Este amigo mío llevó por muchos años en el corazón clavada una espina más cruel que aquella que atormentó a Machado. Sucede que tiene una hija hermosa como el sol, y como el sol brillante y cálida. Cuando a esa niña le llegó el tiempo de ser mujer, vale decir el tiempo de soñar, soñó con tener una fiesta de 15 años como de cuento de hadas. Luciría un vestido de princesa; bailaría su vals en el salón de espejos y candiles de un palacio real. Por desgracia mi amigo estaba en esos días empeñado en una honrosa lucha universitaria, y todos sus recursos se le habían ido en ella. La fiesta de 15 años de su hija, entonces, se llevó a cabo en la cochera de su casa. El vestido que llevó la bellísima quinceañera fue, con los arreglos necesarios, el vestido de novia que su mamá llevó el día de su boda. Esa misma noche, cuando los pocos invitados se retiraron a sus casas, mi amigo le prometió a su hija que cuando ella se casara le haría la fiesta que esa noche no le había podido hacer. Entonces se sacaría la espina. La niña lo abrazó, amorosa, y le dijo que no quería que su papá llevara aquella espina. Pasaron los años, y cuando la hija de mi amigo se casó él le hizo una fiesta de ensueño. Fue en el mejor hotel de la ciudad, con un banquete que dejó memoria por lo abundante y suculento y una orquesta que sonaba mejor que la de Paul Weston o Percy Faith. Todos esos recuerdos se le vinieron a mi amigo a la mente y al corazón cuando leyó la nota acerca de la muchachita que al cumplir 15 años se hizo retratar con su lindo vestido de color de rosa en la residencia de Los Pinos, lugar antes vedado al pueblo, coto exclusivo de poder. Aplaudí y sigo aplaudiendo a López Obrador por haber devuelto a la gente lo que de la gente era. No considero que su acción haya sido de política populista: pienso que obedece a una auténtica voluntad de dar al pueblo lo que pertenece al pueblo. Me conmovió la historia de esa quinceañera. Seguramente a mi amigo -el de la espina- lo conmovió también. La historieta que hace descender hoy el telón de esta columnejilla es algo irreverente. Las personas que no gusten de leer historietas irreverentes sáltense en la lectura hasta donde dice: “FIN”. Sucedió que un día llegaron al mismo tiempo al Cielo una monjita, una mujer casada y una muchacha de tacón dorada, vale decir sexoservidora. San Pedro, el apóstol de las llaves, recibió a las recién llegadas frente a las puertas de la mansión eterna y procedió a buscar sus respectivos expedientes a fin de asignarles el lugar donde debían estar. Leyó el historial de la monjita y dijo luego: “Veo que dedicaste toda tu vida a la oración y a hacer el bien a tu prójimo. Recibe esta llave de oro, que es la llave del Cielo”. Leyó en seguida Simón Pedro el expediente de la mujer casada. Declaró: “Observo que tu vida fue de sacrificio; la ofrendaste con abnegación a tu esposo y a tus hijos. Algunas veces, sin embargo, sentiste ganas de retorcerles el pescuezo. Deberás expiar esa secreta culpa antes de entrar al Cielo. Toma esta llave de plata, que es la llave del purgatorio”. Procedió por último a leer el expediente de la muchacha de tacón dorado. Esa lectura le tomó el resto de esa mañana y parte de la tarde. Tras de cerrar por fin aquel grueso legajo se secó el sudor que le perlaba la calva, se compuso la túnica y dijo a la sexoservidora: “Veo aquí que eres mujer sensual, libidinosa, lasciva, voluptuosa, lúbrica, viciosa, concupiscente, lujuriosa, salaz y licenciosa. Toma esta llave de bronce”. Preguntó, desolada, la muchacha: “¿Es la llave del infierno?”. Replicó San Pedro bajando la voz: “No. Es la llave de mi departamento”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

El arte es una mentira que necesitamos para conocer la verdad.

Don Quijote, personaje irreal, tiene más realidad que todos los hombres de su tiempo.

La tempestad en la Sexta Sinfonía de Beethoven es más tempestuosa que las tempestades de la naturaleza.

Los girasoles que pintó Van Gogh son más girasoles que los que crecen en el campo.

De un loco dice el pueblo: “Está tocado”. Pues bien: todos los artistas están tocados. Tocados por el dedo de Dios, que puso en ellos su propia locura de creador.

Los hombres comunes y corrientes somos ciegos. Los artistas nos abren los ojos para que veamos las cosas del mundo y entendamos sus misterios.

Hay arte porque hay vida, claro. Pero también hay vida porque hay arte. Mi vida es más vida porque en ella están Homero y Borges, Giotto y Velázquez, Bach y Mozart, Pavlova, Callas, Sarah Bernhardt y Gaudí.

Demos gracias a Dios por habernos dado a los artistas.

Demos gracias a los artistas por habernos dado a Dios.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA.

“. Harán una ley contra la vagancia.”.

No me parece la idea.

Si la llegan a imponer

ya no podremos tener

ni aun una vaga idea.