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Se está llevando a cabo en Roma el Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. En los primeros días, los participantes pudieron, ante todos y en presencia del Papa, expresar su pensamiento sobre el tema en el aula sinodal, que está junto al aula Paulo VI, en la parte superior, cerca de la Casa Santa Marta, donde reside el Papa, junto a la Basílica de San Pedro. En un segundo momento, se trabajó en círculos menores, que son pequeños grupos por idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y español. Cuando yo participé en un Sínodo semejante, en octubre de 1990, sobre la formación sacerdotal, había también un grupo en latín; ahora ya no. En esos grupos, se elaboran propuestas, que se concentran en una relación de todos los grupos. Esta se discute en plenario y de nuevo se vuelve a los grupos, hasta llegar a la redacción y votación final de las propuestas, que se entregan al Papa, para que elabore la acostumbrada Exhortación Postsinodal, que es el fruto autorizado del Sínodo.

En el Cuaderno de trabajo, que concentra todas las opiniones que se recibieron en las consultas previas, se resaltan puntos positivos y negativos de la juventud actual. Transcribo algunos: “Los jóvenes son grandes buscadores de sentido y todo aquello que se pone en sintonía con su búsqueda para dar valor a sus vidas, llama su atención y motiva su compromiso. En este proceso también se evidenciaron sus temores y algunas dinámicas sociales y políticas que, con diferente intensidad en varias partes del mundo, obstaculizan su camino hacia un desarrollo pleno y armonioso, causando vulnerabilidad y escasa autoestima. Algunos ejemplos son: las fuertes desigualdades sociales y económicas que generan un clima de gran violencia y empujan a algunos jóvenes en los brazos de la mala vida y del narcotráfico; un sistema político dominado por la corrupción, que socava la confianza en las instituciones y hace legítimo el fatalismo y la falta de compromiso; situaciones de guerra y de pobreza extrema que empujan a emigrar en busca de un futuro mejor. La exclusión social y la ansiedad por rendimiento empujan a una parte del mundo juvenil en el circuito de las adicciones (drogas y alcohol en particular) y del aislamiento social. En muchos lugares, la pobreza, el desempleo y la marginación llevan a un aumento del número de jóvenes que viven en condiciones de precariedad, tanto material como social y política.

La aceleración de los procesos sociales y culturales aumenta la distancia entre las generaciones, incluso dentro de la Iglesia. La familia continúa representando un punto de referencia privilegiado en el proceso de desarrollo integral de la persona: en este punto están de acuerdo todas las voces que se expresaron. Sin embargo, existen diferencias significativas en la forma que se considera la familia. En muchas partes del mundo, el rol de los ancianos y la reverencia por los antepasados, son factores que contribuyen a la formación de la identidad. Sin embargo, esto no es universal, ya que el modelo tradicional de familia está en crisis en algunas partes. Los jóvenes también subrayan cómo las dificultades, las divisiones y las fragilidades de las familias son fuente de sufrimiento para muchos de ellos.

La figura materna es el punto de referencia privilegiado para los jóvenes, mientras parece necesaria una reflexión sobre la figura paterna, cuya ausencia o desvanecencia en algunos contextos - en particular los occidentales - produce ambigüedad y vacíos. Se señala también el aumento de las familias monoparentales. La relación entre los jóvenes y sus familias de todas maneras no es obvia: Algunos dejan atrás sus tradiciones familiares esperando ser más originales de aquello que consideran como “estancado en el pasado” y “pasado de moda”. Por otro lado, en algunas partes del mundo, los jóvenes buscan su propia identidad permaneciendo enraizados en sus tradiciones familiares y luchando por permanecer fieles a la forma en que fueron criados. El matrimonio y la familia permanecen para muchos entre los deseos y proyectos que los jóvenes intentan realizar” (Nos. 7-13).

Pensar

Ya desde Medellín, en agosto de 1968, la Iglesia en América Latina ha puesto especial atención a la juventud y se le dedicó uno de sus 16 documentos. Entre otras cosas, se dice: “Es la juventud un símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o sea a un incesante rejuvenecimiento” (12). “La Iglesia, adoptando una actitud francamente acogedora hacia la juventud, habrá de discernir los aspectos positivos y negativos que presenta en la actualidad… Todo esto manifiesta la sincera voluntad de la Iglesia de adoptar una actitud de diálogo con la juventud” (13). “Desarrollar en todos los niveles, en los sectores urbano y rural, una auténtica pastoral de juventud. Ha de tender a la educación de la fe de los jóvenes a partir de su vida, de modo que les permita su plena participación en la comunidad eclesial, asumiendo consciente y cristianamente su compromiso temporal” (14). “Que se capacite a los jóvenes a través de una auténtica orientación vocacional (que tenga en cuenta los diferentes estados de vida), para asumir su responsabilidad social, como cristianos en el proceso de cambio latinoamericano” (16).

Actuar

Padres de familia, no sólo regañen a sus hijos y cuiden su desarrollo físico y académico, sino que también escúchenlos con amor, con paciencia, con cariño. Discutan con ellos lo necesario, pero no siempre en plan de pleito, para que su vida tenga criterios y valores que les orienten. No les tengan miedo y llámenles la atención cuando sea justo, aunque de momento los rechacen. Acuérdense de su propia adolescencia y juventud y denles la cercanía afectiva que quizá ustedes no recibieron. Y lo mismo en las parroquias, que los sacerdotes y las religiosas se acerquen a los jóvenes, los escuchen y los orienten, y no sólo los regañen. Llévenlos a Cristo, y El será su mejor tesoro.

Obispo Emérito de SCLC