Tres son las fuentes fundamentales de la educación ciudadana. En ciudadanía debe educar la escuela. Juega también un papel fundamental en nuestras actitudes cívicas la familia en la que crecemos: sus conductas ciudadanas, sus opiniones y sus críticas, qué escuchamos y compartimos a lo largo de nuestra vida con ella. También educa en ciudadanía la polis, es decir, nuestro Estado, a través de su funcionamiento político cotidiano y, especialmente, en los momentos privilegiados de apertura a la participación de los ciudadanos.

La escuela educa en ciudadanía tanto formal como informalmente. Formalmente introduce a los alumnos a nuestra forma de gobierno, a nuestras leyes, a nuestras instituciones. Formalmente también debiera propiciar la formación valoral mediante el diálogo y la reflexión acerca de situaciones en las que entran en juego los valores constitutivos de la democracia como el respeto, la justicia, la libertad, de manera que se favorezca la construcción autónoma de la estructura valoral propia de cada estudiante. Informalmente la vida escolar toda, pero sobre todo la forma en que se toman decisiones y se participa y escuchan propuestas de mayorías y disidentes, educa en las maneras de ejercer la ciudadanía, para bien o para mal. Tan potente es la vida cotidiana de la escuela en su capacidad de formar en ciudadanía que una escuela autoritaria formará en autoritarismo; una escuela democrática, por el contrario, dejará permanentes huellas de tolerancia, compromiso, capacidad de diálogo, solución no violenta de conflictos y actitudes sustantivas de responsabilidad cívica.

La familia es la caja de resonancia de lo que ocurre en la sociedad desde los diversos espacios de inserción de sus miembros, quienes, al representar diferentes edades, sexos y ocupaciones, ofrecen a la reflexión colectiva conductas, vivencias y opiniones plurales. Dicha reflexión puede o no estar acompañada de discusión y diálogo. Cuando lo está, su capacidad formativa es potente. En familia debiéramos procurar siempre comentar los acontecimientos políticos y nuestra forma de vivirlos y considerarlos.

La polis, o la vida política de la nación, educa o deseduca en ciudadanía cotidianamente, pero lo hace especialmente durante los tiempos electorales. En estos contextos se toma distancia de la cotidianeidad y se exponen diagnósticos de nuestros problemas como país y, cuando hay pluralismo en la contienda, se exponen diversas formas de priorizarlos. Las contiendas electorales son propicias al debate argumentado de las causas y de las soluciones posibles a las dificultades de la economía y a las inquietudes sociales. Ojalá se aprovecharan para hacer visibles proyectos de nación con altura de miras. Del nivel de las propuestas, de la profundidad de su argumentación, de la altura de los debates que generan, y sobre todo, de la forma en que logren involucrar a los ciudadanos en procesos reflexivos sobre su país y sobre su participación en el mismo. La polis, y específicamente la contienda electoral, pueden educar o deseducar en ciudadanía. En la medida en que los candidatos utilicen promesas imposibles de cumplir como formas eficientes de obtener votos, deseducamos en ciudadanía. En la medida en que los insultos entre los contendientes prevalezcan sobre la confrontación de las ideas, deseducamos en ciudadanía. En la medida en que el máximo valor, que es la vida, se siga desestimando, ahora con motivo de las elecciones, y que la violencia prive sobre la escucha y el diálogo, sobre los argumentos y el ejercicio de la razón —es demasiado alto ya el costo en vidas, los simpatizantes de diferentes partidos se enfrentan ¡a pedradas!—, deseducamos en ciudadanía.

Elevemos nuestras miras. Escuela, familia, polis, partidos, candidatos, formadores de opinión, asumamos el reto de formar ciudadanos democráticos.

Consejera del INEE