Ciencias, Artes y Reflexión Política

Cuando era pobre y muy feliz en París

Una encuesta reciente cuestionó: ¿Cuáles son las personas más felices en el mundo? El recuento fue perturbador: “Aquellas que tenían menos cosas”. No es que sea negativo tener posesiones, sino que mientras menos cosas que nos aten y se tengan, hay más margen de libertad y tiempo para lo que realmente satisface emocionalmente.

En la cultura de barrio en provincias mexicanas, curiosamente, la clase con menos poder adquisitivo es la que más se divierte y tiene capacidad de improvisar un acontecimiento feliz. Si la casa es reducida, no tienen empacho en cerrar la calle, sin ningún permiso más que el de vivir. La cultura comunitaria es participativa, por lo que rápidamente aparecen las comadres que cocinan exquisito, los que decoran con papel de colores, quienes llevan bebidas y sacan las sillas, los que tocan y cantan. Todos los que viven cerca están invitados.

A veces, quienes menos tienen cosas materiales que reclaman atención y tiempo, compensan esa “carencia” con espacios de calidad emocional para su gente cercana, juegan más con sus hijos, celebran a los amigos y dedican más tiempo a fortalecer sus relaciones.

En cambio, muchos acaparadores que acumulan cosas, llevan vidas infelices, generan cortisol, la hormona del estrés y enfermedades degenerativas por las presiones materiales. Poseer conlleva amenazas, contrataciones externas, cuidados especiales costosos, difíciles de controlar, por lo que frecuentemente se escucha de suicidios inexplicables de acaudalados, magnates o enfermedades raras y traiciones familiares que valoran más las posesiones que a la gente.

Esta reflexión surge a partir de recuerdos de otros tiempos, a veces de formación profesional o estudiantil en que sentíamos que éramos muy felices y no teníamos nada.

¿Los tiempos más felices son cuando teníamos menos cosas o nada?

Hemingway afirmaba, refiriéndose a su primera etapa en Paris: “Cuando era muy pobre y muy feliz” “Era frágil como una brizna de hierba viendo pasar la vida”.

Estar en Paris de paso, nos da oportunidad vivencial de recrear la vida cotidiana con el espíritu de otro siglo, pero en tiempo actual. Ello se logra caminando, observar por ejemplo el espectáculo de Campos Elíseos iluminados, los Jardines de Luxemburgo, el Rio Sena.

A esas alturas hay que detenerse al margen y sentarse en una banca a reflexionar que el crítico y musicólogo mexicano José Antonio Alcaraz, que llevaba la sección de Música en el Semanario Proceso y el proyecto editorial, pidió que sus cenizas reposaran en el Rio Sena de Paris.

Es imprescindible visitar el espacio de mausoleo, donde reposan Voltaire, Rousseau, Víctor Hugo, Marie Curie, Alejandro Dumas.

En el panteón de Francia se encuentra también el artífice de la contracultura: el icono dionisiaco del rock: Jim Morrison, creador del grupo The Doors, inspirado en la poesía de Blake:

“Cuando se abren las puertas de la percepción, el universo aparece tal cual es…infinito”

El Café de Floré de Paris es célebre porque reunía a los creadores del existencialismo y artistas. La atmósfera del lugar conserva en el aire, el ambiente secreto de lo que allí se vivió con Sartre, Simón de Beauvoir, Bretón.

La zona bohemia de Paris, conserva el café Les Deux Magots, La Brasseire Lipp, ubicados en Saint Germain-Des Prés.

El café de Floré tiene una atmósfera embriagadora, la vista es un espectáculo por sí mismo, la gente pasa veraniega o envuelta en abrigos y bufandas, según el tiempo, pero tocadas por el hálito crepuscular o nocturno.

Es una nostalgia volver y confirmar que era más romántico en la juventud:

“Cuando se fue más pobre y más feliz”.