Paradojas de la política en México

Hoy más que nunca México requiere que sus políticos retomen los verdaderos principios que norman la acción política, es decir, poner en su justa dimensión todos los temas que se relacionan con la organización social, política, económica y de gobierno, que es responsabilidad de todas las instituciones que conforman la soberanía del Estado Mexicano.

La política se relaciona directamente con el poder que los habitantes de las sociedades democráticas delegan en las personas que los representan en la toma de decisiones para el funcionamiento óptimo del Estado. En nuestro país, algunas de estas representaciones se eligen por la vía democrática en las urnas, otras son delegadas por quienes fueron elegidos como es el caso del titular del Poder Ejecutivo cuyas elecciones en algunos casos deben ser refrendadas por el Poder Legislativo.

Sin duda, la vocación de los regímenes democráticos es el diálogo constructivo que da lugar a la comunicación y a los acuerdos consensuados a los que deben llegar los gobernantes, anteponiendo siempre el bien supremo de la Nación y el de las personas que habitan en ella.

No tenemos obligación de pensar todos igual, pero sí de llegar a consensos en los disensos con objeto de lograr una articulación armónica entre los intereses de las mayorías y los de las minorías. Pretender unanimidad en múltiples ocasiones se convierte en la intolerancia que impide entender las razones de posiciones antagónicas y los derechos de los demás.

En un país democrático como el nuestro, todos tenemos el derecho de expresar nuestros puntos de vista, y el diálogo respetuoso es la única vía que debe normar las relaciones entre los actores políticos, y entre ellos y la ciudadanía. Para ello se requiere de voluntad, compromiso y responsabilidad.

La política mexicana pasa por momentos difíciles, preservar el diálogo es una condición indispensable para que el Estado mexicano pueda afrontar con seriedad y responsabilidad las elecciones del próximo mes de julio de las cuales depende el futuro de nuestro país. El rompimiento de la comunicación entre los actores políticos, las amenazas populistas –de izquierda o derecha– emitidas por algunos candidatos en la contienda electoral, con la perversa intención de obtener votos olvidando que somos un país de leyes, buscan imponer su voluntad como la única viable y son la antesala de gobiernos totalitarios. Estas actitudes dañan severamente el ejercicio democrático que la ciudadanía demanda para lograr elecciones transparentes, seguras y confiables que deriven en gobiernos responsables con altura de miras.

Los partidos políticos buscan elegir entre sus militantes o entre la ciudadanía que simpatiza con sus principios doctrinarios a sus mejores hombres y mujeres para contar con la representación de su voz en los ámbitos de poder en la defensa de sus principios ideológicos en todos los foros de gobierno; no siempre lo logran especialmente cuando la ambición de poder rebasa los límites y se busca la indebida protección del fuero de quienes han cometido acciones delictivas.

México está urgido de desarrollar una cultura política que privilegie el diálogo como forma de hacer política, todos deseamos conocer propuestas que conduzcan a la solución más racional de los grandes desafíos que enfrenta el futuro de México y no denostaciones sin fundamento que no conducen a ningún lado, por el contrario, la violencia verbal o física elimina desde el inicio cualquier posibilidad de diálogo y de una convivencia armónica. Las promesas sin ningún fundamento racional que buscan alcanzar el triunfo sustentándose en la mentira e inviabilidad dañan en el corto plazo la confianza de la ciudadanía en sus gobernantes.

La tolerancia, junto con otros valores y principios universalmente aceptados, como la libertad, la igualdad política, el diálogo respetuoso, el pluralismo, y el respeto a la legalidad y a los derechos humanos, son indispensables para alcanzar las prácticas políticas que nos permitan vivir en un sistema democrático real.

Lograr que la tolerancia sea una realidad en nuestro sistema político se ha convertido en estos momentos en una necesidad imperiosa para asegurar una convivencia social civilizada que no permita actitudes autoritarias y represivas como las que la humanidad ha vivido a lo largo de su historia. En los gobiernos totalitarios permea la idea de que quien no piensa como ellos no es un adversario político sino un enemigo a vencer, lo que se convierte en la expresión más clara del fanatismo. La intolerancia es parte consustancial del fanático que considera que su verdad es absoluta y trata de imponerla eliminando por todos los medios a su alcance las verdades de los demás; no admite más posiciones que las suyas por lo que renuncia a la comunicación, al diálogo y al consenso, valores que hacen posible el verdadero juego democrático.

Sin duda, en las sociedades modernas que han elegido la democracia como la mejor forma de gobierno posible por enarbolar la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y establecer pesos y contrapesos a sus gobernantes, los partidos políticos juegan roles de vital importancia para la sociedad y el Estado. A través de ellos se representan principios ideológicos que derivan en políticas públicas, se forman cuadros de futuros servidores públicos, generan la opinión que permite el juego institucional para el funcionamiento de la democracia y son además actores fundamentales en los sistemas electorales que derivan en gobierno.

Los partidos políticos no han permanecido al margen de las grandes transformaciones que nuestra sociedad ha logrado alcanzar en las últimas décadas. Hoy las buenas acciones, pero también las malas, son conocidas de inmediato por millones de personas a través de un clic, las nuevas tecnologías de la información y comunicación así lo permiten, han sido una herramienta social muy poderosa de solidaridad en el auxilio de la población en momentos de desastres naturales o ante algún problema social, pero también pueden ser la mejor vía para la intolerancia, para el insulto, para la destrucción de reputaciones, y lo que es más grave aún, en muchas ocasiones se actúa bajo la cobardía del anonimato.

Esta realidad obliga hoy a los políticos y a los partidos a adaptarse a los cambios que imponen las sociedades modernas haciendo de la democracia interna y personal el paradigma de su reflejo hacia el exterior, esa es la única manera en la que la ciudadanía podrá recuperar la confianza en quienes tienen la alta responsabilidad de gobernar.

javi.borunda@me.com