Hallazgo del Caracol: Depósito de ladrillo del Siglo XVI en Chiapa de Corzo

Bajo un cielo altísimo, Fray Tomás Casillas escribió una carta desde Chiapa (de Corzo) fechada el 20 de septiembre de 1545. Tomo la carta y la leo, son 461 años de distancia temporal que me separan, pero el cielo sigue siendo el mismo, altísimo como el miedo del hombre. Ensamblo cabos sueltos, hago anotaciones, tomo medidas y algunos sorbos de café mezclados con el humo del tabaco en el momento preciso de una devoción.

Cómo hemos olvidado de ver a lo alto, de contemplar el cielo con esa fascinación que nos otorga una figura Siria. De súbito algo se rompe en el horizonte, es una parvada de loros que confirman la existencia del trópico.

La carta del Vicario Fray Tomás Casillas fue dirigida al Bachiller Juan de Perera, en contestación de una misiva que la antecede con fecha del 11 de septiembre de 1545, la epístola en cuestión denuncia el suministro de alimentos para los dominicos residentes en Chiapa, procedimiento común del Encomendero de Chiapa, aunque no lo nombra, se refiere a Baltasar Guerra.

Esta correspondencia establece la existencia de un depósito de agua para el abastecimiento de una molienda de azúcar “[…] tales vasallos que despues que su señor [Baltasar Guerra] hizo un gran cubo de ladrillos en que encierra toda el agua que es menester para moler un ingenio de azúcar […]” Supongo que el “cubo de ladrillo” es El Caracol, puesto que es un estanque que está a lo alto de un cerro, y es el único vestigio colonial con esas características en la zona, de manera que esta edificación aún está presente en ruinas y se sitúa al noreste de la ciudad de Chiapa Corzo, a escasos 2 kilómetros, y su ubicación en el GPS (Global Positioning System / Sistema de Posicionamiento Global) es: 16°41’ Norte y 93° Oeste.

El Caracol está en el predio El Recreo “la dueña se llama María de Jesús Hernández a quien se lo heredó el hermano de mi papá, mi tío Juan Hernández, quien compró el terreno a Juana Corzo hace 20 ó 22 años como en 1985”, comenta Mario Hernández (Entrevista: 2 de abril 2007).

Esta ruina de la época colonial es conocida referencialmente por la comunidad de Chiapa, por todas las leyendas que provienen de ella, pero pocos la conocen físicamente. Su acceso es difícil, está ubicada en la cima de un cerro, al margen del arroyo Nandalumí.

De manera que es vasto el repertorio de leyendas existentes que emanan de él, la de mayor divulgación es en relación con María de Ángulo: “Lo que contaba mi bisabuela que ésta, porque ésta es una ruina, y dicen que de acá salía la María de Angulo por eso nosotros acá lo conocemos como el Caracol, su ruina de la María de Angulo, porque yo recuerdo que era lo que nos platicaba mi bisabuela y mi abuelita también, vive todavía la mamá de mi mamá, tiene como 100 años y está bien lúcida, por algo que quisieran saber pueden irla a ver.”

El nombre del Caracol, proviene del acabado en ladrillo que tenía originalmente en la superficie, desafortunadamente fue destruido recientemente: “Don Tiburcio Hernández tiró parte del Caracol, lo que era la entrada principal, la forma del caracolito pues, son gradas, empezó con las gradas hasta llegar al centro, eso lo tiró hace como 8 ó 9 años pensando que iba encontrar dinero, esa fue su tirada, porque no le corresponde la ruina de acá, pero este señor se puso de que le correspondía y metió gente y lo derrumbó, pero se topó de que no hay espacio hacia los lados. Pensó, como le vuelvo a repetir, que iba a encontrar dinero pero de vicio, nada más lo que hizo él fue destruir lo que era el dibujo de estas ruinas.”

El documento que tiene como encabezado “Al muy magnífico señor el bachiller Juan de Perera, canónigo de la santa iglesia de Ciudad Real, etcétera.”, fue tomado del libro Historia general de las Indias Occidentales y particular de la gobernación de Chiapa y Guatemala de Antonio de Remesal y se reproduce respetando la ortografía original.

La edición en cuestión cuenta con un excelente estudio preliminar efectuado por Carmelo Sáenz de Santa María, éste da cuenta mínima de la biografía de Antonio de Remesal, de manera que sintetizando diría que inicia sus estudios en Salamanca, interesándose por las lenguas clásicas y en 1593 ingresa en la Orden de los Dominicos. Acompañó a Alonso de Galdo cuando éste fue nombrado obispo de Comayagua, llegando a la diócesis en 1613. Remesal quedó en el convento dominico de Santiago de los Caballeros de Guatemala donde desempeñó el cargo de confesor del gobernador provincial. Durante esta estancia consideró interesante escribir en un estilo agradable y sencillo la “Historia General”. En su obra dirige diversos ataques a los conquistadores de la zona, siguiendo las tesis de Fray Bartolomé de las Casas. La brillante carrera de Remesal se verá torpedeada por su enemistad con el deán (Cabeza del cabildo de una catedral, inferior en jerarquía al prelado u obispo) de la catedral guatemalteca.

Ahora, con respecto a la obra de Remesal, ésta ha sido puesta en juicio en más de una ocasión por historiadores, entre los autores que han cuestionado el trabajo están: Beatriz Suñe Blanco (Primary documents and historical chronicles: the effects of circumstances on the versions of events, España, 2003), Jan De Vos (Los enredos de Remesal: ensayos sobre la conquista de Chiapas, México, 1992), Carmelo Sáenz de Santa María (1964), Andrés Saint-Lu (1962) y Marcel Bataillon (1952). De manera que Jan De Vos, después de efectuar el análisis correspondiente, sugiere que la obra de Remesal sea abordada con mucha precaución “No conviene confiar ciegamente en un autor que es capaz de cometer más de treinta errores en menos de veinte páginas. Más aún: si Remesal es tan poco coherente cuando narra la conquista de Chiapas, bien puede estar equivocado cuando escribe sobre otros temas” (Jan De Vos:1992), en una obra posterior agrega: “Confieso que fui muy severo con el fraile dominico [Antonio de Remesal] que sufrió la cárcel en Guatemala por haber osado escribir algunas verdades sobre los poderosos de su tiempo.” (Jan De Vos:2004)

Importante es que el documento que presento no tiene la intervención de Remesal, puesto que es una carta. Pero no queda exenta de cuestionamiento tanto de su origen como de la interpretación (relación) que le denoto.

De manera que me preocupa el grado de objetividad y credibilidad de la documentación secundaria en función de las circunstancias que rodearon al cronista, separado por años o siglos de los acontecimientos que narra. No se trata de descubrir hoy día la verdad (una verdad que no existe en la historia, ya sea entendida como acción colectiva o como elaboración humana), sino de asegurar el máximo grado de objetividad posible en los hechos y los datos que conocemos a través de testimonios del pasado. Desde el relativismo cultural propio de la antropología, es responsabilidad del investigador conocer y comparar los distintos puntos de vista de los actores así como sus circunstancias particulares según se desprende todo ello de los testimonios que han llegado hasta nosotros. Por supuesto que en la documentación primaria hay también contradicciones, exageraciones y mentiras, pero estos vicios de la información contemporánea, si así queremos calificarlos, son útiles y de interés en sí mismos porque fueron parte de las relaciones sociales y respondían a intereses y valores de los protagonistas y testigos

Con los antecedentes anteriores, queda advertido de los peligros y fallos de un tipo de testimonio que está sujeto a condicionantes y limitaciones tales como la naturaleza de las fuentes y la intención básica que movió al autor a elaborar su crónica. Al mismo tiempo, es justo subrayar la importancia y absoluta necesidad de conocer el contexto general en que se produjeron los hechos. Sólo en tal contexto se hacen comprensibles las actitudes y las conductas de unos y otros, y sobre esta base estaremos en mejores condiciones para acercarnos a la verdad de cada una de las partes cuando se trata de conflictos de intereses.

Es preciso resaltar una gran virtud de las crónicas no contemporáneas a los hechos narrados. Sus autores recogen y transcriben para nosotros documentos originales que en muchos casos se perdieron posteriormente y no conoceríamos hoy sin esa labor recopiladora. Fray Antonio de Remesal es un buen ejemplo de esta clase de servicio a la moderna investigación. A él le debemos muchos datos etnográficos, descripciones de ambientes naturales y humanos que no aparecen en la fría redacción de muchos documentos de archivo que fueron eminentemente burocráticos.