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En la medida en que avanzamos hacia las elecciones federales, estatales y municipales del 1 de julio de 2018, se van aclarando los panoramas, se van definiendo las candidaturas, se consolidan las alianzas, se presentan varias alternativas. Sin embargo, muchos ciudadanos se sienten desconcertados, porque no saben por quién inclinarse. Nos abruman y nos saturan con tal cantidad de anuncios partidistas, que llegan a causar repulsión, rechazo, fastidio, cansancio y desconfianza. Pareciera que la verdad y el bien dependen de la astucia para difundir propaganda a favor de determinada opción, y no tanto de las propuestas, o de la calidad de las personas. Y lo peor: es la fuerza del dinero la que se impone. Quien tiene más recursos económicos, puede pagar más espacios publicitarios en los medios comunes y en las redes sociales. Hay quienes fincan sus esperanzas de triunfo en regalar dinero a los pueblos pobres, que no fácilmente vencen la tentación de apoyar a quien les obsequia más cosas, o les promete lo que es difícil cumplir. Hasta la fecha, tenemos problemas en varias partes, porque los ciudadanos no han recibido lo que, en campañas pasadas, les prometieron. Y aún más lamentable es que hay quienes aspiran a un puesto público y se cuelgan del que parece que va a ganar. No lo hacen por opción de servicio, ni por convicción partidista, sino por asegurar un sueldo en el sexenio venidero. Esto es degradar la política a una inversión económica.

En un mensaje que recibí en un programa de radio, alguien me dijo: “Aquí en USA, nos dijeron que si votábamos por Hillary Clinton, la cual apoya el aborto y quería dar dinero de nuestros impuestos para tales asesinatos, seríamos cómplices del pecado. Usted puede hacer lo mismo: abrir los ojos con los candidatos que hay en estos momentos en México”. Le respondí que yo ni puedo ni quiero hacer campaña a favor o en contra de candidatos o partidos. Es la ciudadanía la que debe madurar y discernir, para saber qué persona es la más digna de crédito, tanto por sus propuestas, como sobre todo por su personalidad, su experiencia, su honradez y coherencia, sus criterios y comportamientos, su capacidad de integrar y crear puentes de colaboración. A nosotros, como pastores de la comunidad creyente, nos toca ofrecer algunos principios orientadores, pero nunca casarnos con una opción partidista, pues los partidos, como lo dice su nombre, parten, dividen, confrontan; y la Iglesia convoca a la unidad, que no es uniformidad; a la armonía, no al pleito y las divisiones; al respeto mutuo, no a las ofensas y descalificaciones; al amor a los pobres, no a usar el poder para oprimir y excluir. Son los principios del Evangelio.

Pensar

El Papa Francisco, hablando sobre algunos principios para el futuro de Europa, dijo algo que viene muy bien para los momentos que estamos viviendo en el país:

“Favorecer el diálogo -cualquier diálogo- es una responsabilidad fundamental de la política; pero, lamentablemente, se nota demasiado a menudo cómo ésta se transforma más bien en un lugar de choque entre fuerzas opuestas. Los gritos de las reivindicaciones sustituyen a la voz del diálogo. Desde varios lugares se tiene la sensación de que el bien común ya no es el objetivo primario a perseguir, y ese desinterés lo perciben muchos ciudadanos. Encuentran así terreno fértil en muchos países las formaciones extremistas y populistas, que hacen de la protesta el corazón de su mensaje político, sin ofrecer un proyecto político como alternativa constructiva. El diálogo viene sustituido por una contraposición estéril, que puede también poner en peligro la convivencia civil, o por una hegemonía del poder político que enjaula e impide una verdadera vida democrática. En un caso se destruyen puentes, y en el otro se construyen muros.

Los cristianos están llamados a favorecer el diálogo político, especialmente allí donde está amenazado y prevalece el enfrentamiento. Los cristianos están llamados a dar nueva dignidad a la política, entendida como máximo servicio al bien común y no como una ocupación de poder. Esto requiere también una adecuada formación, porque la política no es el arte de la improvisación, sino una alta expresión de abnegación y entrega personal en beneficio de la comunidad. Ser líder exige estudio, preparación y experiencia” (18-X-2017).

Actuar

Analicemos opciones partidistas, pero que nadie se deje comprar por el dinero, por los regalos, por las promesas, por la publicidad. Sepamos discernir y decidir pensando en el bien del pueblo, sobre todo de los pobres y excluidos. Importa el país, no el interés egoísta.

Administrador Apostólico de SCLC.