Los pasos de Laco Zepeda (Los pasos del viajero 1)

Eraclio Zepeda Ramos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1937–Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 17 de septiembre de 2015), en el fragmento del libro “Los pasos de Laco -entrevista a Eraclio Zepeda-“ (Juan Pablos Editores y Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas 2013), nos narra de forma amena las peripecias que vivió en diversos lugares y momentos:

“Yo estudiaba la secundaria en el ICACH y mis papás vivían en Tapachula. Por el exceso de consentimiento con que me trataban mi abuela Lolita y mi tía Juana María Zepeda, la Chata, mi papá creyó conveniente que me fuera a estudiar a México. Él había estado buscando algunas escuelas pero yo me adelanté y le dije:

—Yo sé a cuál quiero ir. A la universidad militar.

A mi papá, que había sido militar como mi abuelo, le pareció muy bien. Ingresé a la Universidad Militar Latinoamericana, que para mí fue fundamental. Así como el maestro Manuel de Jesús Martínez me educó en la primaria, en esta universidad encontré profesores espléndidos, republicanos españoles, mexicanos, entre ellos un zapoteca, el maestro Gabriel López Chiñas, un gran escritor tanto en su lengua zapoteca como en español. Tuve maestros matemáticos espléndidos que me hicieron amar y admirar esa ciencia. Y allí encontré compañeros que han sido mis amigos toda la vida, por ejemplo, Rodrigo Moya, gran fotógrafo, explorador submarino, reportero de guerrillas en todo Centro y Sudamérica, y escritor, premio nacional de cuento del INBA. Él, tres años mayor que yo, era mi cabo, me tomó bajo su protección. Yo tenía trece años y para un niño que entra a esa edad a una escuela militar no es cosa fácil. Los de nuevo ingreso éramos llamados potros y a los potros les hacen la vida difícil; Rodrigo me ayudaba y me ahorraba las peores pruebas.

Allí encontré amigos con los que he mantenido amistad fraternal y literaria, Jaime Shelley, Jaime Labastida, Nils Castro, ensayista y sociólogo. Y en este ambiente, que cualquiera pensaría inhóspito, fundé un círculo de estudios marxistas, clandestino por supuesto. Éramos cadetes y estudiábamos materialismo histórico y materialismo dialéctico.

Ese interés me nació porque los sábados y domingos los pasaba en casa de una tía. Mi tía Luz alquilaba cuartos a estudiantes y uno de ellos era un venezolano miembro del Partido Comunista. Fue el primero que me habló del materialismo histórico y dialéctico y me deslumbró porque era una explicación de lo que estaba viendo y me ayudaba a entender el mundo. Gracias a Carlos Márquez —le decíamos Carlos Marx— fue que fundé este primer círculo de estudios marxistas en la escuela militar. Los principios ahí aprendidos me han acompañado en los pasos de mi vida y en los de compañeros con quienes formé el círculo. Nils Castro, por ejemplo, estuvo conmigo en Cuba, fuimos profesores universitarios en la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba y expusimos las primeras conferencias sobre materialismo histórico y materialismo dialéctico. A Nils lo sigo frecuentando así como a mis otros dos compañeros, los poetas Jaime Labastida y Jaime Shelley, quienes han sido mis hermanos toda la vida y con quienes comparto esa formación inicial; los dos excelentes poetas. Y Rodrigo Moya, mi cabo protector, ha tenido esa misma formación que lo ha orientado en los reportajes magistrales sobre las guerrillas, contra la violencia de las dictaduras y en su obra fotográfica. Es autor de una serie de fotografías notables del Che Guevara y la de García Márquez con el ojo morado tras el golpe que le propinó Vargas Llosa.

Cuando terminé el bachillerato en la universidad militar, a los dieciséis años, ingresé a la UNAM a estudiar Ingeniería porque me interesaban las Matemáticas; cursé dos años en esa facultad. Era buen estudiante, fui alumno de Heberto Castillo, pero en realidad mi interés por las Matemáticas era de carácter abstracto; me atraía la parte poética de éstas, pero su aplicación a la Mecánica, a la Topografía, no. Dejé de estudiar Ingeniería, me fui a San Cristóbal y luego a Xalapa, a la Universidad Veracruzana a estudiar Antropología Social, becado a raíz de mi primer premio literario, en un concurso nacional de cuento, un solo cuento; después ahí publiqué mi primer libro, Benzulul, que escribí a los veinte años de edad. Apareció cuando tenía veintidós.

En esos días —estoy hablando del año 1959— habían sucedido hechos notables en América Latina. Con excepción de México, nuestro continente era un triste conjunto de dictaduras militares; era la larga noche de América Latina. De pronto sucedió que en Cuba, donde había un dictador llamado Fulgencio Batista, surgió un grupo de muchachos que se atrevieron a luchar en contra del dictador y de su amo, el imperio norteamericano. Lo curioso es que con estos jóvenes teníamos una relación indirecta. Nuestro maestro de francés en la Universidad Militar Latinoamericana, un republicano español, el coronel Alberto Bayo, entrenaba militarmente a Fidel Castro por el rumbo de Amecameca, cerca de Chalco. Una mañana apareció la gran noticia en los periódicos: ‘Comunista español —el coronel Bayo— entrenaba a los revolucionarios cubanos’. ¡Un escandalazo! Y el coronel Bayo desapareció.

Tuvimos de inmediato una gran simpatía por aquellos jóvenes que habían desembarcado en Cuba para emprender la lucha armada contra la dictadura. Además de que eran nuestros contemporáneos, estábamos acostumbrados a que los hechos importantes los realizaban personas mayores, y de pronto los muchachos se ponían en primera fila. Yo nací en el año 37, Fidel Castro en el año 27, es diez años mayor que yo. Raúl es cinco años mayor que yo y muchos de los otros muchachos eran de mi edad. Nils Castro y yo mandamos una carta a un contacto cubano declarando que deseábamos pelear en Cuba. Nos respondieron agradeciendo el gesto, pero señalaban que no era necesario, tenían el apoyo del pueblo cubano y contaban con miles de combatientes.

El primero de enero de 1959 nos invitaron a conocer los triunfos sociales y políticos de la revolución. Fuimos a Cuba Jaime Labastida, Jaime Shelley, Nils Castro y muchos otros como Roberto Bravo Garzón, quien después fue rector de la Universidad Veracruzana, y el futuro gran historiador Enrique Florescano. En La Habana encontramos al coronel Bayo que ya era general, era el único con ese grado en Cuba, porque el grado máximo en esos momentos era el de comandante, como Fidel, Raúl y el Che. Comandante es el equivalente a nuestro grado de mayor, con una estrella. Después, con la organización militar soviética hubo generales y coroneles cubanos, pero en esa época el único era el antiguo coronel Bayo. Lo saludamos, nos dio mucha alegría verlo. En aquella visita vimos algo de lo que estaban haciendo aquellos en su construcción de un mundo nuevo. Para un joven no hay experiencia mayor que vivir una revolución, en la que es posible hacerlo todo de nuevo; por ejemplo, enseñar a leer a todo un pueblo en un año. Los encargados de alfabetizar eran los muchachos de secundaria y primaria; eso fue maravilloso.

Nos tocó ver las primeras nacionalizaciones de compañías estadounidenses que proclamaron Fidel y el Che en el estadio de béisbol. Ese día Fidel perdió la voz por la emoción y el Che lo sustituyó mientras le volvió. Era impresionante escuchar cuando Fidel o el Che decían: ‘¡Cuban Telephone Company!’. Y la gente coreaba: ‘¡Se llamaba!’. Ese día acabó el poderío estadounidense en Cuba, el mes de julio de 1960.”