Aeroméxico y Volaris, preocupantes accidentes

Cuando un pasajero aborda en cualquier ciudad de México, un avión de línea comercial, lo hace con la confianza de que los pilotos y el personal de sobrecargos se encuentran en condiciones óptimas de salud y sin el menor asomo de cansancio.

No se diga de la certeza de que la aeronave se encuentra en óptimas condiciones de seguridad, suponiendo que ha recibido de manera rigurosa el mantenimiento correspondiente de todos sus sistemas de operación, que garantizan su perfecto funcionamiento en el vuelo a iniciar.

Se sube, toma asiento en el número asignado. Escucha primero la bienvenida a bordo del capitán, quien identifica su personal a cargo, para luego continuar las instrucciones de la azafata en jefe, de la aplicación de las medidas de seguridad en cabina, como el uso del cinturón, de las mascarillas de oxígeno en caso despresurización, de la importancia de las salidas laterales de emergencia, de los chalecos salvavidas debajo de los asientos, de la velocidad y altura a que se volará, temperatura y clima en la ciudad de destino, para finalmente desear un feliz viaje.

Ocurre luego, que el viajero frecuente, prácticamente hace caso omiso del protocolo, así como de las recomendaciones, pues ya se las sabe de memoria y por lo mismo ignora al personal de tripulación.

Pero todo cambia en la perspectiva del temor natural durante un vuelo de avión, sin importar qué tanto sea usuario constante de una línea comercial de preferencia, sobre todo en los en los últimos días, luego del accidente de Aeroméxico el pasado miércoles 31 de julio, momentos  después de despegar, en medio de una fuerte tormenta, del aeropuerto de la ciudad de Durango, y realizar un aterrizaje de emergencia sobre terreno despoblado, afortunadamente sin que se haya registrado ninguna víctima mortal, únicamente lesionados no graves.

El avión Embraer 190, matrícula XA-GAL, de fabricación brasileña, con capacidad de 100 pasajeros, tenía como destino final la ciudad de México.

Ha pasado a la historia como el vuelo 2431 de Aeroméxico, al que ahora se conoce como “del milagro”, viajaban 88 personas adultas, nueve menores de edad, dos pilotos y dos sobrecargos, alcanzaría a descender y deslizarse sin haber utilizado el tren de aterrizaje, sobre una planicie llena de maleza, y al parar, la tripulación auxiliar a los 97 pasajeros a descender por los toboganes, en los instantes en que el transporte empezaba a incendiarse.

Accidente que de inmediato provocaría la reacción del Colegio de Pilotos Aviadores de México, que en un documento publicado en los medios impresos de la capital del país, manifestaría su preocupación “por el gran número de accidentes e incidentes en la aviación nacional, en mayor medida en la aviación general y ejecutiva, tanto en ala fija como en el ala rotativa”.

Daría a conocer la cifra oficial, motivo de su alarma: “Durante 2017, se registraron 173 incidentes y 66 accidentes. En el tiempo transcurrido desde inicios de 2018 a la fecha, han acontecido cerca de 70 accidentes e incidentes”.

Como pocas veces, se dejaría escuchar el malestar de los conductores aéreos: “Por lo anterior, exigimos a la Administración Pública Federal, tome acciones para reducir las cifras de accidentes e incidentes de aviación, mediante el fortalecimiento de la autoridad aeronáutica, y que esta cuente con todo tipo de recursos suficientes para el desempeño de su función, como organismo regulador de la aviación nacional”.

El dedo en la llaga que pocas veces sale a la luz pública, al exigir que “la autoridad en la materia requiere de inspectores verificadores suficientes y con capacitación de calidad, comandancias que ejerzan su función de autoridad con estricto apego a procedimientos y leyes”.

Justa demanda a la autoridad aeronáutica, de “incrementar de manera inmediata la supervisión a las escuelas de aviación, a la aviación general y ejecutiva; en materia de mantenimiento de aeronaves, operaciones aéreas, así como de capacitación y formación, dando cabal cumplimiento a los ordenamientos en la materia por parte de todos los involucrados en la actividad aeronáutica del Estado Mexicano”.

Documento inédito en la historia de la aviación mexicana, en el que el líder de los colegiados del aire, Heriberto Salazar Eguiluz, a nombre de sus agremiados que laboran en las líneas aéreas comerciales y privadas, insistiría “en la necesidad de que el país cuente con una entidad investigadora de accidentes e incidentes de aviación, con capacidad jurídica propia, independiente a la autoridad aeronáutica”.

Lengua con un tono inusual hacia la instancia gubernamental  federal, al advertir que “resulta inaceptable para este Colegio, la autorización de la propia autoridad aeronáutica, para que algunos operadores asignen a sus tripulaciones, un número de horas de vuelo, mayor al permitido por la Ley Federal del Trabajo. El número de horas de vuelo que pueda ser asignado a las tripulaciones, deberá efectuarse en estricto apego a los ordenamientos jurídicos vigentes, así como a un Sistema de Gestión de Riesgo de Fatiga”.

Señalamientos que refieren sin especificar más a fondo, las irregulares de un sistema de control y verificación del funcionamiento de las aeronaves de las empresas de aviación del país, que incluyen a Aeroméxico, Volaris, Interjet y Viva Aerobus, Aeromar, Magnicharters, Aero Calafia, Global Air, Aerolíneas Ejecutivas y Transportes Regionales, entre otras.

Mensaje en el que el Colegio de Pilotos Aviadores de México, reiterarían su “voluntad y disposición, para garantizar que el país cuente con una aviación segura, confiable y eficiente.

Pero cuando todo apuntaba que concluiría la mala racha de riesgos en las líneas aéreas, ocurriría lo inesperado la noche de este sábado 11 de agosto, en la terminal aérea internacional de Guadalajara, Jalisco, una vez que el Airbus de la Compañía Volaris, procedente del estadounidense aeropuerto McCarran, de Las Vegas, Nevada, terminara de instalarse en el área de plataformas, exactamente frente a la Torre de Control de Tráfico Aéreo.

De pronto la aeronave con número de vuelo Y4961, empezaría un incendio que haría llenarse de humo el interior de la cabina de pasajeros, mientras que en el exterior la nube hacía más espectacular la situación, lo cual obligaría al pronto desalojo de los viajeros, por la parte trasera lateral izquierda, sin que hubiese herido alguno, más que crisis de pánico de algunas mujeres y la pronta intervención de los bomberos de la zona aeroportuaria.

Versión de Volaris, de que se trató de una “falla técnica”, generada en una de sus puertas que se incendió y provocó la alarma, por lo que el capitán de la aeronave ordenó el inmediato desembarco de los pasajeros.

Coincidencia en los accidentes, de las dos líneas aéreas, Aeroméxico y Volaris, que proporcionan el servicio de transportación de la ciudad de México a Tapachula y Tuxtla Gutiérrez, lo cual ha despertado temor entre los usuarios de estos servicios, por la inmediatez de los acontecimientos de alto riesgo para su seguridad.

Habrá que recordar que la antigua Aeronaves de México, sustituiría a Mexicana de Aviación, la primera línea que realizó la conexión de Tapachula con la capital del país, con aviones DC-3 hasta la década de los 70.

Todavía se recuerdan aquí las rutas de Aeroméxico al entonces Distrito Federal, con escalas en Tuxtla Gutiérrez y Villahermosa y viceversa. Vendría posteriormente la competencia de Aviacsa en tiempos del gobernador Patrocinio González Garrido, que por cierto tendría un desenlace trágico, un día antes de la visita del Papa Juan pablo II, a la capital estatal, al explotar uno de sus motores cuando realizaba la maniobra de aterrizaje, el 10 de mayo de 1990.

Hasta ahora ha sido el accidente aéreo más grave en la entidad, que causaría la muerte de 27 personas, entre ellas el obispo de Tapachula, Luis Miguel Cantón Marín. Sobrevivirían a la tragedia cinco de los pasajeros, todos ellos católicos que acudían a participar en la bienvenida al Sumo Pontífice, que al día siguiente presidiría el funeral del prelado, en la catedral de San Marcos.   

Por esos días, prestaría también sus servicios a los usuarios de la  ciudad más importante de la Frontera Sur, la línea aérea Taesa, con aviones de modelos bastante atrasados. Recuerdo aún que en uno de sus vuelos nocturnos viajé de la ciudad de México a Tapachula y coincidí en el vuelo con mi buen amigo Mauricio Ituarte, hoy cónsul de México en Tecún Umán, Guatemala, y ambos mostrábamos nuestra preocupación por el exagerado ruido que hacía la aeronave durante la travesía.

Aviacsa y Taesa son parte de la historia de la aviación comercial en la Región Soconusco, cuyo mercado ahora es dominado por Aeroméxico y Volaris.

Hoy, las dos últimas, son sinónimo de inseguridad y de temor entre los viajeros chiapanecos y centroamericanos, que utilizan sus servicios, por lo que bien harán tanto sus dueños como las autoridades aeronáuticas federales, en hacer caso de las recomendaciones precisas del Colegio de Pilotos Aviadores de México y así devolver la confianza al usuario, luego de los dos últimos accidentes en Durango y Guadalajara.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.