Ver

Son muy vergonzosos y dolorosos los casos de pederastia clerical, de infidelidades al celibato, divisiones internas, corrupción económica, aburguesamiento y mundanidad, clericalismo, pasividad pastoral, etc. Nos taladran el corazón no sólo los casos que se ventilan en los medios informativos, sino los que se viven aun en lo secreto de las conciencias y en la vida ordinaria de las comunidades. Son una contradicción con nuestra fe y con nuestra identidad y misión. Muchas personas, por culpa nuestra, se alejan no sólo de la Iglesia, sino de Dios mismo.

En Chiapas, donde el porcentaje de católicos es el más bajo del país (el 58%), lo más preocupante no es el 27% de muy variadas y contrastantes denominaciones protestantes, sino el 12% que declararon en el censo de 2010 que no tienen religión. Muchos de ellos fueron católicos, pero se alejaron, en variados casos, por el mal trato de un sacerdote, por tantos requisitos que se ponen para recibir sacramentos, sin darles una explicación adecuada, o por nuestro abandono pastoral. Se fueron a una congregación evangélica, pero descubren que también allí hay deficiencias de los pastores y de los congregantes; luego se van a otra, y quizá a otra más, pero como en todas partes advierten fallas y pecados, deciden quedarse sin religión. Ciertamente es por su muy escasa formación religiosa, pero no podemos negar que nuestros antitestimonios alejan a muchos de las iglesias y de las religiones.

Pensar

En la última sesión del pasado Sínodo de los Obispos, que trató sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, el Papa Francisco expresó:

“Pienso en nuestra Madre, la Santa Madre Iglesia. Nuestra Madre es santa, pero los hijos son pecadores. Y no olvidemos aquella expresión de los Padres, la ‘casta meretrix’, la Iglesia santa, la Madre santa, con hijos pecadores. A causa de nuestros pecados, está siempre el gran ‘acusador’ que anda merodeando, vagando, buscando a quién acusar, y en este momento nos está acusando con fuerza, y esta acusación se transforma también en una persecución. Hay dos tipos de persecuciones constantes de ensuciar a la Iglesia. Pero a la Iglesia no hay que ensuciarla. Los hijos somos todos sucios, pero la Madre no lo es. Y en este momento tenemos que defender a la Madre, y a la Madre la defendemos del gran ‘acusador’ con la oración y la penitencia. Se trata de un momento difícil, porque el ‘acusador’, por medio de nosotros, ataca a la Madre, y a la Madre no se le toca” (27-X-2018).

Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, en varios momentos manifestamos la necesidad de una conversión en nuestra vida y en nuestra pastoral:

“Somos conscientes que es fundamental descubrir que ante esta realidad que nos desafía y cuestiona, a todos nos toca recomenzar desde Cristo. Partir de este encuentro personal y transformador de cada creyente con Jesús en su vida, que abre un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad” (No. 85).

“Como pastores de esta porción del Pueblo de Dios, consideramos que toda esta realidad expresada y reconocida nos hace conscientes de los grandes desafíos que tenemos en la Iglesia y en México, a corto, mediano y largo plazo. Al discernir conjuntamente estas realidades complejas tenemos que hacer un análisis diferenciado, pues no todos estos hechos y circunstancias se dan de manera igual en nuestro País, y en nuestra Iglesia Católica. Como Obispos desde aquí queremos hacer un camino sinodal, mirando lejos, ocupándonos de nuestros desafíos actuales, pidiendo para nosotros al Señor una verdadera conversión personal y pastoral, inspirados en Jesucristo nuestro Redentor y en Santa María de Guadalupe, invitando a los agentes de pastoral y a todo el Pueblo de Dios a recorrer juntos este camino de conversión, para que iluminados por la gracia divina fortalezcamos la presencia del Reino en la transformación de esta realidad” (No. 86).

Actuar

Ante los pecados reales de quienes formamos la Iglesia, pastores y fieles, les invito a que renovemos nuestra fe en Jesucristo y en su Iglesia. Yo, a partir de mi fe en Cristo, creo con todo mi corazón en la Iglesia que El fundó. La estableció no con ángeles, sino con seres humanos, frágiles y pecadores, por medio de los cuales El sigue realizando su obra de salvación de la humanidad. Creo profundamente en su Iglesia, a pesar de nuestras faltas, mías y de los demás. Creo que Jesús está presente y actuante en ella. Creo que es “sacramento”, o sea, signo visible y operante de la acción salvadora de Jesús. Y por ello la amo con todo mi corazón. Es mi madre, que me engendró a la vida eterna; ella me alimenta y fortalece; por ella soy lo que soy; ella me ha confiado una misión específica; ella me acompaña en esta etapa de mi vida. Y porque la amo, me esfuerzo en no hacerla sufrir, no avergonzarla, sino empeñarme en una conversión permanente, con la gracia del Espíritu.

Que este Espíritu nos ayude a amar a nuestra Iglesia, en Cristo y por Cristo.

Obispo Emérito de SCLC.