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Horror, vergüenza, desconcierto, enojo y mucho dolor, con otros sentimientos como ira e incertidumbre, han causado los casos de abusos sexuales por parte de clérigos de nuestra Iglesia, en diversas partes del mundo, que salen ahora a luz pública, aunque algunos se cometieron hace varias décadas. El delito es abominable y no tiene justificación. El sufrimiento causado a las víctimas, sobre todo cuando nuestras autoridades eclesiásticas no les dieron crédito, ni una solución justa y oportuna, es motivo de arrepentimiento de nuestra parte y de asumir lo que nos toca de irresponsabilidad. Nuestro pueblo también está sufriendo por su “madre” la Iglesia, porque esto no desprestigia sólo al clero, sino que hiere a todo el pueblo fiel.

En contraparte, estoy en Medellín, Colombia, en la reunión anual de la coordinación general del CELAM, como miembro del Departamento de Cultura y Educación. Se han presentado los informes de todas las actividades realizadas por los diversos Departamentos, y se programan las que faltan en este cuatrienio. Es asombroso lo que hace nuestra Iglesia en este sub-continente, con apoyo del CELAM; son incontables los servicios que se promueven y que manifiestan una Iglesia viva, servidora, samaritana, misericordiosa, confiable, cercana a los procesos que viven los pueblos en este cambio cultural total. A pesar de limitaciones, nos esforzamos por ser fieles al mandato de Jesús y de responder a los desafíos del tiempo presente.

Y sin negar la gravedad de la pederastia clerical, la mayoría de los fieles siguen firmes en su fe católica y no abandonan la Iglesia. Les duele lo que ha pasado y se preguntan por qué ha sucedido, pero les sostiene su fe en Jesús y los testimonios que conocen de sacerdotes auténticos y fieles a su vocación y misión, que son la inmensa mayoría. Un árbol que cae hace más ruido que mil que permanecen en pie.

Pensar

El papa Francisco ha dicho: “Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre. Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más” (EG 76).

Y recordando lo que ya Pablo VI había dicho, nos invitó a “comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada - y el rostro real que hoy la Iglesia presenta. Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (EG 26).

Cita lo dicho por el Concilio Vaticano II: “Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (UR 6).

Ha escrito una “Carta al Pueblo de Dios”, a propósito de los últimos escándalos, y dice de entrada: “Mirando hacia el pasado, nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad” (20-VIII-2018).

Actuar

Los obispos mexicanos tenemos ya una legislación y unos protocolos para atacar estos casos cuando se presenten, tanto en lo canónico como en lo jurídico civil. Debemos seguirlos puntualmente. Y sobre todo evitar que en los Seminarios haya candidatos que presenten algún signo de desviación en este aspecto y en todos los demás. De ordinario, no cambian.

Con el Papa, exhortamos a los fieles a hacer oración y penitencia por estos pecados clericales, y mantenerse firmes en su fe, a pesar de esos crímenes. Nuestra fe está centrada en Jesús, no en los seres humanos. Y Jesús no falla.