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Del 12 al 17 de febrero de 2016, tuvimos la gracia de ser visitados por el Papa Francisco. Han pasado dos años; ¿qué nos dejaron su presencia y sus mensajes?

Lamento que para muchísimas personas queda sólo un recuerdo, más o menos borroso, o quizá muy emotivo, pero sin mayor profundidad y trascendencia.

¿Qué palabras o actitudes recuerdas? ¿Qué te hizo pensar, reflexionar y cuestionarte? ¿Qué de tu vida cambió?

Cuando me preguntan qué dejó su visita a los pueblos indígenas, en concreto a la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, les digo que les dejó algo que es invaluable: la convicción de que son importantes para Dios, para la Iglesia y para la sociedad. Les afianzó en su dignidad, en su historia, en su identidad, en su necesaria aportación al bien nacional. La inculturación de la liturgia que logramos, les ha dado más confianza de que ellos son Iglesia, que sus lenguas y sus ritos no son despreciables, como si fueran magia y signo de atraso o de ignorancia. Esta sensación de que sí valen, y valen mucho, es lo más precioso de esta histórica visita. Además, me entregó 80 mil euros para apoyar a los pobres, porque me dijo que a él le entregan dinero para los pobres, y sabe que esa diócesis es mayoritariamente pobre, y por ello me entregaba esa cantidad, dejando a mi entera libertad destinarla a las varias necesidades que hay. Desde luego que así lo hicimos, destinado una buena parte a los albergues que se tienen para los migrantes.

Pensar

Quiero traer a colación sólo algunos de sus mensajes, para recordarlos y darles vigencia, pues no han perdido actualidad.

En Palacio Nacional, ante el Presidente de la República, autoridades civiles y cuerpo diplomático, dijo entre otras cosas: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fe´rtil para la corrupcio´n, el narcotra´fico, la exclusio´n de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tra´fico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo… A los dirigentes de la vida social, cultural y poli´tica, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los ci´rculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayuda´ndoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.

A los obispos, en la catedral metropolitana, nos dijo: “Sean obispos de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. No pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales. No pierdan tiempo y energi´as en las cosas secundarias, en las habladuri´as e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vaci´os planes de hegemoni´a, en los infecundos clubs de intereses o de consorteri´as. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias.

Les ruego por favor no minusvalorar el desafi´o e´tico y anti ci´vico que el narcotra´fico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporcio´n del feno´meno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensio´n, exigen un coraje profe´tico y un serio y cualificado proyecto pastoral.

Es necesario superar la tentacio´n de la distancia, del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autorreferencialidad. Y, con ma´s viva insistencia, los exhorto a conservar la comunio´n y la unidad entre ustedes. Esto es esencial. Si tienen que pelearse, pele´ense; si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios, que despue´s van a rezar juntos, a discernir juntos y, si se pasaron de la raya, a pedirse perdo´n, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. No se necesitan «pri´ncipes», sino una comunidad de testigos del Sen~or”.

A los sacerdotes, religiosas y seminaristas, en Morelia, advirtió sobre “una de las armas preferidas del demonio, la resignacio´n: ¿Que´ le vas a hacer? La vida es asi´... Una resignacio´n que nos paraliza y nos impide no so´lo caminar, sino tambie´n hacer camino; una resignacio´n que no so´lo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristi´as» y aparentes seguridades; Una resignacio´n que no so´lo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformer”.

En Morelia, dijo a los jóvenes: “No todo esta´ perdido. No estoy perdido, yo valgo, yo valgo mucho. ¡Atre´vanse a son~ar! Yo creo en Jesucristo y por eso les digo esto: E´l es quien renueva continuamente en mi´ la Esperanza. Es E´l quien renueva continuamente mi mirada. Es E´l quien despierta en mi´, o sea en cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de son~ar, el encanto de trabajar juntos. Me han pedido una palabra de esperanza. La que tengo para decirles, la que esta´ en la base de todo, se llama Jesucristo. Cuando todo parezca pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abra´cenlo a E´l. Por favor, nunca se suelten de su mano. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de E´l”.

En Ciudad Juárez, el ultimo día de su visita, dijo: “La gloria de Dios es la vida del hombre. La gloria del Padre es la vida de sus hijos. La misericordia se acerca a toda situacio´n para transformarla desde adentro. Siempre hay posibilidad de cambio. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza. La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos di´as he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian la Esperanza”.

Actuar

Hay ediciones completas de sus mensajes. Sería oportuno repasarlos, orarlos y esforzarnos por llevarlos a la práctica, para que no quede todo en un recuerdo intrascendente.