“Massias”, gloria musical de Chiapas al mundo

La tarde y noche de un día de tantos de 1999, en la que fui anfitrión, allá por los rumbos de Tlalpan, en el Distrito Federal, de dos grandes de la música mexicana, mi paisano chiapaneco de Villaflores, Jorge Macías Gómez “Massias”, y el sinaloense José Angel Espinoza Aragón “Ferrusquila”, se volvería pasados los años, irrepetible.

Día de mi cumpleaños, teniendo a mi madre Doña María Redondo Castillo (qepd), de visita, procedente de Tapachula, quien gustosa desempacó su receta hidalguense, de allá de la Huasteca, y junto con Norma Arellano Peñuelas, mi esposa, prepararon un delicioso mole, para que lo disfrutáramos con nuestros famosos invitados.

Para entonces, mi amigo Massias ya había alcanzado la gloria internacional, al lograr fama mundial su canción “Con la misma piedra”, en la voz del cantante español, Julio Iglesias, que vendiera más de siete millones de discos, cuyas regalías le habían permitido abandonar el departamento en renta en que vivía con su esposa Marcia, y sus hijos Edgardo y Celeste, para comprar una hermosa y confortable casa en la colonia del Valle, mientras que el maestro “Ferrusquilla” seguía disfrutando en tierras sinaloenses, a sus 77 años, de las regalías de canciones como “La Ley del Monte”, “Echame a mi la culpa” y “El tiempo que te quede libre”, entre otras.

Eran los días en que dirigía el periódico insignia de Organización Editorial Mexicana, El Sol de México. Había invitado inicialmente a mi paisano a mi festejo personal, pero días antes convoqué a Don José Angel, al hablarle a su casa de Mazatlán, quien gustoso aceptó estar con nosotros.

Como si hubiera sido ayer, una reunión muy privada, en la que solamente agregamos a mi gran amigo y colaborador Mario Riaño (qepd), el mejor jefe de Espectáculos de la capital del país, y su esposa Lulú Morales.

Disfrute del sabroso mole con pollo y arroz, combinado con el tequila que le gustaba al buen “Massias” y el exquisito vino que más agradaba a “Ferrusquilla”, intercalando anécdotas de sus vidas como artistas, no siempre agradables, por las grandes dificultades que tuvieron que enfrentar y superar, hasta llegar a la cumbre.

Jorge, siempre jovial y alegre, orquestaría lo que finalmente se convertiría en una gran bohemia, al llevar dos guitarras consigo, con las que junto con el extraordinario compositor y también muy querido amigo suyo, Don José Angel, interpretarían lo mejor de su inspiración, casi hasta la medianoche.

Por aquellos días, el paisano vivía la euforia de su éxito “Lástima que seas ajena”, en la voz de Vicente Fernández, al que, comentaría en nuestra reunión, mucho le había costado llegar, para convencerlo de que la incorporara en sus grabaciones.

Esa noche lo conocí mejor, como un ser humano excepcional, que no obstante haber trascendido mundialmente con su obra musical, seguía siendo humilde, sencillo y amigo, que en 1975 se atreviera a abandonar Villaflores, con su libreta de composiciones y su guitarra al hombro, para abrirse paso en el mundo artístico de la gran ciudad de México, dejando con mucha tristeza a sus padres.

Por ello, guardamos respetuoso silencio, cuando con el llanto en sus ojos cantó “Viejos los cerros”, dedicado a Don Edgardo Macías Gutiérrez y Doña Etelvina Gómez, a quienes llevaba permanentemente en el alma y en su corazón, en las letras que describían su historia:

“Eran las siete cuando a casa le llamé. Con las palabras de rutina contestó. Nos saludamos y mi madre cómo está, le pregunté…Aquí en la casa como siempre ya lo ves. No pasa nada, sólo el tiempo es quien se va, ni el gran amor que hay entre los dos puede matar la soledad.

“Pesan los años cada vez más y van quitando la sed de andar. Si al menos tuviera algo por qué luchar, para poder continuar…Viejos los cerros le dije yo, como queriendo darle valor. Los cerros no tienen alma, me contestó, es mi alma que se cansó. Después le dije, sabe Dios que yo no fui, fue mi camino quien de ti me separó. Hace diez años casi que me despedí, fue un triste adiós, un triste adiós”.

Para entonces, la Sociedad de Autores y Compositores de México, que presidía otro de los grandes de la música universal, Don Roberto Cantoral, definía a Jorge como “un hombre aguerrido y emprendedor que ha creído en la música y en los intérpretes, ha cosechado infinidad de éxitos, gracias a su cualidad nata de escribirle al ser humano en general, así como por saber imprimir en sus temas sus sentimientos.

“Massias, es de los autores que ha sabido llevar la bandera y el nombre de México muy alto con sus diferentes temas, que han cantado en varios idiomas diferentes personajes de la música mundial.

“La versatilidad del autor la ha demostrado al dar grandes hits musicales, por la autenticidad de sus letras, sin dejar de ser historias reales que mucha gente las hace de su propiedad. Massias es un gran embajador de la música mexicana, pues ha asistido a varios concursos por muchas partes del orbe”.

Aquella noche de bohemia, lleno de emoción, Jorge interpretaría “Canción para mis hijos”, dedicada a sus grandes amores Edgardo y Celeste: “Un grito disputándose un juguete, anuncia la llegada de los dos. Después de saludar van a lavarse y llegan patinando al comedor. Mamá no quiero sopa, está cochina, es como un estribillo sin cesar. Mamá se ha estado el día en la cocina, no es justo que la vayan a dejar.

“Y entre risas, caricias y besos, juguetean y tiran el pan. En la sopa remojan los dedos y empiezan las pringuitas a volar y volar. Y soñar es un cuento de nunca acabar. Al rato son un par de aventureros, que suben a mi espalda a cabalgar. Nostálgico suspiro por mi viejo, a quien jamás dejaba descansar.

“Me voy mirando como en un espejo y empiezo a revivir aquella edad. Un grito me despierta de mis sueños y vuelvo a disfrazarme de papá..Ya no griten por toda la casa, ya no brinquen que duerme mamá. Dale Edgardo pastel a tu hermana y tu Celeste deja de llorar y llorar. Y jugar, es un cuento de nunca acabar”.

Después de aquél encuentro con “Massias” y el maestro “Ferrusquilla”, no volveríamos nunca a tener la oportunidad de aquella cercanía que nos hermanó en la amistad por siempre.

Este lunes 25 de mayo, al despertar, pensé en mi amigo y paisano, por lo que decidí llamar a su casa, por ahí de las diez de la mañana. Me contestó Celeste, su hija. La saludé y le pedí me comunicara con el gran Massias. La joven rompió en llanto y con palabras entrecortadas, me anunciaría que Jorge había fallecido esa madrugada, ahí, en su casa.

No lo podía creer. Hacía poco más de un año que nos habíamos visto una mañana de domingo, cuando fuimos a desayunar al Sanborn´s de División del Norte, en la colonia del Valle, de donde después de más de tres horas de compartirlos alimentos y conversar, al terminar nos fuimos caminando hasta su casa.

Me negaba a aceptar lo que Celeste me informaba. Todavía alcancé a decirle: ¡Te acuerdas que ese día estuviste en la sala de tu casa y que orgulloso, tu papá te pidió que te sentaras al piano y que cantaras un tema de tu inspiración? Si lo recuerdo, me dijo, pero ya no está con nosotros. Se ha ido.

Ya no quise ser inoportuno y le pedí que por favor, transmitiera mi pesar y afectuosa solidaridad a su hermano Edgardo y a su señora Madre, Doña Marcia, la eterna musa y compañera de Massias, en las malas y en las buenas.

Hoy, los recuerdos de la amistad y convivencias con el paisano y amigo, vuelven, incluyendo aquella en casa de Juan José Solórzano, en la colonia Narvarte, a espaldas del Salón Riviera, famoso porque anualmente ahí los chiapanecos que radicábamos en la capital nacional, festejábamos cada 14 de septiembre, con un excepcional baile con marimbas provenientes del terruño, la incorporación de Chiapas a México.

Gracias “Massias”, por haberme dado la oportunidad de conocer personalmente y saludar a los grandes de la música de México, aquella noche en el Rincón de la Bohemia, de la Sociedad de Autores y Compositores de México, de la cual eras un miembro prominente en la calle de Sullivan, de la colonia San Rafael.

Ahí tuve el gusto de que nos presentaras, junto con Norma, al maestro Roberto Cantoral (Reloj); a Martín Urieta (Mujeres Divinas); Ema Elena Valdelamar (Cheque en blanco); Gil Rivera (Amigo bronco); Indalecio Ramírez (Que sepan todos); Teodoro Bello (Tumba falsa); Roberto Balester (O me quieres o me dejas); Héctor Meneses (Vamos a platicar); Mario de Jesús (Perdámonos), entre otros.

Esa noche inolvidable, tuviste la gentileza de obsequiarme el álbum de tres CD, “La verdad de la bohemia”, grabada en vivo en ese lugar, con la voz de los propios autores.

El detalle de llevar a nuestra mesa al maestro Martín Urieta, quien nos contaría lo difícil que fue para él, convencer a Vicente Fernández, de que grabara su canción “Mujeres divinas”. Una vez que el charro de Huentitán, lo hiciera, se convertiría en uno de sus grandes éxitos, junto con “Lástima que seas ajena”, de tu autoría.

La revelación de Don Martín, de que arrepentido de su actitud grosera, de rechazar el tema porque no le gustaba, lo invitó a su concierto en el Estadio Nacional de Colombia, en Bogotá, donde públicamente le pidió perdón por haberlo ninguneado.

Jorge Macías Gómez ha dejado de existir, pero su huella es ya imborrable en la historia de la música universal, al ser reconocida desde siempre por sus iguales y por quienes seguirán recordando e interpretando sus canciones.

“Massias”, el ser humano virtuoso que nació para ser una de las glorias que Chiapas ha dado a México y al mundo, por sus inolvidables canciones, regresa ahora a su Villaflores, para descansar por siempre al lado de sus queridos padres Don Edgardo y Doña Etelvina, seguramente escuchando su “Canto a Chiapas”.

Como bien lo dice la Sociedad de Autores y Compositores de México, al mando del maestro Armando Manzanero:

Indiscutiblemente, “Massias” es y será uno de los compositores que dejará huella en la cultura de México”.

Descansa en paz, querido y admirado amigo. ¡Hasta Siempre!

*Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013