Tuxtla Gutiérrez hacen lo mismo con una anarquía impresionante. Hacen lo que quieren. No respetan a las autoridades o las autoridades correspondientes actúan en complicidad con ellos.

alexmoguels@hotmail.com