Todas las mañanas acompaño el despertar con la grata lectura del poema del día que generosamente envía Felipe Garrido vía un chat de autores que formó Lorenza Estandía. Aparece la fecha y el nombre del autor. La lectura hace las veces de la hoja tierna de luna bajo la almohada que sugiere el poema de Sabines para el bienestar. Esa es quizás la palabra que mejor define las múltiples facetas del escritor y amigo Felipe Garrido: desparramar el bienestar, como lector, como escritor, como editor, como traductor, como promotor de la lectura. Mi bien amanecer, decía yo, comienza con la lectura del poema que me da la posibilidad de cumplir una promesa que me hice: Leer un poema en ayunas los más de los días. Pues Felipe Garrido provee, y entonces yo me pregunto, si duerme algunas horas, porque no hay manera de ganarle al envío. Llega a la media noche o de madrugada, son poemas de autores mexicanos que celebran el español. Los hay clásicos y contemporáneos, y muy nuevos y conocidos y desconocidos para mí. Todos han sido publicados y nacieron en el siglo XX y XXI, aclara, fue uno de sus talleres donde los asistentes decían no leer poesía lo que lo llevó a esta propagación en dosis precisas. La poesía es el manejo supremo de la palabra, me dice, todos debemos leer poesía.

De la antología que crece bajo las palabras de Garrido: Un poema al día para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria, yo hago la mía. Guardo los que me emocionan por algo y porque las palabras reverberan en ellos como cuentas únicas y uno prosigue enamorándose de las posibilidades del lenguaje. El bienestar que labra Felipe Garrido con su envío puntual de versos es sólo parte de una estrategia que ha sido timón de su vida desde que, como lo dice en sus palabras para ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua, descubrió al dar clases en una prepa que no todo el mundo era lector como él y sus más cercanos: en casa, los primos, los amigos. Que ser lector era una excepción. Y a esa excepción le ha dedicado gran parte de su tiempo y energía. Y lo sigue haciendo, cuando va trotando el país y dando pláticas sobre el tema y cuando con sus poemas mañaneros me recuerda el placer de ser lectora: el privilegio de bañarse con palabras, pensar, asombrarse, regodearse, herirse de palabras. El bienestar está en reconocer que leer ensancha nuestro día a día. Entonces eso hago, me los pongo encima y agradezco que haya un lector voraz y generoso como Felipe Garrido, eligiendo el poema que media entre el despertar y el café. Ese rellano entre el sueño y la vigilia, la duermevela.

Si a León Felipe lo arrullaron con cuentos, a Felipe lo mecieron con el Quijote, historias que su padre les contaba a él y a sus hermanos y que Felipe creía que eran invención genial de su progenitor. Hasta que fue al teatro y vio que Clavileño y el Caballero de los espejos, y los molinos enemigos también estaban en el escenario. El padre confesó que aquella historia la había escrito Cervantes. Por esa emoción inicial frente a las aventuras de el Quijote y Sancho, Felipe Garrido ha acercado al Quijote a niños y adultos en su propia versión: El Quijote para jóvenes y Don Quijote de la Mancha para niños.

La lectura llenó de luz la casa familiar, el Instituto México, donde Felipe estudió, la vida social en aquella juventud idílica donde siempre alguien traía un libro en las manos. Por eso, Felipe Garrido se ha dedicado a deshacer entuertos, el entuerto muy grave de la invalidez lectora, llevando la posibilidad de leer por placer, y el bienestar que de ello deriva, a programas nacionales educativos (los Rincones de lectura, que se quedaron como Bibliotecas de aula, sin la formación del maestro lector). Porque él lo sabe: el placer de la lectura se transmite por contagio. Lo ha sostenido en sus muchos títulos dedicados a ello.

Cuando leí por primera vez su idea del contagio, me llamó la atención que la palabra tuviera una cualidad positiva, que esa propagación exponencial que supone el contagio se llevara a los textos literarios. Contagiarse para tener sed eterna del libro. Este contagiador es el caballero que por lanza lleva el ingenio de las palabras, con su voz las dice, las siembra o las escribe. Sus cuentos muy breves se pueden leer en Conjuros (que le valió el Premio Villaurrutia), sus talleres y conferencias animan la lectura y mis mañanas saben mejor con el poema al día que me pongo encima.