Armados 9 de cada 10 estadounidenses

La industria de las armas en los Estados Unidos genera pérdidas de miles de vidas de norteamericanos dentro y fuera del país. La mentalidad belicista, hace posible en la actualidad, que nueve de cada 10 ciudadanos en la Unión Americana tengan armas de fuego, convirtiéndose en la proporción más alta del planeta, provocando que diariamente un promedio de 309 personas reciban disparos, de las cuales mueren 93.

Las estadísticas oficiales revelan que en el último año, un total de 119 mil 785 seres humanos de todas las edades fueron fácil blanco de individuos desequilibrados mentalmente, que finalmente propiciaron el fallecimiento de 33 mil 945.

Ambiente pleno de violencia en todo el territorio estadounidense, auspiciado por el Partido Republicano que se opone a un mayor control de la venta de armas de todos calibres, acorde a los poderosos intereses de los fabricantes que financian las carreras de congresistas conservadores,  en la potencia número uno del planeta.

El más reciente hecho importante de sangre, ocurriría la mañana del miércoles 14 de junio, en una cancha de beisbol ubicada en Alejandría, Virginia, a 20 minutos del Capitolio, cuando James T. Hodgkinson, de 66 años, un pequeño empresario jubilado de Illinois, armado con un rifle de asalto M-4, disparó en contra de una veintena de congresistas republicanos, hiriendo a cinco, entre ellos, en la cadera, al líder de la bancada Steve Scalise, dejándolo en estado crítico.

El terrorista fue acribillado en la tercera base del campo, por los policías, que aunque actuaron a destiempo, evitaron una mayor agresión con víctimas mortales.

Veterano militante demócrata, sin antecedentes criminales, que de esta forma manifestaría su locura y odio político por los republicanos que llevaron a la Presidencia de Estados Unidos a Donald Trump, haciéndoles llover plomo, no sin antes advertir en su página de facebook, que quería “destruir a Trump y compañía. Trump ha destrozado nuestra democracia. Es hora de destruirlo”.

Hodgkinson demostraría con su acción terrorista, cómo los mecanismos de seguridad en el vecino país del norte se han relajado, más todavía cuando se trató de un grupo importante de legisladores y el líder de la bancada parlamentaria del partido en el poder desde el 20 de enero de este año.   

Fue así como sin que nadie lo detuviera, el molesto ciudadano de la tercera edad, ingresaría a la cancha de beisbol donde se entrenaban los congresistas para su partido clásico contra los demócratas, como parte de una tradición que se celebra cada año desde 1909, con el propósito de recaudar fondos que son donados a instituciones de beneficencia.

En el mundo, el mayor ejemplo de la cultura de las armas está en los Estados Unidos, bajo el amparo de la Constitución, impulsada por la vocación beligerante de los votantes y de las Corporaciones de fabricantes que permanentemente llevan a cabo contrapesos hacia cualquier intento de reformas en contra en el Poder Legislativo.

Históricamente, el último cambio legal significativo llevado a cabo en ese país, ocurrió en el año 2007, al ampliarse la prohibición de su venta a personas con trastornos mentales y con antecedentes delictivos. Hay constancia de que tales iniciativas han sido impulsadas por los estados de la Unión.

No ha importado finalmente en un cambio de actitud en la carrera armamentista interna, que Hodgkinson, el terrorista estadounidense de Alejandría, haya utilizado el mismo tipo de fusil que un simpatizante yihadista del Estado Islámico, que en 2016 asesinó a 49 personas en una discoteca de Orlando, Florida, considerado hasta ahora como el peor tiroteo en los anales de Estados Unidos, sobre todo por el hecho de que el uso de tales armas, fue motivo de un debate político en 2004, sin que se llegara a la prohibición.    

Lo ocurrido en Virginia con los congresistas republicanos, no es la excepción, pues en 2011, la legisladora demócrata Gabrielle Giffords, sufrió un atentado, al ser agredida de un balazo en la cabeza, que hoy la mantienen con problemas de movilidad y habla, lo cual no le impide liderar una cruzada nacional a favor de un mayor control de armas en el país. Y no obstante la gravedad de su circunstancia en la que estuvo a punto de perder la vida, su desafortunada experiencia no fue suficiente para hacer posible un consenso entre sus colegas, para frenar el armamentismo ciudadano.

Matanzas tras matanzas y no ha pasado nada para frenarlas, ya que el derecho constitucional a portar armas en toda la geografía estadounidense, es una bandera intocable para los conservadores republicanos, sin importar el saldo creciente de asesinatos, lo que según ellos ha dado mayores argumentos para la defensa del derecho de que haya más personas armadas para defenderse.

Verdaderos actos terroristas en la propia casa de quienes se ostentan como defensores de las libertades y la democracia en el planeta, que igualmente pasaron por alto los tiroteos en una escuela de Conneticut, en 2012, que se tradujeron en la muerte de 20 niños y seis adultos.

La mayor reacción surgió en la Casa Blanca, donde el presidente Barack Obama propuso de inmediato extender el control de antecedentes de los compradores de armas, además de prohibir la venta y uso de los rifles de asalto, junto con la limitación del número de balas. La iniciativa Presidencial resultaría todo un fracaso, al no obtener los votos suficientes y favorables en el Congreso, donde de nuevo los empresarios de la industria de la guerra ratificaron su poder en las decisiones del Capitolio.

Capítulos de mucha pólvora, fuego y sangre en la Unión Americana que llevan al columnista a remontarse a Washington, en 1981, cuando fue enviado por el periódico Excelsior de la Ciudad de México, para cubrir todo lo concerniente al atentado que sufriera el presidente Ronald Reagan.

Los disparos alcanzarían no solamente al mandatario, sino a su jefe de prensa James Brady. Reagan lograría recuperarse pronto del impacto de bala, no así su portavoz, que quedaría postrado de por vida en una silla de ruedas, lo cual le motivó a convertirse en un líder de opinión que desde entonces iniciaría una campaña que lleva su nombre, para establecer un mayor control de armas, que 12 años después motivara al Congreso imponer la Ley Brady que permitió endurecer los requisitos a los compradores, que haría posible que a la fecha se hayan negado a potenciales criminales, tres millones de ventas de armamento de todo tipo.

Pero lo ocurrido con Brady es excepcional, pues aún con todo y la normatividad, el armamentismo y los atentados en la Unión Americana han ido a la alza.

A cinco semanas del atentado a Steve Scalise, el líder de la bancada republicana en el Congreso norteamericano, sus colegas legisladores de las dos cámaras no han ido más allá de las condenas a lo ocurrido, tal vez porque este parlamentario ha sido un feroz opositor al endurecimiento de los controles de venta de armas, propuesto por los demócratas.

La ideología de adoctrinamiento belicista por parte del gobierno e impulsada por la industria de las armas, es generalizada y convertida en consigna entre los estadounidenses, que en las guerras intervencionistas en todas partes del mundo, la defensa de sus intereses y dentro del país, la protección de sus vidas y patrimonios, protegidos siempre por la ley, aunque conlleve situaciones de corte terrorista por sus matanzas indiscriminadas.

El imperio de las balas bajo control de personajes inmersos en la locura, que en Donald Trump tienen hoy el mejor ejemplo a seguir en el terreno mediático.

Acontecimientos con olor a muerte desde siempre en Estados Unidos, el país con mayor violencia en el mundo, la cual se exporta como medio de desfogue, en forma de intervencionismos con argumentos de toda índole, con el único propósito de expandir su hegemonía mundial, que ha empezado a tener contrapeso nuevamente del lado comunista con Rusia y China a la cabeza, que tienen a Irán y Corea del Norte, como puntas de lanza.

Abundante y horrorizante la experiencia criminal de las matanzas en la Unión Americana, como la del miércoles 18 de junio de 2015, en Charleston, Carolina del Sur, donde un hombre ataca un centro religioso y mata a nueve personas.

Masacres que tienen una lista negra que incluye el 10 de junio de 2014, en los vestidores del Instituto Reynolds de Troutdale, Oregón, cuando un adolescente asesina a un estudiante y hiere a un maestro de gimnasia, para luego suicidarse posteriormente.

O las siete víctimas mortales e igual número de lesionados, de Elliot Rodgers, en la comunidad estudiantil de Buena vista, en las inmediaciones de la Universidad de California, en Santa Barbara. Se sabría que el asesino había grabado un día antes, un video en el que dejaría constancia de su conducta aislacionista y sus frustraciones sexuales, por las cuales tomaría la decisión de atentar contra sus semejantes. Después de cumplir con sus objetivos, moriría al estrellar su carro cuando intentaba huir.

Asesinatos múltiples que incluyen los 13 muertos en el Cuartel General de la Armada, en Washington, en septiembre de 2013, víctimas de las balas disparadas por un rifle de asalto por un hombre que llevaba consigo una pistola y escopeta, con las que abrió fuego en forma indiscriminada contra militares, resultando heridos otros 14. Un atentado, el quinto registrado ese año, esta vez en instalaciones estratégicas, ubicadas a dos kilómetros del edificio del Congreso y a menos de cinco kilómetros de la Casa Blanca.

Mentes peligrosas detrás de los atentados en el vasto territorio estadounidense, con cifras alarmantes que se han vuelto costumbre entre la población proclive a la violencia y a eventos de corte terrorista, como el perpetrado por Adam Lanza, de 20 años, en diciembre de 2012, en la escuela primaria Sandy Hook, en Newtown, Conneticut, en el que las

ráfagas de balas disparadas acabarían con la vida de 20 niños menores de seis años y seis de sus maestros.

Antes de llegar a la institución educativa, Lanza había asesinado de varios balazos a su madre. Los actos criminales reactivaron por enésima vez una campaña para combatir la proliferación y uso de armas dentro del país, enarbolada por el presidente Barack Obama, que enviaría al Congreso dominado por los republicanos, la iniciativa hasta entonces más importante en las últimas dos décadas, sobre el control armamentista, que sería derrotada en el Senado, a principios de 2013.

Cronología en la que sobresale el ataque al templo Sij de Pak Creek, Wisconsin, perpetrado por Michael Page, un racista veterano del ejército norteamericano, que a sangre fría mataría a seis feligreses y causara heridas a otros cuatro, antes de ser abatido por agentes policíacos.

Diferentes escenarios y víctimas, como la acontecida en la madrugada del viernes 20 de julio de 2012, cuando James Holmes, de 24 años, irrumpió en una sala de cine en Denver, Colorado, protegido con un chaleco antibalas, en los momentos del pre estreno de la última película de Batman, disparó contra los asistentes, asesinando a 12 e hiriendo a 58. Sería detenido y sentenciado a cadena perpetua.

Muchos más los capítulos por enumerar en un país, donde reina la amenaza de las armas de todos calibres, bajo el argumento de ser utilizadas contra el terrorismo, convirtiéndose sus poseedores en parte protagónica de la historia de un armamentismo que ha contagiado a México, donde su tráfico ya no únicamente involucra al crimen organizado, sino a una ciudadanía harta de la violencia de todo tipo.

Los malos ejemplos se imitan, dentro de un esquema de apología en la que la televisión, llámese Televisa o TVAzteca, mucho tiene que ver.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y de Comunicadores por la Unidad A.C.