No pondré aquí el nombre de esa señora, pues tuvo numerosa descendencia y no quiero ofender a su linaje. Para efectos de la narración la llamaré doña Birjana. Vecina de mi barrio saltillense, el de Santiago, era una buena mujer. Esposa fiel (hasta donde se sabe); madre amantísima (la mayor parte del tiempo); católica devota (los domingos de 12 a 12 y media de la tarde), tenía un solo defecto: le gustaba mucho jugar a la lotería. No a la nacional, sino a la local; ésa de figuras: la chalupa; el gorrito; la botella; el camarón. Todos los días jugaban, ya en su barrio, ya en los demás de la ciudad: el Ojo de Agua, el Águila de Oro; la Huilota; el Topo Chico; la Guayulera; el Gato Negro; Santa Anita; el Ferrocarril. Cada barrio tenía su salón para jugar a la lotería, y a todos iba doña Birjana movida por su afición al juego. Decía que no jugaba casi nunca; pero los hechos la desmentían. Un día le pidieron que gritara la lotería. Tomó ella el mazo de naipes, y un gesto de inquietud le apareció en el rostro. “No se puede jugar -dijo-. Falta una carta”. Se puso las barajas entre índice y pulgar. “Sí -repitió-. Falta una”. Las contaron, y efectivamente, faltaba una. Puso ella el mazo en la palma de su mano izquierda, y con el pulgar de la derecha las recorrió a gran velocidad. “Falta la rana” -decretó. Y sí, faltaba precisamente esa carta. ¡Y aun así decía doña Birjana que rara vez jugaba! Pues bien: en otra lotería, la de la sucesión presidencial, están apareciendo ya las cartas. Por un partido salieron ya la dama y el catrín. Por otro ha salido desde hace muchos años una carta que algunos dicen es el gallo y otros afirman es el diablito. Y por el partido que va en tercer lugar falta que salga el valiente, pues el que salga casi seguramente no saldrá. En fin; así está ahora la lotería sucesoria. Y si no hay cambios así quedará. Ella: “¡Júrame que no hay en tu vida otra mujer!”. Él: «Te lo juro por mi madre». Ella: «¡No! ¡Júramelo por tus hijos?”. Él: «¿Por los nuestros o por los otros?”. Doña Madorota, la madama del lupanar del pueblo, estaba como de costumbre en su silla alta frente a la caja registradora cuando vio con sorpresa a un niño que entraba llorando en su establecimiento. Apresuradamente fue hacia él y le dijo: “¿Qué haces aquí, niño?”. “Necesito que me haga un favor” -replicó el chiquillo entre sus lágrimas. “Dime primero por qué lloras” -quiso saber la madama. Contestó el pequeño: “Un hombre muy malo me quitó mi iPhone”. Volvió a preguntar la otra: “Y ¿qué favor me pides?”. Respondió el chamaco: “Quiero que me permita estar con una de sus muchachas, la que tenga alguna enfermedad venérea”. La mujer quedó estupefacta. “¡Niño! -exclamó-. ¿Qué clase de petición es esa?”. “Permítame explicarle -dijo el párvulo-. Esa mujer me trasmitirá su mal. Yo estaré con la niñera y le trasmitiré mi mal. Mi papá estará con la niñera, y ésta le trasmitirá su mal. Luego mi papá estará con mi mamá y le trasmitirá el mal. Mi mamá estará con el chofer y le trasmitirá su mal. El chofer estará con su novia y le trasmitirá el mal. Su novia estará con su jefe y le trasmitirá su mal. Su jefe es el director de mi escuela. ¡Y él fue el que me quitó mi iPhone!”. Un tipo vio un anuncio en el periódico: “Se solicita persona para afeitar la línea del bikini a chicas modelos. Presentarse en el número 10 de la calle 1”. Llamó al teléfono que venía en el anuncio, y el que contestó le dijo: “¿Puede usted presentarse mañana en la calle 85?”. Repuso el tipo: “El anuncio dice calle 1”. “Sí -replicó el otro-. Pero la fila de hombres que aspiran al empleo llega ya hasta la calle 85”. FIN.

Mirador

Por Armando FUENTES AGUIRRE

Era la rosa.

Góngora hizo un poema sobre la rosa, y a la rosa se le cayó un pétalo.

Era la rosa.

Sor Juana hizo un poema sobre la rosa, y a la rosa se le cayó otro pétalo.

Era la rosa.

Shelley hizo un poema sobre la rosa, y a la rosa se le cayó otro pétalo.

Era la rosa.

Gertrude Stein hizo un poema sobre la rosa, y a la rosa se le cayó otro pétalo.

Era la rosa.

Carlos Pellicer hizo un poema sobre la rosa, y a la rosa se le cayó otro pétalo.

Así, a fuerza de poemas, la rosa ya no es la rosa, ya no es la rosa, ya no es la rosa.

¡Hasta mañana!...

Manganitas

Por AFA

“.Trump insiste en su idea del muro.”.

Cada día estrecha el cerco,

y yo me explico su afán,

pues, como dice el refrán:

“No hay tonto que no sea terco”.