Cuando en un país las clases medias y trabajadoras salen a la calle a protestar un impuesto a la gasolina, cuando posteriormente el impuesto es revertido, y cuando a pesar de ello esos manifestantes siguen protestando durante semanas, no deberíamos ya sorprendernos. ¿Hay tal vez algunas conexiones entre esas manifestaciones y los populismos y los nacionalismos que estamos viendo emerger en distintas partes del globo? En estos momentos vale la pena mirar el mapa completo.

La protesta en Francia inicia por un impuesto „verde“ a las gasolinas, pensado para contribuir al combate al calentamiento global, pero que para las clases trabajadoras no es sino un golpe más contra su apretada economía. Para ellos, Macron, es el „presidente de los ricos“, un mandatario distante, más preocupado por problemas del mundo que de Francia. Fenómenos sociales como esos tienden a repetirse cada vez en más países, y se manifiestan a veces en la calle, pero otras veces mediante el respaldo a liderazgos populistas. Podemos ver tres vertientes globales:

Primero, la vertiente económica. Conforme la crisis del 2008 fue golpeando el bienestar de las clases medias en países como España, Italia o Grecia, el sentimiento anti-europeísta fue aumentando. Pero hay que ir más allá. Desde la desocupación juvenil en el mundo árabe hasta el desencanto de los trabajadores en estados como Ohio o Michigan, seguimos en una crisis honda en el sistema capitalista global. Un sistema que ha sido incapaz de incluir a determinados sectores golpeados por la segmentación transnacional de los procesos productivos o afectados por los avances tecnológicos que reducen la necesidad de mano de obra.

Segundo, la vertiente del miedo y la seguridad. No es casual que, ante el aumento del terrorismo entre 2013 y 2016, de acuerdo con encuestas, entre votantes republicanos en EU, o votantes de derecha en Europa, había un número mucho más amplio de gente ansiosa por la posibilidad de ataques terroristas que entre otros electores. Pero esto, nuevamente, es más hondo. Uno de los motores del aumento del terrorismo es la inestabilidad en sitios como Siria, Irak o Afganistán. Esos tres países son los primeros expulsores de refugiados en los últimos años. Si miramos hacia América Latina, la violencia y el miedo también permean nuestras sociedades, y no debido únicamente a causas locales. Así que, sumando piezas, otra parte del fenómeno, se relaciona con el ascenso del sentimiento de fragilidad de las fronteras y/o de la seguridad individual o familiar, y con discursos de mensajes sencillos, que proponen respuestas atractivas.

Tercero, la vertiente política: el desprestigio, la falta de credibilidad en las clases políticas tradicionales en diversos países, ya sea por la percepción de que son corruptas, o ineficaces. Hoy, solo se necesita convencer al electorado de que se es un candidato externo al sistema para generar bonos de credibilidad, los cuales, combinados con propuestas de transparencia, eficacia económica, social y/o de seguridad, tienen alto potencial de éxito.

Así que, más que mirar con desdén a las poblaciones que han optado por opciones alternativas, a veces extremas, tanto de derecha como de izquierda, vale la pena intentar reflexionar más acerca de la frustración social, el miedo, la desconfianza, acerca de la incapacidad de nuestros sistemas políticos y económicos para ofrecer respuestas ante ciudadanos, como los manifestantes en Francia, que hoy se sienten vulnerables y abandonados. Y quizás desde la humildad, tratar de pensar en soluciones más integrales y profundas.

Internacionalista.