2018 será sin duda un año trascendental para México, no sólo por los resultados que en materia electoral definirán el rumbo de nuestro país, sino por el curso que tomará la relación con Estados Unidos, más allá del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). La relación bilateral sin duda es compleja y se agrava cuando la manía del presidente Donald Trump se hace presente y decide usar la política exterior para impulsar temas de su política interior; esta vez motivado por las elecciones de noviembre.

El pretexto en esta ocasión para arremeter contra México, incrementar las medidas de seguridad en la frontera con el despliegue de la Guardia Nacional y radicalizar las acciones en contra de inmigrantes fue el avance de la Caravana Migrante y la intención de un pequeño grupo de llegar a la frontera para solicitar asilo en Estados Unidos. Ello fue suficiente para que, a través de Twitter, Trump emitiera mensajes agresivos que entremezclaban la agenda migratoria y la comercial, amenazando incluso con finalizar el TLCAN si no se frenaba a los mil 200 centroamericanos.

Las medidas anunciadas van más allá del despliegue de elementos para resguardar la frontera, ya que implican arrestos de los migrantes que se encuentren sin documentos en territorio estadounidense, pues el pasado 6 de abril se anunció la terminación de la política Catch & Release, con la cual los inmigrantes indocumentados ya no serán liberados para después presentarse a una audiencia judicial en la que se decidiría su deportación. Por ello, el secretario de Defensa de EU, James Mattis, ya elabora una lista de instalaciones militares que podrían utilizarse para dichas detenciones.

Pero la agresividad de Trump hacia el fenómeno migratorio no corresponde a la realidad, ya que los flujos hacia la Unión Americana tienden a la baja: mientras que en 2016 la Patrulla Fronteriza de EU informó de 611 mil 689 detenciones en la frontera sudoeste, en 2017 sólo fueron 341 mil 84 capturas, una disminución de casi 50%. Así, resulta evidente el poco sustento lógico que tienen las recientes acciones de Trump y pareciera, más bien, una pretensión para elevar su nivel de popularidad ante el electorado xenófobo que lo hizo presidente.

Hoy lo que está en juego es dar respuesta a la crisis humanitaria migrante, de la cual México y EU no somos ajenos. Este fenómeno no se resolverá ni con detenciones, ni militarizando la frontera y mucho menos con la construcción de un muro divisorio. La respuesta implica diálogo y cooperación para impulsar el crecimiento, generar empleos y enfrentar de manera conjunta las causas que originan la migración, la inseguridad y la violencia, como ya planteó Andrés Manuel López Obrador.

Sin duda, el llamado a la unidad nacional y la exigencia de respeto a México eran necesarios, pero ¿cuándo veremos congruencia entre los discursos y las acciones? ¿Seguiremos cediendo a las presiones de Trump, que por un lado negocia el TLCAN y por el otro nos amenaza con la gestión migratoria? No se trata de abandonar la renegociación comercial, ni de acelerarla, sino dar una respuesta transparente, concreta y sensata a los temas comunes con el objetivo de avanzar en la construcción de una Norteamérica integrada y sólida.

Es momento de llevar la unidad nacional a una política exterior verdaderamente de Estado, incluyente, plural y representativa de nuestra riqueza. No es válido apelar a los 125 millones de mexicanos sólo cuando la coyuntura electoral interna es conveniente. La relación con EU es un tema de interés para todos nosotros, pero no cedamos a las presiones de un gobernante que en pos de la popularidad está dispuesto a poner en riesgo la relación bilateral, la certidumbre de miles de mexicanos radicados en EU y de miles de empresas a ambos lados de la frontera.