¡Qué manera de dar principio a la semana laboral! Con un relato de color subido que reprobaron de consuno la Liga de la Decencia y la Pía Sociedad de Sociedades Pías. Si lo saco a la luz es solamente porque nunca me ha gustado el principio de la semana laboral. Se llamaba Melisenda Marilyn Carletta Guiniver MacFerland Devonshire, y pertenecía a la especie de mujeres que en inglés reciben el nombre de “gold diggers”, o sea que usan sus encantos para atrapar a un hombre rico y dejarlo luego pobre. Conoció a un petrolero texano de fortuna inmensa y lo entuturutó hasta el punto de hacer que la desposara. La noche de las nupcias Melisenda Marilyn etcétera se sorprendió al ver que su flamante maridito, en plena aptitud ya de proceder a la consumación del matrimonio, se había hecho tatuar en la alusiva parte el nombre completo de su esposa. Le preguntó, intrigada y complacida al mismo tiempo: “¿Por qué hiciste eso?”. Respondió él: “Recuerda que como condición para casarte conmigo me hiciste prometer que pondría a tu nombre la mejor de mis propiedades”. “Cuida los centavos, que los pesos se cuidarán solos”. Así reza un antiguo proverbio comercial. Otros hay más expresivos, como el que dice: “Peso que no da tres pa’ qué es”, o aquél que advierte: “No se admiten devoluciones; no sea usted rajón”. Estoy de acuerdo con López Obrador en que los sueldos que perciben los Ministros de la Suprema Corte son excesivos, y más si a esa percepción se añaden bonos, prestaciones y gajes de todo orden y desorden. En efecto, es escandaloso el hecho de que un servidor público reciba 600 mil pesos al mes en un país como México, donde millones de habitantes viven prácticamente en la miseria. Desde ese punto de vista hago mías las palabras que López Obrador dirigió a esos Ministros, aunque ciertamente hay motivos jurídicos sobrados para declarar ilegal la reducción de emolumentos dictada por la Ley de Remuneraciones. Con sus medidas de austeridad el Presidente está cuidando los centavos, pero descuidando los pesos. Las prevenciones que ha ordenado -viajar en aviones de línea; no contratar guardaespaldas o choferes; suprimir la compra de vehículos, etcétera- significarán un ahorro en el gasto, sí, pero una decisión como la de cancelar el aeropuerto de Texcoco traerá consigo pérdidas multimillonarias en dólares que impactarán en forma grave las finanzas del país. Las módicas economías que logrará el nuevo mandatario con sus módicas medidas serán nada al compararlas con el enorme costo que para México y los mexicanos significarán el capricho de López Obrador de destruir el nuevo aeropuerto y la injustificable tozudez con que se obstina en mantener su error. AMLO está cuidando los centavos y descuidando los pesos. De ese descuido de las cosas grandes para centrarse en las cosas pequeñas nada bueno podemos esperar. Babalucas le preguntó a un amigo: “¿Qué te parece mi novia?”. “No está mal -respondió éste-, pero tiene las piernas demasiado cortas”. “¿Cortas? -se atufó Babalucas-. Le llegan al suelo ¿no?”. Dulciflor, muchacha ingenua, le contó a su compañera de cuarto: “Anoche salí con mi novio y tuve un accidente de automóvil”. Comentó ella: “No se te nota”. Replicó, mohína, Dulciflor: “Se me notará dentro de algunos meses”. Clarilú, la joven y linda criadita de la casa le preguntó a su patrona: “Señito: ¿es cierto que el señor se hizo la vasectomía?”. La mujer, algo amoscada, contestó: “No sé por qué me lo preguntas, pero sí; hace algunos meses se la hizo”. “Gracias, señito -dijo entonces Clarilú-. Es que me juró que se la había hecho, pero no sabía si creerle o no”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE

San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan para sus pobres.

En el camino vio a un hombre rico y a uno pobre. Hacía frío. El hombre rico iba cubierto con gruesas y lucidas ropas de abrigo; el pobre, en cambio, vestía harapos.

San Virila hizo un ademán y el pobre se vio envuelto en una tibia capa de estameña, que es una tela humilde pero cálida.

El rico vio aquello y le dijo al frailecito:

-Haz un milagro para mí. Yo también quiero una capa, pero la mía ha de ser de armiño, terciopelo y seda, bordada con hilos de oro y plata.

Virila hizo otro ademán, y el hombre rico quedó desnudo en medio del camino. Explicó el santo:

-Perdóname, hermanito, pero de algún lado tenía que sacar los materiales para hacer el milagro que me pedías. Los saqué de la ropa que llevabas.

De este relato de la vida de San Virila desprendo una enseñanza: sólo debemos pedir los milagros que en verdad necesitamos, pues en nuestra vida hay ya muchos milagros.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“. AMLO se irrita contra los Ministros de la Suprema Corte de Justicia.”.

Y responden en la Corte:

“No importa que esté enojado,

pero el salario es sagrado.

Que nadie nos lo recorte”.