Se llamaba María de la Concepción. Conchita. Su madre murió al darla a luz, y ella creció bajo el cuidado de sus cinco hermanos, el mayor de ellos mi padre. Era bella, muy bella, delicada como una figulina de Tanagra. Cuando rezaba ante la imagen de la Virgen parecía otra virgen. Sus únicas salidas eran a la misa de alba en el vecino templo de San Juan y para ir a la junta semanal de su congregación mariana. Con tanto celo la celaron sus hermanos que se quedó soltera: ninguno de los pretendientes que la cortejaron gustó a sus cuidadores. Se dedicó -¿qué más podía hacer?- a las labores de la casa y a sus devociones. Tenía ya 40 años cuando llegó a su vida un hombre bueno. Viudo, de acomodada condición, era dueño de una joyería en Monterrey, “La perla”, por la calle del Padre Mier. Se casaron y compartieron juntos las penas y venturas de la vida hasta que él se fue del mundo. Entonces la tía Conchita regresó a Saltillo, a las labores de la casa y a sus devociones. La atormentaban, sin embargo, dos angustias. “Armandito -me decía llorosa-, en el Cielo mi mamá no me va a reconocer. Estaba yo recién nacida cuando ella me miró, y ahora soy una anciana. ¿Cómo va a saber que soy su hija?”. La otra duda la afligía aún más: “Armandito: allá en el Cielo ¿con quién se va a ir el Prieto? ¿Con Josefina o conmigo?”. El Prieto era su marido, y Josefina la primera esposa. Yo me acongojaba junto con mi tía Conchita, pues no podía disipar sus dudas. Cierto día, leyendo a San Agustín, encontré una frase en la cual el filósofo santo explica con tres palabras cómo serán las almas en el Cielo. “Erunt sicut musica”. Serán como la música. La música es incorpórea. No podemos verla ni tocarla. Pero al oírla la reconocemos. Así también conoceremos en aquel mundo espiritual las almas de quienes nos amaron. En este mundo de materia la música nos acompaña siempre. “Cuando nacemos nos regalas notas”, dijo a la Suave Patria el poeta de Jerez. Yo gusto de la música desde que era niño; por eso ahora que soy ya niño grande me dedico a compartirla con mi prójimo a través de mi emisora cultural, Radio Concierto, que difunde, según dice su lema, “lo más popular de la música clásica y lo más clásico de la música popular”. Cuando fui director del Ateneo Fuente, el glorioso colegio de Saltillo, hice poner numerosas cabinas con equipos de audio a fin de que los alumnos pudieran escuchar las grabaciones que ellos mismos escogían de la nutrida discoteca que para ellos integré. A los mejores estudiantes los llevaba a las temporadas de ópera en Monterrey. Y otra cosa hice. Por aquellos años fue a mi ciudad Mario Lavista a dar un curso de apreciación musical. Envié una decena de maestros del Ateneo a que tomaran ese curso, y yo mismo asistí a él. No he olvidado las maravillosas enseñanzas del entonces joven compositor. Recuerdo aún su devoción por Mozart y la ingeniosa forma en que nos explicaba la estructura de las melodías tradicionales, a las que comparaba con el recorrido por las bases de un campo de beisbol. Ahora me entero por Reforma de que Mario Lavista ha compuesto una Misa de Réquiem en homenaje a los muertos del 68. Usó para su obra el texto litúrgico en latín -esa lengua muerta la más viva de todas- y fragmentos de canto gregoriano, que es música de Dios. Espero con interés la grabación de la obra para escucharla con igual devoción con que los muchachos ateneístas oían la música que por primera vez oían. En ese Réquiem estarán presentes, como en el Cielo de mi tía Conchita, las almas de aquellas muchachas y muchachos idealistas que perdieron la vida en su ansia de buscar una vida mejor para su Patria. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Temprano me llamó ayer por teléfono el maestro José Luis Esquivel, amigo queridísimo a quien tantas generosidades debo. Quería darme una noticia que, estaba seguro, me alegraría mucho. Esa mañana sería develado un busto de don Silvino Jaramillo en el marco de las celebraciones por los 40 años de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su efigie está ahora junto a las de don Alfredo Gracia, a cuya inolvidable tertulia en la benemérita Librería Font de Monterrey asistí numerosas veces, y de don Francisco Cerda, gran señor a quien debo mi entrada al periodismo regiomontano y de ahí al de todo el país.

Largo el párrafo, y más largo aún el agradecimiento a la memoria de don Silvino. Él defendió en “El Porvenir” mi columna “De política y cosas peores” ante el embate de algunos moralistas, y por su recomendación fui varias veces director invitado de la Orquesta Sinfónica de la UANL. Extraordinario músico el maestro Jaramillo, en estos días escucharemos sus hermosos villancicos, parte ya de las tradiciones navideñas de México. Su columna periodística “Vuelta a la manzana” merece figurar en las mejores antologías del género.

Hago llegar mi felicitación a los directivos, maestros y alumnos de la Facultad de Comunicación por el homenaje que rindieron a don Silvino Jaramillo, y envío mi agradecimiento al maestro José Luis por recordarme a ese otro maestro mío.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Gente del pueblo visita la residencia de Los Pinos.”.

Eso me parece bien.

Antes le pertenecía

a aquél que el poder tenía.

Y ahora. Ahora también.