AMLO, al otro lado de la barra

Fue en el segundo semestre de 1985, cuando recibí en mi oficina de la Coordinación General de Comunicación Social del Gobierno de Chiapas, la llamada telefónica de mi amigo Don Alberto Peniche Blanco, entonces director de Comunicación Social de la Secretaría de Gobernación,  que encabezaba Manuel Bartlet Díaz, para invitarme a una reunión en la que estaríamos todos los voceros oficiales de los Gobiernos Federal y estatales, en las instalaciones de la institución, ubicadas en el viejo palacio de Cobián, ubicadas en la calle de Bucareli, del Distrito Federal.

El encuentro se celebraría al mediodía de aquella primavera, en el salón Juárez del hermoso edificio construido en 1904, para ser la residencia del inmigrante español Feliciano Cobián, que a partir de 1911 pasó a ser la sede oficial de la segunda oficina en importancia del Gobierno de la República.

Un día para por demás inolvidable para el ahora columnista, pues ahí mi querido amigo, egresado de las filas de El Heraldo de México, tendría el detalle de darme la bienvenida en nombre de todos los comunicadores oficiales del país, con la siguiente frase: “Bienvenido al otro lado de la barra mi querido amigo Mario”.

Don Alberto hacía alusión a que después de 11 años como reportero en los periódicos El Universal y Excelsior, así como colaborador en Televisa, había estado en la trinchera de enfrente de los también llamados jefes de prensa, y a partir de esas fechas, me encontraba del otro lado para servir a mis colegas, desde la perspectiva oficial de Chiapas, coordinado con el mando federal.

La anécdota la recuerdo y la traigo a este espacio, en la coyuntura histórica que hoy vivimos en México, a partir de los comicios del pasado 1 de julio y concretada constitucionalmente este 1 de diciembre ante el Congreso de la Unión, en la que un político tabasqueño de ideas progresistas, Andrés Manuel López Obrador, ha asumido la Presidencia de la República, después de permanecer políticamente varias décadas de su vida, al otro lado de la barra, como opositor de un sistema que ahora representa.

Hoy, a sus 65 años de edad y con un infarto al corazón de por medio, el popular “Peje”, está en la obligación de trabajar sin derecho a fallar del lado que criticaba, el del espacio dominado por lo que él denominó como “la mafia del poder”, desde donde, acorde a sus ideas, deberá de servir a todos sin distingos de intereses económicos o partidistas, dando prioridad a los pobres.  

Arribo al poder total de México, después de tres intentos formales, siendo éste último en el que más de 30 millones de votos ciudadanos, le  brindan la oportunidad de cumplir con su sueño de gobernar y regir los destinos de más de 120 millones de mexicanos, en un territorio nacional de poco más de dos millones de kilómetros cuadrados de extensión, duplicado por su mares.

Una perseverancia que valió la pena, a quien esta vez tuvo como aliado para la consumación de su meta que parecía inalcanzable, al Presidente priísta Enrique Peña Nieto, a quien de entrada, en el primer párrafo de su discurso de toma de posesión, expresaría: “Le agradezco sus atenciones. Pero sobre todo, le reconozco el hecho de no haber intervenido, como lo hicieron otros presidentes, en las pasadas elecciones presidenciales”, refiriéndose a los panistas Vicente Fox y Felipe de Jesús Calderón Hinojosa.

Un cambio de actitud hacia su antecesor, muy diferente a la manifestada de manera radical en el pasado reciente: “Hemos padecido ya ese atropello antidemocrático y valoramos el que el presidente en funciones respete la voluntad del pueblo. Por eso, muchas gracias, licenciado Peña Nieto”.

Acto de humildad que se reconoce, a diferencia del mensaje sobrado de soberbia del panista Vicente Fox Quesada, el primer beneficiado por la “Alternancia” en el poder Presidencial en los comicios de julio del 2000, que en sus párrafos octavo y noveno manifestaría:

“Quizá por primera vez en nuestra historia, no hubo quien llegara tarde ni quien se rezagara. Nada impidió la libre expresión de nuestra voluntad democrática, nadie murió aquél día para hacerla posible. Al final, el triunfo fue de todos.

“A la cita acudieron también las instituciones electorales, los partidos y sus candidatos. El entonces presidente, Ernesto Zedillo, reconoció el mandato que la ciudadanía expresó en las urnas y con ánimo republicano, facilitó la transición entre su administración y el gobierno que presido a partir de hoy”.

Los puntos claros desde el primer día de ejercicio Presidencial de un Andrés Manuel López Obrador, que anuncia desde la principal tribuna legislativa del país, por mandato del pueblo, el inicio de lo que llama la cuarta transformación política de México, sin dejar de reconocer que “puede parecer pretencioso o exagerado, pero hoy no solo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político”.

Su convicción, de que “a partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimiento de México”.

Del otro lado de la barra, la visión del columnista, de que los objetivos trazados por el Jefe del Ejecutivo Federal, no son por supuesto nada fáciles, pero tampoco imposibles de alcanzar si prevalece de manera inalterable su voluntad política, aplicando la ley, pero sobre todo, con el respaldo de diputados y senadores, actualizando todo el marco jurídico que en los días que vivimos respalda y da margen a la impunidad absoluta de la corrupción que se vive a lo largo y ancho de un país pleno de complicidades gubernamentales, políticas, empresariales, combinadas con el crimen organizado

Razonamiento válido para sustentar la nueva estrategia gubernamental como nación: “Si definimos en pocas palabras las tres grandes transformaciones de nuestra historia, podríamos resumir que en la Independencia se luchó por abolir la esclavitud y alcanzar la soberanía nacional, en la reforma por el predominio del poder civil y por la restauración de la República. Y en la Revolución nuestro pueblo y sus extraordinarios dirigentes lucharon por la justicia y por la democracia”.

Exposición de los argumentos que respaldarán el quehacer inmediato del Presidente venido del Sureste de México: “Ahora, nosotros queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno. No se trata de un asunto retórico o propagandístico, estos postulados se sustentan en la convicción de que la crisis de México se originó, no solo por el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este periodo de la más inmunda corrupción pública y privada”.

Toda una verdad inobjetable que en principio no profundiza hasta la vigente globalización de la economía mundial, de la que México es punta de lanza de las “economías emergentes” del capitalismo salvaje, para evitar por lo pronto, confrontaciones innecesarias con el belicoso gobernante estadunidense Donald Trump que se mantiene agazapado, en espera del primer error para retomar la serie de ataques en contra de su vecino del sur.

Enjuiciamiento obligado de Andrés Manuel, de la historia del poder que ha hecho de la corrupción su principal distintivo cínico: “En otras palabras, como lo hemos repetido durante muchos años, nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo. Esa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos”.

Reiteración, pero ahora desde la óptica del poder real, omnímodo en un Presidente de la República, de su interpretación del sistema de economía adverso para los bolsillos de la población más empobrecida:

“En cuanto a la ineficiencia del modelo económico neoliberal, baste decir que ni siquiera en términos cuantitativos han dado buenos resultados. Recuérdese que luego de la etapa violenta de la Revolución, desde los años treinta, hasta los setenta del siglo pasado, es decir, durante 40 años, la economía de México creció a una tasa promedio anual del 5 por ciento.

“Y durante ese mismo periodo, en dos sexenios consecutivos, de 1958 a 1970, cuando fue ministro de Hacienda Antonio Ortíz Mena, la economía del país no solo creció al 6 por ciento anual sino que este avance se obtuvo sin inflación y sin incremento de la deuda pública. Por cierto, Ortíz Mena no era economista sino abogado”.

Cita, sin mencionarlos por sus nombres, de las Administraciones de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo: “Posteriormente hubo 2 gobiernos, de 1970 a 1982, en que la economía también creció a una tasa del 6 por ciento anual pero con graves desequilibrios macroeconómicos, es decir, con inflación y endeudamiento”.

Tal vez por abreviar, se olvidaría López Obrador, reconocer que fue durante el período de Luis Echeverría Alvarez, cuando el decidido apoyo Presidencial a la economía popular, tuvo un gran despliegue, con el fortalecimiento de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), que lo mismo compraba sus productos a los campesinos, que los comercializaba en su vasta red de tiendas ubicadas tanto en las áreas urbanas, como en las más apartadas del territorio nacional, garantizando la alimentación en todas las zonas marginadas ancestralmente.

Todo un sexenio en el que los hombres del campo tuvieron la certeza en los precios de sus granos, así como los apoyos financieros para las siembras y cosechas, logrando no solamente la autosuficiencia alimentaria, sino hasta la capacidad de exportación. Tiempos en que el café mexicano y especialmente el chiapaneco, se cotizaría en las bolsas de Nueva York y Londres, al adquirir trascendencia vía el Instituto Mexicano del Café, implicando divisas importantes para el país, entre otros

rubros prolongados en el sexenio de López Portillo.  

Paso en la evaluación Presidencial de arranque, a la etapa histórica posterior: “En cuanto a la política económica aplicada durante el periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México. En este tiempo la economía ha crecido en 2 por ciento anual, y tanto por ello como por la tremenda concentración del ingreso en pocas manos, se ha empobrecido a la mayoría de la población hasta llevarla a buscarse la vida en la informalidad, a emigrar masivamente del territorio nacional o a tomar el camino de las conductas antisociales.

“Lo digo con realismo y sin prejuicios ideológicos: la política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país. Por ejemplo, la reforma energética, que nos dijeron que vendría a salvarnos solo ha significado la caída en la producción de petróleo y el aumento desmedido en los precios de las gasolinas, el gas y la electricidad”.

La verdad de quien ahora tiene la sartén por el mango es inobjetable: “Cuando se aprobó la reforma energética hace 4 años se afirmó que se iba a conseguir inversión extranjera a raudales, como nunca. El resultado es que apenas llegaron 760 millones de dólares de capital foráneo, lo que únicamente representa el 1.9 por ciento de la incipiente inversión pública realizada por Pemex en el mismo periodo, y apenas en 0.7 por ciento de la inversión prometida.

“Es tan grave el daño causado al sector energético nacional durante el neoliberalismo, que no solo somos el país petrolero que más gasolinas importa en el mundo, sino que ahora ya estamos comprando petróleo crudo para abastecer a las únicas seis refinerías que apenas sobreviven, téngase en cuenta que precisamente desde hace 40 años no se construye una nueva refinería en el país”.

Una nueva visión realista y crítica de la historia que nos ha tocado vivir, que ahora escribe el Presidente Andrés Manuel López Obrador, desde la perspectiva del poder alcanzado, que seguiremos analizando.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.