Este niño tiene un recuerdo horrible. Su edad es de 4 años a lo más, pero le llegó muy pronto el día de saber que hay en el mundo cosas feas. También el mismo día conoció a la muerte. Esa cosa se conoce tarde o temprano, y es bueno conocerla para irse acostumbrando a ella. He aquí la historia de aquel recuerdo que por ser malo se le grabó al pequeño más que los recuerdos buenos. Muy cerca de la casa donde el niño vive está la tienda de un señor que se llama don Clemente. Ahí, a más de abarrotes y artículos de mercería, se vende algo que ya muy pocas tiendas venden: leña. Salvo en las cocinas de los pobres ya en ninguna se usa leña. Las estufas son ahora de petróleo. Incluso en las casas de la clase media baja se usan esas estufas. Pero la mamá del niño va a hacer calabaza con piloncillo, y ese dulce, que el niño espera con ansiosa gula, no sabe igual cuando se le prepara en estufa moderna: debe hacerse con leña. Además la calabaza tarda mucho en cocerse; si se hiciera en la estufa gastaría mucho gas. La mamá del niño, entonces, manda a Goya, la criada de la familia, a comprar leña en la tienda de don Clemente. Le pide que lleve con ella al niño, pues está llorando quién sabe por qué. Ni el niño ni su madre saben por qué llora. Caminan calle arriba Goya y el niño, que ha dejado ya de llorar. El sol cae a plomo; son quizá las 2 de la tarde. La calle está vacía; es la hora de la siesta. Sin embargo en aquella esquina hay gente. ¿Qué sucede? Frente a la tienda de don Clemente hay una cantina de barrio que se llama «Mi ranchito». Su clientela está formada principalmente por campesinos que vienen a la ciudad a vender leña, carbón, o los magros productos de sus parcelas: maíz, trigo, frijol. Dos ebrios han salido de la taberna a reñir en la calle. No lo hacen a golpes: su duelo es a muerte. Cada uno tiene en la mano un puñal. Se protegen con la camisa enredada en el brazo izquierdo a manera de escudo. Uno viste camiseta; el más joven lleva el torso desnudo. La gente se ha congregado a ver quién mata a quién. Goya se une al corro y hace sitio al niño para que pueda ver bien aquel encuentro. La pelea no dura mucho. El hombre joven, más ágil y más fuerte, clava el puñal en el vientre del otro, que con un grito de dolor suelta su arma y se lleva las manos a la herida. Con paso incierto va a la acera y se sienta a morir recargado en la pared. Su camisa, blanca, se ha vuelto roja por la sangre. El heridor ha quedado inmóvil en el centro del corro, sin saber qué hacer, todavía con el puñal en la mano. Un individuo le dice: “Pélate». Eso quiere decir que huya. El asesino escapa corriendo por la calle que lleva al arrabal. Se oye la voz de una mujer: «Háblenle a la Cruz Roja”. Y alguien: “Pa’ qué. Ya está muerto”. Las mujeres se persignan; los hombres que traen sombrero se lo quitan. El niño se persigna también. No sabe por qué, pero siente que está en presencia de un misterio. Ese misterio es el de la muerte. La gente se va y la vida sigue, indiferente. Goya compra la leña y le paga a don Clemente, que ha vuelto a su mostrador. En el camino de regreso la criada le dice al niño que no vaya a contar en la casa lo que vio. El niño no se lo cuenta a nadie: está acostumbrado a obedecer. Pero lo que vio aquella tarde se le queda grabado como en piedra. Lo que vio fue la muerte. Y la vida que siguió quedó marcada en el niño por el sello que la muerte pone en todo lo que toca. El hombre en que se convirtió el niño recuerda ese recuerdo. Aquella muerte está en su vida, y hoy vino a su memoria, no sabe por qué. Quizá porque el día está triste, y él también. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

En Nueva York hay mil historias a la vuelta de la esquina. A la vuelta de cualquier esquina.

Lo supo O.Henry.

Lo sabe Woody Allen.

Ésta que sigue la escuché cuando hice mis prácticas de periodismo en la revista Look.

Un hombre de apellido Rabinowitz salió de un bar y tomó el primer taxi que por ahí pasó. Ya acomodado en el asiento trasero le dijo al conductor:

-Lléveme a la esquina de las calles tal y tal.

Cuando llegaron ahí el pasajero le pidió al taxista:

-Espéreme por favor. No tardaré.

En efecto, regresó al punto. Lo acompañaban dos gendarmes.

La dirección que el hombre le había dado al chofer era la de una oficina policial.

Los policías detuvieron al taxista.

El taxi era robado.

Se lo habían robado a Rabinowitz.

En Nueva York hay mil historias a la vuelta de la esquina. Y más si en esa esquina hay una oficina policial.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Casi seguramente Trump será reelecto.”.

Una enseñanza me deja

esa posible desgracia:

a veces la democracia

es sumamente pendeja.