“¡Ayer me entregué al demonio! -clamó con sonorosa voz la bella y escultural predicadora-. ¡Hoy me encuentro en los amorosos brazos del Señor!”. Se oyó en el fondo una voz aguardentosa de hombre: “¿Y qué planes tienes pa’ mañana, mamacita?». Astatrasio Garrajarra -algunos lo llaman alcohólico, pero él reclama el título de “bebedor social”- comentaba acerca de la relación con su esposa: “Afrontamos un problema grave. Cuando estoy borracho ella no me aguanta, y cuando estoy sobrio no la aguanto yo”. Don Yanoso Pla, señor de muchos calendarios, por no decir que viejo, pidió ser admitido en el Club Pitocáido, formado por caballeros de la tercera edad tirando ya a la cuarta. El encargado de admisiones le indicó: “Hago de su conocimiento que aquí está prohibido hablar de futbol, de política y de religión”. “¿Por qué?» -se extrañó don Yanoso. “Esos temas se prestan a polémica -le explicó el empleado-, motivo por el cual los hemos excluido reglamentariamente de la conversación. Tampoco acostumbramos hablar de mujeres y sexo». El señor Pla se asombró aún más. “¿También esos temas se prestan a polémica?». «No -replicó el otro-. Lo que pasa es que ya no nos acordamos». Hay cosas que suelen durar muy poco tiempo. Los juramentos de amor eterno, por ejemplo, o los propósitos de año nuevo. Tampoco la paciencia y los sacrificios obligados duran mucho. Por eso López Obrador, que ha pedido a los ciudadanos espíritu de sacrificio y paciencia, conformidad, entereza, resignación, aguante, estoicismo, espera sin límites y abnegación ante la falta de gasolina, debe apresurarse a poner remedio al desabasto antes de que se agote, con la gasolina, esa paciencia y se desvanezca aquel frágil espíritu sacrificial. A estas alturas hasta el mismo AMLO debe haberse dado cuenta ya de que es imposible mantener indefinidamente cerrados los ductos de conducción del combustible, y que se han de buscar otras maneras de combatir el huachicoleo antes de que crezca la irritación popular que han traído consigo los problemas e inconvenientes de todo orden y desorden que provocan la escasez o falta de carburante en las gasolineras. Desde luego López Obrador, que humildemente se ha allanado a viajar en línea aérea comercial lo mismo que nosotros los mortales, no ha debido hacer colas de tres o cinco horas, como cientos de miles de mexicanos, para lograr que le vendan 15 litros de gasolina. Haga AMLO un esfuerzo mental e imagine las múltiples molestias que están afrontando esos ciudadanos. Siquiera por esta vez escuche otras opiniones y resuelva lo antes posible este problema que va asumiendo ya proporciones que evidentemente no calculó. Bacinica se llama ese artilugio, sin perdón sea dicho. Ya casi está en desuso, pero en los pasados tiempos era utensilio indispensabilísimo en las casas antes de que se popularizara el uso del excusado inglés, invento más admirable aún que el de la brújula de los chinos o el telescopio de Galileo. A la bacinica se le llamaba también nica, bacinilla, bacín, necesaria, taza de noche, perica y borcelana, entre otros nombres. Mis tías solteras, púdicas y elegantes, le decían “el tibor”. Pues bien: la mamá de Babalucas le contó: “Tu padre ya no tiene dientes, y el odontólogo le va a hacer una dentadura postiza de porcelana”. “Caramba -se preocupó el tontiloco, que confundió la palabra “porcelana” con “borcelana”-. Ojalá se la haga de la oreja”. Pepito le preguntó a su mami: “¿La vecina es gimnasta?”. La señora se sorprendió: “¿Por qué crees que esa muchacha practica la gimnasia?». Explicó el niño: “Porque oí que mi papá le dijo: ‘¿Cuándo nos echamos un brinquito, linda?’”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

San Virila le había prometido a la Virgen hacerle una capilla.

Pensó hacérsela por medio de un milagro; así ahorraría tiempo y se evitaría molestias.

Subió, pues, a la colina y buscó en lo alto el lugar más apropiado para aquel milagro. No tardó en encontrarlo. Era un claro en el bosque. Reinaba ahí un grato silencio y fluía en su borde un manantial que apagaría la sed de los devotos.

Se puso San Virila en el centro del claro e hizo un ademán milagroso a fin de que apareciera la capilla. La capilla no apareció. Repitió el ademán, y no hubo capilla. De nueva cuenta le pidió a la Virgen el milagro, y nada.

Entonces San Virila tuvo que construir él mismo la capilla. Con esfuerzo subió los materiales; con esfuerzo cavó los cimientos y levantó los muros; con esfuerzo puso el techo y puso el piso.

Después de meses de trabajo terminó finalmente la capilla.

Se enjugó el sudor, se frotó las encallecidas manos y exclamó satisfecho de su obra:

-¡Carajo! ¡No cabe duda de que a veces uno mismo tiene que hacer los milagros!

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. El Gobierno le pide disculpas a Lydia Cacho.”.

Ese acto es maravilloso,

y muy bueno el proceder.

Pero quisiera saber:

¿dónde anda el góber precioso?