A Hegel le debemos reflexiones muy valiosas acerca del Otro. Para el filósofo alemán, la figura del Otro y las consideraciones acerca de su presencia eran imprescindibles. El desarrollo y la existencia de uno, de la persona, dependían de la vida del Otro, de los universos de los Otros. Ignoro si Hegel basó sus ideas en dos sucesos parteaguas en el tema de la alteridad u otredad. El primero se remonta al descubrimiento por los españoles del Nuevo Mundo. Dado que los conquistadores dudaban si los indios tenían alma, el papa Pablo III intervino y dictó en 1537 la bula Sublimus Deus, donde se afirma que los indios son seres humanos racionales.

Sucesos similares se vivieron en África. Al ver a los negros, los europeos blancos se cuestionaron acerca de si eran seres humanos o no. Las preguntas se hicieron más vívidas cuando los conquistadores observaron a diversas etnias, así como a las comunidades de grandes simios antropoides. Hegel (1770-1831), el papa Pablo III y los naturalistas que recogieron las experiencias de los blancos en África fallecieron hace siglos. Sus señalamientos, llamémosles racismo sotto voce —españoles y europeos—, perviven y se multiplican, mientras que el humanismo —Hegel— tropieza.

En el párrafo previo escribí alteridad. En tiempos oscuros y difíciles como el nuestro, la alteridad debería ser materia obligada y fundamental en todos los niveles escolares y en todos los hogares cuya economía les permita vivir sin preocuparse por el día siguiente Cavilar en el Otro, divide a la población: las clases adineradas pueden —deberían por su propio bien— pensar en esa opción, los pobres no: suficiente reto es la supervivencia cotidiana de la familia.

Fomentar los principios de la alteridad en un mundo enfermo y dispar es fundamental. La alteridad comprende diversas ideas: ponerse en el lugar del Otro, comprenderlo, buscar estrategias para promover el diálogo, modificar la propia perspectiva por la del Otro, aceptar, cuando las diferencias no sean cruciales, los intereses y la ideología del Otro y, finalmente, como explican los diccionarios, “condición de ser Otro”.

Emmanuel Lévinas reflexionó sobre la alteridad. A él se deben buena parte de las “ideas modernas” sobre ese concepto. Su sentencia, “Desde el momento en que el Otro me mira yo soy responsable de él” resume parte de su ideario. Las enfermedades del mundo son múltiples: luchas fratricidas, conflictos étnicos, racismo contra los pueblos indígenas, desprecio y violencia contra homosexuales, desdén ancestral contra los gitanos y hacia la población negra, léase Estados Unidos, la contumacia de la derecha israelí al no permitir la fundación de un Estado palestino, y la estigmatización de lo diferente, hacen de la alteridad urgencia. Reencontrarse con uno mismo al reencontrar al Otro es una de las apuestas básicas de los filósofos preocupados por la alteridad. Contagiar esa idea es el reto.

Muchos sostienen que las conductas del ser humano siempre han sido iguales. La diferencia, explican, radica en la comunicación: ahora, sostienen, se sabe todo de todos con rapidez. De ser cierta esa aseveración, con la cual no concuerdo, erróneo sería soslayar el divorcio entre el crecimiento denodado del conocimiento “práctico” y sus conquistas, i.e., tecnología, medicina, comunicación y la enjuta presencia de principios humanos, i.e., libertad, justicia, compasión, fraternidad. El desbalance es notorio. Crecen los productos, decrecen los “valores” humanos. El crecimiento, además, ahonda las diferencias: la distribución inequitativa de la riqueza empobrece más a los pobres y les impide competir.

Las diferencias económicas, cierto es, siempre han existido. Cierto es también que la Tierra se encuentra más poblada que nunca. Entre más habitantes mayor injusticia: 7.5 mil millones son muchos, de los cuales, 705 millones viven con menos de dos dólares al día. Pobreza y Otro son una suerte de sinónimo no escrito. La pobreza profundiza las miserias de los Otros.

La rueda devino movimiento. Bicicletas, carrozas y automóviles; con el tiempo el ingenio permitió conquistar el cielo y, quizás en el futuro, nuevos mundos fuera de la Tierra. Las ideas de Hegel y tantos otros acerca del Otro han ganado muchos espacios en el papel, pocos en la práctica. El desequilibrio es notorio. La tarea es enorme. Iniciarla en casa y en escuela es la única esperanza. El mundo está enfermo. Prevalecen los males. Concluyo con Lévinas: “Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí”.