Una mujer llamada Facilda Lasestas fue a confesarse. El padre Arsilio le preguntó: “¿Le eres fiel a tu marido?”. “Sí, señor cura-respondió ella-. Frecuentemente”. Pirulina, muchacha pizpireta, le dijo al guapo joven a quien acababa de conocer: “Quiero saber todo de ti, Pepo. Háblame de tus ideales, de tus sueños, de tus ilusiones, de tu sueldo.”. La mujer se quejó con el cantinero del lobby bar: “Aquel hombre que está allá me dijo ‘Vieja cara de lavativa’”. “Qué pena, señora - repuso el barman-. Para que olvide usted ese mal rato permítame ofrecerle, por cortesía de la casa, una copita de agua tibia”. En España y otros países el verbo “joder” equivale a follar. Por la calle de Alcalá, en Madrid, un lugareño se topó con dos chicas de su pueblo. Las dos vestían ropa de marca, lucían costosos accesorios y joyas rutilantes. Les dijo con admiración: “¡Qué tren de vida llevan!”. Replicó una de ellas, atufada: “Porque podemos”. Preguntó el otro: “¿Qué en Madrid la jota se pronuncia como pe?”. Mi amigo Miguel Ángel y yo éramos niños, y trabajábamos todos los veranos. Emprendimos varios negocios que fracasaron todos. Primero fuimos a la hermosa Alameda de Saltillo a vender reguiletes que hacíamos nosotros mismos con papel lustrina y palitos de paleta. Los competidores nos echaron de ahí con sonoras palabras de amenaza. Luego intentamos vender los gazapitos que con asiduidad traían al mundo las conejas que se criaban en el corral de la casa de mi amigo. Nadie los quiso: cuando crecieran harían pozos en la pared. Por fin le dimos al clavo. Con un capital de 5 pesos que con dificultad reunimos entre los dos -en eso invertimos nuestros ahorros de meses- compramos 10 revistas de monitos -La pequeña Lulú; Archie; Tarzan; Los Halcones Negros- y empezamos a alquilarlas por 10 centavos a una nutrida clientela de nuestra misma edad. También teníamos otra revista, ésta de monitas, que se llamaba el Vea. La ofrecíamos en forma clandestina a los lectores adultos, principalmente cocheros -entonces había aún carritos de caballos- y cargadores del mercado. De esa revista, me da pena decirlo, provenía la mayor parte de nuestros ingresos. Al final de las vacaciones nos dividíamos equitativamente las ganancias. Nos tocaban entre 15 y 20 pesos a cada uno por dos meses de trabajo, seis días a la semana, de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Era una fortuna, si se toma en cuenta que nuestros papás nos daban 20 centavos de domingo. Yo me gastaba en libros mis ingresos, pues a muy temprana edad había adquirido el vicio de leer. Al paso de los años adquirí también el de escribir. Afortunado vicio ha sido ése para mí. Gracias al Grupo Editorial Planeta cada uno de mis libros ha sido un best seller, si se usa el consagrado término. Varios han rebasado el cuarto de millón de ejemplares vendidos, y los otros no se quedan tan atrás. El próximo domingo, a las 12 horas, presentaré en la FIL de Guadalajara el más reciente: “Lo mejor de Catón”, una antología de mis más queridos textos, lo mismo cuentos pícaros que reflexiones, poemas nunca antes publicados -también forma clandestina cultivo a veces la poesía-, cosas de Historia e historias de cosas y personas. En el curso de la presentación, desde ahora lo aviso, le enviaré un mensaje a Trump que hará temblar la tierra. Te espero a ti, que eres uno de mis cuatro lectores, para compartir contigo todo lo que he sido como lector y como escribidor. ¡Ahí nos vemos!... Llegó Capronio a la farmacia y pidió en voz alta: “Me da un condón”. El farmacéutico se llevó la mano a un ojo a fin de hacerle ver que cerca estaban unas jovencitas. “Para la vista no -dijo Capronio-. Para la pija”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE

San Virila fue al pueblo a pedir el pan para sus pobres.

La mañana era de invierno. Un viento sin compasión helaba el cuerpo y atería el alma. La neblina se arrastraba como serpiente silenciosa y no dejaba ver más que la soledad del mundo.

El frailecito vio a un perrillo que temblaba de frío. San Virila alzó la mano. Un rayo de sol se abrió paso entre las nubes y calentó al animalito.

Por ahí iba pasando el rey y vio el milagro. Le ordenó al santo:

-Haz el mismo milagro para mí. Yo también quiero un rayo de sol.

-Tú no lo necesitas -le dijo San Virila-. Tienes ropa con qué cubrirte, buen vino qué beber, y en tu palacio arden las chimeneas. Para ti no existe el frío de los pobres y de las otras pequeñas criaturas del Señor. No haré el milagro que me pides. Los milagros son para quien los necesita.

Así dijo San Virila, y siguió su camino. A su paso la niebla se abría y la grisura de la mañana se convertía en luz.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“.Un hombre se casó 5 veces.”.

Murió el hombre de repente.

San Pedro, me enteré yo,

al infierno lo mandó

por tonto y reincidente.