Paradojas de la política en México

El sheriff del pueblo llegó a su casa en altas horas de la noche luego de una larga jornada de trabajo. Se desvistió en la oscuridad de la alcoba y se metió en la cama. En eso su esposa le dijo con acento quejumbroso: “Me duele la cabeza. Ve a la droguería y tráeme unas píldoras para la jaqueca”. A regañadientes el sheriff se vistió de nuevo, fue a la botica y le pidió al apotecario las pastillas. Al hacerlo le preguntó: “Oiga: ¿por qué algunas esposas son tan necias?”. Contestó el droguero: “No lo sé. Pero permítame a mí otra pregunta: ¿por qué trae usted el uniforme del jefe de bomberos?”. Doña Jodoncia y don Martiriano regresaron al domicilio conyugal después de una cena con amigos. Tan pronto entraron en la casa la feroz señora agarró por las solapas a su asustado marido y poniéndolo violentamente de espaldas contra la pared le gritó en la cara hecha una furia: “¡Imbécil! ¡Mequetrefe! ¡Idiota! ¡Estúpido! ¡Gusano vil! ¿Por qué no me apoyaste cuando dije que las mujeres vivimos en una sociedad dominada por los hombres?”. Ése es el Presidente que todos queríamos ver. El que le exigió a Trump una declaración en la cual dijera que México no pagará el muro. El que exasperó al prepotente magnate hasta hacerlo perder los estribos. Aquél que rompió el diálogo con el norteamericano cuando éste se negó a atender su petición. Hace unos días escribí que Peña Nieto, al recibir de igual a igual al yerno de Trump, faltó a lo que debe no sólo a su investidura, sino también a la dignidad nacional. Quod scripsi, scripsi. Lo que escribí, escribí. Mantengo cada una de mis palabras. Pero igual digo ahora que en su ríspido intercambio con Trump el Presidente Peña salió por los fueros de México y sostuvo con prestancia y energía el interés de nuestro país. Aplaudo su firmeza ante el patán. Tratándose del malhadado muro los mexicanos no queremos que nuestro Presidente dé un solo paso atrás, y lo apoyamos en la defensa de nuestra integridad frente al insolente mandatario de la nación vecina. En un bar de Las Vegas un tipejo chaparro, flaco, escuchimizado, cuculmeque y desmedrado trepó a una mesa y gritó a voz en cuello: “¡Todos los habitantes de California son unos pendejos, pelotudos, puñeteros, pránganas, pajoleros y pújiros!”. (En lenguaje del hampa de la CDMX esta última palabra significa sodomita). Estaban en el local varios californianos, y no dijeron nada. El chaparro se levantó los pantalones al modo de Clavillazo y continuó: “¡Los de Nevada son iguales!”. Bastantes de ese estado se encontraban ahí, pero sabían que los pleitos ahuyentan al turismo, de manera que también callaron. Engallado por la falta de respuesta prosiguió el flacucho: “¡Peores son los Arizona, Utah, Colorado y Oklahoma!”. (Iba de poniente a oriente el mentecato). No faltaban entre la concurrencia quienes provenían de esas entidades de la Unión Americana, pero temerosos de verse envueltos en un lío dejaron que el tipejo siguiera vociferando. Baladró el fulanillo: “¡Y los de Texas son todo eso y más!”. Ahí fue el acabose. Bebía en la barra un texano que al oír aquello se puso en pie. Medía más de seis, y pesaba 130 kilos (150, con botas). Fue hacia el majadero y de una sola trompada entre quijada y oreja lo lanzó al otro extremo de la barra, que no era nada corta, pues tenía 16 metros de largo. Quedó tendido en tierra el lacerado, aturdido y echando sangre por todos los orificios naturales de su cuerpo. Acudió el cantinero y lo ayudó a levantarse. “¿Ya ve, amigo? -le dijo condolido-. Eso le pasa por insultador”. “No fue por insultador -lo corrigió el sujeto-. Lo que pasa es que abarqué demasiado territorio”. FIN.

Mirador

Los siete pecados capitales tuvieron una reunión.

La primera en llegar fue la lujuria. Es explicable: también es siempre la primera que se va.

Llegó luego la pereza, que suele llegar tarde a todos lados. La lujuria no le dijo nada.

En seguida llegó la gula, y ni la lujuria ni la pereza le dijeron nada.

Llegó después la envidia, y ni la gula, la lujuria y la pereza le dijeron nada.

Llegó seguidamente la avaricia, y ni la envidia, la gula, la lujuria y la pereza le dijeron nada.

Llegó a continuación la ira, y ni la avaricia, la envidia, la gula, la lujuria y la pereza le dijeron nada.

Al final hizo su entrada la soberbia. Le dijeron la ira, la avaricia, la envidia, la gula, la pereza y la lujuria:

-Bienvenida, madre.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. La inflación va descendiendo.”.

Me parece poco sana

la anterior declaración,

pues hay bastante inflación

en los fines de semana.