Masacre en Nicaragua; Iglesia, el nuevo blanco

No conformes con el asesinato en los últimos tres meses de 306 nicaragüenses opositores a la dictadura integrada por el presidente Daniel Ortega Saavedra y su esposa la vicepresidenta Rosario Murillo, a manos de grupos parapoliciales, este lunes 9 de julio, una turba de fanáticos leales al gobierno, no solamente irrumpió en la Basílica de Diriamba, sino que agredió física y verbalmente al nuncio Apostólico en Nicaragua, monseñor Waldemar Somertag, así como al cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua y a monseñor Silvio José Báez Ortega, obispo auxiliar.

Escalada de violencia oficial, a partir de abril, en que inicia la insurrección popular encabezada por estudiantes universitarios, en contra del mandatario, que fuese uno de los nueve comandantes de la Revolución Sandinista que el 19 de julio de 1979, derrocó al general-presidente Anastasio Somoza Debayle, el último representante de la Dinastía que mantuvo sometida dictatorialmente durante más de 40 años, a esta nación centroamericana, que dentro de la violencia implantada, ahora ha ido más allá al atropellar a una de las partes más sensibles de la sociedad: La Iglesia Católica.

Sí, la misma que hace casi 39 años, con su obispo de Managua, Miguel Obando y Bravo, el máximo jerarca del catolicismo de Nicaragua, apoyaría la alianza pueblo-guerrilla, que consumaría el derrocamiento del último eslabón del somocismo.

Ortega Saavedra y su cónyuge Murillo, han dado de golpe la vuelta a esa página histórica, para convertirse en gobernantes intolerantes, que ante la inconformidad social por su traición a la causa de la Revolución inspirada por el héroe nacional César Augusto Sandino, responden con una masacre inspirada en los peores días de horror, de tiempos que parecían superados.

No se trata de una guerra como la registrada en la década de los años 70, en que la insurgencia se enfrentó con las armas a un ejército profesional, para defender los derechos y libertades de todo un pueblo cansado de la humillación, explotación y sometimiento de una oligarquía respaldada por Estados Unidos.

Esta vez, se manifiesta una gran ofensiva unilateral en la que grupos de choque armados, protegidos por la Policía sandinista, disparan sin piedad sobre una mayoría de seres humanos indefensos que en pleno siglo XXI, combaten la imposición de un gobierno antidemocrático.

Represión abierta, que de acuerdo con la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH), del martes 2 de abril al martes 10 de julio, las fuerzas gubernamentales integradas por grupos armados, cuyos integrantes se cubren los rostros con pañuelos o pasamontañas, asesinaron impunemente a 40 personas, con lo que en total suman 306, a partir del 19 de abril, además de dos mil 100 heridos, de los cuales 51 están con daños permanentes, y 329 secuestrados.

El reporte del organismo no gubernamental, precisa que en algún momento los insurrectos se han defendido con bombas molotov y armas hechizas, que han provocado 28 bajas a los parapoliciales, además de 16 elementos policíacos y un soldado.

Un informe de atrocidades dado a conocer este miércoles 11 de julio, que se asemeja en mucho a los que se difundieron desde la clandestinidad en los últimos de 1977 a 1979, en que el columnista se basó para redactar sus notas y enviarlas desde distintas partes de Nicaragua, para ser publicadas entonces por el periódico EXCELSIOR de la ciudad de México.

Hoy las referencias estadísticas de víctimas corresponden a los departamentos (estados), de Managua, con 162 muertos; Masaya, con 35; León, 26; Carazo, 24: Caribe Norte, 21; Matagalpa, 23; Estelí 14; Jinotega, 10; Chinandega, nueve; Boaco, siete; Caribe Sur, cinco; Granada, cuatro; Chontales, cuatro; Río San Juan, tres; Madriz, dos y Rivas uno.

Denuncias de que detrás de los estadios de Jinotepe y Diriamba, en Carazo, existen fosas clandestinas, donde han sido sepultadas más víctimas. En ésta última ciudad, el pasado fin de semana fueron acribilladas 13 personas civiles, por los grupos de choque oficiales, con la complicidad de la Policía sandinista.

Hasta ahí llegaron el lunes 9, los jerarcas religiosos, encabezados por el nuncio representante del Papa y los dos jerarcas católicos nicaragüenses, acompañados de otros sacerdotes para solidarizarse con las familias de las víctimas y con el pueblo víctima de los atropellos del dúo Ortega-Murillo.

Procedentes de la capital Managua, apenas entraron a la ciudad, fueron recibidos por una turba de “simpatizantes” progubernamentales, que gritaban consignas en contra de los visitantes, que tenían también como objetivo liberar una docena de fieles católicos y misioneros franciscanos, que se encontraban desde el domingo 8, secuestrados por los parapoliciales o paramilitares, así como por fanáticos del régimen, en el interior de la Basílica de San Sebastián.

Al llegar al templo, los religiosos y su comitiva, fueron rodeados por los extremistas que ondeando banderas del “Frente Sandinista de Liberación Nacional” (FSLN), no solamente reactivaron sus gritos de repudio, sino que se introdujeron al recinto católico e iniciaron la agresión física, hiriendo y haciendo sangrar el brazo derecho del nuncio del Estado vaticano, monseñor Waldemar Somertag, así como golpes en el cuerpo al cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua y demás religiosos, así como a los periodistas que los acompañaban.

El Vaticano difundiría al mundo, que el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez Ortega, resulto ser el más agredido de los tres líderes eclesiásticos: “Lo que menos importa es lo que hayan hecho en contra de nosotros, los golpes que me dieron, lo que me tiraron encima y la herida que me hicieron en el brazo. Es mucho más grave lo que está sufriendo nuestro pueblo, y hoy más que nunca la Iglesia estará al lado del pueblo, al lado de quienes no tienen voz, al lado de los que no tienen fuerza para pedir auxilio”.

Calificativos de “brutal represión contra religiosos y la profanación y saqueo de la iglesia Santiago Apóstol”, describiendo que los paramilitares y fanáticos gubernamentales, destruyeron las bancas y golpearon a los sacerdotes, a quienes les gritaban asesinos, mentirosos y golpistas.

Ante la barbarie cometida en contra de los altos jerarcas religiosos, se daría de inmediato la solidaridad de diversas Conferencias Episcopales de distintas partes del mundo, para expresar su cercanía y oraciones con el pueblo y la Iglesia de Católica de Nicaragua.

Mensajes de adhesión de las Conferencias de Venezuela, Costa Rica, Panamá, México, además de la Arquidiócesis de Oaxaca, entre las primeras, con los prominentes miembros del clero y la población que es víctima de la violencia en esa nación centroamericana.

Los obispos de la vecina Costa Rica fueron contundentes: “Al enterarnos de la cobarde agresión hacia nuestros hermanos obispos de Nicaragua, Cardenal Leopoldo Brenes, Arzobispo de Managua, Monseñor Silvio Báez, Obispo Auxiliar de Managua, Monseñor Waldemar Somertag, Nuncio Apostólico en Nicaragua, hechos acontecidos este lunes en la Basílica Menos de San Sebastián en Diriamba, y ante el recrudecimiento constante de la represión del gobierno nicaragüense contra su propio pueblo, reiteramos nuestro mensaje de solidaridad y cercanía con los hermanos obispos y con el pueblo de Nicaragua, a la vez que instamos a la comunidad internacional a colaborar con la solución de este conflicto, para que se encuentre el camino que lleve a la paz”.

Una reacción solidaria hacia los dirigentes católicos, de parte de los embajadores de la Unión Europea en el país del héroe guerrillero César Augusto Sandino y del poeta universal Rubén Darío, que visitaron al día siguiente a los pastores del pueblo nicaragüense, “para mostrar nuestra preocupación por las agresiones sufridas y apoyo a su labor como mediadores”, lo cual no sería del agrado del gobierno de Ortega y Murillo.

Una ofensiva diplomática, que desde Berlín, motivó al gobierno de Alemania a emitir su posición por medio de su Cancillería: “Condenamos enérgicamente los ataques a representantes de la Iglesia Católica en Nicaragua, que se produjeron en el marco de su mediación a favor del diálogo nacional y del fin de la violencia.

“El Gobierno de Nicaragua y las fuerzas de seguridad tienen el deber de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Instamos a todos los involucrados a que busquen una solución pacífica a la crisis por el bien del país y a que continúen trabajando de forma decidida en el proceso de diálogo”.

En Managua, el histórico periódico La Prensa, opositor en tiempos del dictador general-presidente Anastasio Somoza Debayle, quien mandaría a asesinar el 10 de enero de 1978, a su fundador y director Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, de 54 años de edad, cuando transitaba en su automóvil de su casa al rotativo, dedicaría su editorial del martes 10 de julio al episodio de violencia extrema contra los religiosos.

El medio impreso más influyente de Nicaragua, convertido nuevamente en crítico de la nueva dictadura, titularía su posición: “Brutales y sacrílegos”, afirmando que: “La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo está reeditando la campaña de odio contra la Iglesia católica, de persecución y ultraje. Los agresores cometieron doble sacrilegio, al profanar también la Basílica de San Sebastián a la que se introdujeron violentamente en persecución de los religiosos que llegaban a dar consuelo a la población diriambina —sometida el día anterior a un despiadado ataque con armas de guerra—; y para rescatar a varios jóvenes defensores de los tranques que se habían refugiado en el templo a fin de escapar de sus endemoniados perseguidores.

“Cabe mencionar que el mismo día en que los consagrados católicos y sus acompañantes fueron brutalmente agredidos por las turbas orteguistas, se cumplían 34 años de otro

gran sacrilegio cometido por la dictadura sandinista de los años 80. El 9 de julio de 1984, diez sacerdotes extranjeros de servicio en el país, entre ellos los bien recordados españoles Santiago Anitua y Francisco Csgtells, fueron ultrajados y desterrados porque se solidarizaron con el padre Amado Peña, quien había sido maltratado por las turbas sandinistas y acusado de terrorismo por el régimen revolucionario.

“La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo está reeditando la campaña de odio contra la Iglesia Católica, de persecución y ultraje a obispos y sacerdotes que se practicaba en Nicaragua en aquellos años nefastos de la revolución sandinista. Años de ‘la noche oscura’, los llamó el Papa Juan Pablo II, quien también sufrió en carne propia el escarnio de las turbas sandinistas cuando visitó por primera vez el país, en marzo de 1983”.

Hoy, la omnipotencia de la pareja presidencial de corte dictatorial, está dispuesta en medio de su ceguera por el poder, a continuar con la masacre-represión, ya no solamente de todo un pueblo, sino de sus líderes religiosos, que sin duda tendrá consecuencias fatales y monstruosas, por la cruel conducta de quien luchó en contra de lo que ahora se ha convertido, por encima de la voluntad nacional.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.