Guatemala, la tragedia volcánica anunciada

El aviso más importante de reactivación eruptiva de alto riesgo, lo daría el Volcán de Fuego de Guatemala, de tres mil 763 metros de altura sobre el nivel del mar, la noche del miércoles 1 de febrero pasado, cuando aumentó su intensidad, al lanzar columnas de ceniza incandescente que alcanzaron los mil 700 metros sobre el cráter, afectando a comunidades de su zona de influencia inmediata, habitada por más de 100 mil personas.

Flujos de lava se elevarían 500 metros, al ser expulsados por el coloso, por encima del cráter, mientras finas partículas de ceniza y arena se esparcían cuesta abajo hacia los poblados dentro de su primer círculo del radio de acción, pero que dada la brevedad del fenómeno (20 horas), las autoridades no consideraron necesario realizar evacuaciones, disponiendo únicamente que los expertos continuaran la vigilancia de esta fase eruptiva, en la que tuvo flujos de lava, explosiones y movimientos sísmicos.

La sabia y clara advertencia de la naturaleza no fue entendida y menos valorada lo suficiente, por la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) y en general por el gobierno de James (Jimmy) Ernesto Morales Cabrera, por lo que hoy, cuatro meses después, esta nación centroamericana colindante con Chiapas-México, enfrenta una de las mayores tragedias de su historia, al sufrir los efectos devastadores de una segunda etapa eruptiva extrema, que ha cubierto de luto a decenas de miles de familias de los Departamentos (estados), de Escuintla, Chimaltenango y Sacatepéquez, a 50 kilómetros al oeste de la capital guatemalteca.

Escenas dantescas por la tarde del domingo 3 de junio, al registrar el Volcán de Fuego, cuatro meses después, fuertes explosiones y la expulsión de material incandescente que se elevaría a una altura de más de seis mil metros, como componentes de una violenta segunda erupción y desencadenaría toda una catástrofe, que en las primeras evaluaciones oficiales, se establecen afectaciones a más de un millón 700 mil guatemaltecos, de un total nacional de 17.2 millones, sin considerar número de muertos bajo la lava-ceniza, como tampoco los desaparecidos.

Tragedia de incalculables daños en vidas humanas, por las corrientes de magna que todo arrasaban a su paso, sepultando casas y ganado que junto con sus dueños morirían sepultados y a consecuencia de las temperaturas extremas, en tanto los árboles ardían y el pavimento se derretía.

Formación de rápidas avalanchas en descenso, acompañado de la caída de cenizas que conformaban una señal de muerte inevitable y de perturbación del ambiente en la Antigua Guatemala y su ciudad capital, donde de inmediato se daría por la noche del domingo 3, la orden de cerrar al tráfico aéreo internacional y nacional, las salidas y descensos de aviones, el cual sería reabierto al mediodía del lunes 4.

Primeras imágenes al mundo, del drama al ver salir de entre escombros a un padre con su hijo menor en brazos, inerte y con quemaduras de tercer grado en todo su cuerpo o los gritos desgarradoras de madres que no encontraban a sus esposos o a sus descendientes que habían desaparecido en la oscuridad de la noche, víctimas de las corrientes de residuos líquidos ardientes y tóxicos provenientes del Volcán de Fuego.

Operaciones de rescate interrumpidas ante la falta de energía eléctrica, condenando a muerte a miles de sobrevivientes que habían quedado atrapados en sus viviendas, donde los niveles del magma amenazaban a cada momento sus vidas y las de los grupos civiles y gubernamentales de ayuda.

Registro de la erupción más violenta en los últimos 44 años de la historia de Guatemala, país que es atravesado por una cadena volcánica, en la que el de Fuego, había sido clasificado como el de mayor riesgo, seguido por el de Pacaya, Santiaguito e incluso el Tacaná, que se comparte como frontera con México, en la Región Soconusco del estado de Chiapas.

Saldo rojo inicial de 33 muertos contabilizados por el gobierno guatemalteco, que 24 horas después había aumentado a 65, todos plenamente identificados. Una cifra que por supuesto no corresponde a la realidad, pero que la administración del presidente Jimmy Morales Cabrera, maquilla para no afectar la imagen del país, que tiene en sus ingresos más importantes la industria turística, con visitantes de todo el mundo.

En principio muy pocos los damnificados, ante la mega magnitud de la catástrofe. Noche de domingo con 378, en los albergues del Departamento de Escuintla sur y 275 en Sacatepéquez oeste.

Se habla solamente de 33 muertos al cerrar la noche del lunes, mientras 46 heridos son atendidos en hospitales. La Conred anuncia que ha evacuado a más de tres mil, pero no informa a donde los ha llevado para su resguardo seguro.

La realidad dramáticamente adversa no se puede ocultar en las inmediaciones de la poderosa erupción. Los sobrevivientes  surgen cubierto de lodo y con sus vestidos rotos, por todos los caminos que conducen a lo que hasta ayer fueron sus comunidades y que muchas de ellas están sepultadas.

Mensajes de solidaridad y de apoyo de los gobiernos de México, Honduras y El Salvador, sus vecinos inmediatos, que se agradece formalmente por el mandatario guatemalteco, que acepta la ayuda, la cual seguramente llegará en los siguientes días.

Lunes de seguimiento en un rescate incierto, porque ni siquiera se imaginan el número de sobrevivientes como tampoco de muertos o lesionados por las quemaduras. Nueva y fuerte explosión del volcán, que  interrumpe las labores matutinas. Informe del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumen), que da tranquilidad a la población del país, al asegurar que el coloso empieza a volver a la normalidad, pero advierte que existen en el entorno barrancas de hasta 80 metros de profundidad, que están llenos de material ardiendo.  

La gente de sus las zonas de influencia y las mismas autoridades nunca midieron el grave riesgo y las consecuencias letales que ahora enfrentan. Exceso de confianza, si se considera que la última emergencia por erupción en el territorio guatemalteco, fue precisamente del mismo Volcán de Fuego en septiembre de 2012, que obligaría a la evacuación de más de 10 mil habitantes asentados en comunidades al sur del coloso.

Lo extraordinario se volvería común para la gente que todavía los días de marzo de 2016 viviría intensamente la quinta erupción del año, cuando a las tres de la tarde con 18 minutos, del 26, el coloso se manifestó con abundante actividad sísmica, con explosiones de moderadas a fuertes, acompañadas de retumbos que se escuchaban a más de 30 kilómetros a la redonda, provocando ondas de choque que hacían vibrar techos y ventanas en casas a más de 10 kilómetros de distancia, hasta llegar finalmente a la expulsión de lava y ceniza.

Por la del domingo 3 y noche-madrugada de lunes 4 de junio, la explosión que provocaría la columna de más de seis kilómetros de altura, haría caer sus cenizas en una superficie aledaña de más de 30 kilómetros de distancia, especialmente sobre las comunidades de Panimache I y II, Morelia, Santa Sofía, El Porvenir, Sangre de Cristo y Yepocapa, entre otras.

Una poderosa erupción con fuente incandescente en el cono del oeste, el cual se incrementaría hasta alcanzar 400 metros sobre el cráter, mientras que un segundo servía también para derramar junto con el primero, dos flujos de lava que se extendieron sobre la barranca Santa Teresa, con una longitud estimada en mil 200 metros y el otro al flanco este, hacia la barranca Las Lajas,  con un desplazamiento a lo largo de dos mil metros, generando abundantes avalanchas de bloques por el contorno del coloso, los cuales llegaron hasta la vegetación.

Los efectos devastadores en la población guatemalteca y sus patrimonios, pudieron haberse evitado, si hubiese habido un mayor sentido de responsabilidad en el seguimiento de la actividad cada vez más intensa del Volcán de Fuego, que fue monitoreada oficialmente hasta la semana del  5 al 11 de mayo último, desde el Observatorio de Panimaché I, por el Insivumeh.

Desde entonces a la fecha, no habría más ningún reporte gubernamental, que ya advertía explosiones constantes que generaban caída de balísticos a más de dos kilómetros de distancia del cráter, con emisiones a la atmósfera de gases y vapor de agua e incrementos de vibración interna asociada al ascenso de magma.

Detección de un promedio de tres a 5 explosiones por hora, propiciando retumbos débiles y moderados, originando ondas de choque sensible a 20 kilómetros, propiciando vibración de techos y ventanas de viviendas. 

Síntomas que tampoco se tomarían en cuenta, como factores de una catástrofe inminente, evidenciada en la fumarola de gases elevada a más de cuatro mil 100 metros de altura, adicionada a explosiones generadoras de columnas de ceniza, de cuatro mil 500 a cuatro mil 700 metros por encima del cráter.

Asimismo, la detección creciente de incandescencia en la boca del volcán, con emisión de una columna de lava de 200 metros, con derrame en el entorno de 50 metros.

Lo ocurrido este domingo 3 de junio en el Volcán de Fuego, me recuerda los días de la erupción del Chichonal, al norte del estado de Chiapas, a las nueve de la noche del 28 de marzo de 1982, cuando la indiferencia de los gobiernos estatal y federal, ante las denuncias de los pobladores de los municipios de la zona, provocó una tragedia que oficialmente costaría inicialmente más de dos mil muertes.

Ahí estuve como enviado de EXCELSIOR, por la mañana siguiente, luego de un viaje por carretera de la ciudad de México a Villahermosa, Tabasco, cubierta de ceniza blanca en todas sus calles, para trasladarme de inmediato a Pichucalco, en el norte de Chiapas.

El miércoles de esa misma semana, entrevistaría al vulcanólogo suizo, Federico Mosser, que me aseguraría que habría en cualquier momento

una segunda erupción, por lo que consideraba urgente sacar de la zona del volcán a los miles de indígenas sobrevivientes.

La nota se publicaría muy destacada en la primera plana del Periódico de la Vida Nacional, el jueves, y motivaría que el entonces Presidente José López Portillo, ordenara a su secretario de la Defensa, Félix Galván, desplazarse a Pichucalco, distante a 15 kilómetros del coloso, para coordinar personalmente las operaciones del Plan DNIII del Ejército Mexicano, para casos de desastres.

Ese mediodía me reclamaría “por haber alarmado con la publicación al Presidente de la República”, por lo que había dispuesto que Mosser me desmintiera, lo cual no ocurriría. El sábado, el Primer Mandatario arribaría a Villahermosa por la vía aérea, a pesar de que estaban prohibidos los vuelos, y de ahí abordó un helicóptero para visitar la zona del desastre. Se retiraría de la capital tabasqueña al filo de las cuatro de la tarde.

Cuando me encontraba en Villahermosa, distante 70 kilómetros del Chichonal, escribiendo la información del día, a las 19 horas, se escucharía una poderosa explosión. Sería la segunda erupción. Para entonces, los soldados habían sacado por la fuerza, a más de tres mil indígenas de aquél entorno mortal. Haberlos salvado, me haría ganar mi primer Premio Nacional de Periodismo, que quedaría como constancia de la importancia que en su momento tiene un medio de comunicación, para realizar una importante labor preventiva a favor de la gente.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.