La esperanza

Más allá del triunfo de Andrés Manuel López Obrador que estaba cantado desde meses atrás, lo que se ha instalado desde el domingo primero de julio en el país es el sentimiento de esperanza, que parecía perdido, de que las cosas cambien para los sectores más desprotegidos que sufren una crisis económica cada vez más agobiante.

Es un cambio largamente esperando por amplios sectores del país que desde hace tres décadas empezaron a ver cómo se desmoronaba el sistema que nació con la Revolución Mexicana de 1910 y que había llevado cierto progreso a cientos de miles o millones de mexicanos, comenzando con los campesinos que se beneficiaron con el reparto agrario.

Hasta el inicio de la década de los 80 del siglo pasado, el bienestar de la clase media y media baja era más o menos aceptable, pero con la política neoliberal implementado por Carlos Salinas de Gortari vino el deterioro que tiene a México en las condiciones actuales.

Desde 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas prácticamente fue despojado de la presidencia de la República -mediante un escandaloso fraude y la famosa caída del sistema- por Salinas de Gortari, uno de los presidentes que más daño le ha hecho al país, pues, entre otras cosas vendió o casi regaló muchas empresas públicas, ya se expresaba el gran deseo de amplios sectores sociales por un cambio.

Sin embargo, los presidentes neoliberales priístas y de 2000 a 2012 panistas -que son lo mismo-, cerraron la vía para el cambio y el país continuó deteriorándose y hundiéndose en una crisis cada vez más insoportable para millones de mexicanos, hasta que llegó el hartazgo expresado el domingo pasado, afortunadamente en las urnas y no por la vía violenta.

Al mismo tiempo, el país fue perdiendo presencia y liderazgo a nivel de Latinoamérica, lugar que fue ocupado por Brasil, con la llegada al poder -al tercer intento- del izquierdista Luiz Ignacio Lula da Silva, quien mejoró las condiciones de la población y ahora está bajo asedio por su atrevimiento.

El triunfo de López Obrador -al tercer intento- representa también una esperanza de que México recupere el liderazgo que antes tuvo y esa política exterior que tanto respeto le mereció durante décadas a nivel internacional.

Es inexplicable que teniendo un pueblo tan trabajador y noble y tantos recursos de todo tipo, el país tenga tantos millones de pobres y padezca un atraso como el que se vive.

La única explicación es que la corrupción se ha incrustado en todos lados y que la distribución de la riqueza es profundamente inequitativa, pues un pequeño grupo de la oligarquía se queda con casi todo a costa de la gran mayoría que nada le llega o cuando mucho, migajas.

Uno de esos sectores es el indígena, que aun con los pequeños logros de la Revolución quedó olvidado y se mantiene en el fondo, para vergüenza de toda una Nación. En su más reciente visita a Tuxtla Gutiérrez para cerrar campaña, López Obrador se comprometió, entre otras cosas a dar atención especial a los indígenas. Ojalá así sea.

Otra arista de la esperanza que ha despertado el triunfo de Andrés Manuel tiene que ver con los procesos electorales, pues podría decirse que desde el domingo primero de julio, las autoridades responsables han recuperado cierta credibilidad, después de tantas sospechas de fraudes.

De hecho, estas sospechas estuvieron siempre presentes en la actual elección, ya que había temor de que desde el Instituto Nacional Electoral (INE) se pretendiera imponer a un candidato que hubiera triunfado en las urnas, sobre todo después de que había declarado que sería hasta el lunes 2 de julio cuando se conocieran los resultados de las votaciones.

La copiosa participación de la ciudadanía hizo que afortunadamente este fantasma desapareciera y que ante la evidencia de un triunfo arrollador, antes de la media noche del domingo el INE reconociera que la ventaja del tabasqueño era irreversible y prácticamente lo declarara ganador de las elecciones.

Claro, antes, sus adversarios, Ricardo Anaya del PAN y José Antonio Meade, del PRI, habían aceptado la derrota y reconocido el triunfo del candidato de Morena.

Desde luego, todo el mundo lo creyó y nadie puso en duda los resultados ni pensó que pudiera haber un fraude como los que han ocurrido en las décadas recientes en las elecciones de los tres niveles.

Si la tentación del fraude se hubiera impuesto, el país estaría ahora mismo convulsionado y probablemente en un callejón sin salida, pero al desaparecer ese fantasma la tranquilidad es notoria en todo el país, en el que nada negativo ha pasado después del triunfo del ex jefe de gobierno de la Ciudad de México. Por el contrario, existe mucho ánimo.

Desde luego que con la baja votación que el panista y el priísta obtuvieron no tenían margen para reclamar un robo en la elección, como sí ocurrió en 2006, cuando con un 0.56 por ciento fue impuesto Felipe Calderón Hinojosa, quien hizo todo por terminar de hundir al país, que desde su sexenio ha sufrido un terrible baño de sangre.

Otra de las estimulantes novedades de estas votaciones es la alta participación ciudadana, tal vez porque había el temor de un fraude que por tercera ocasión impidiera a Andrés Manuel llegar al Palacio Nacional (no a Los Pinos porque ya dijo que ese espacio lleno de lujos será destinado a museo y a un parque ecológico).

Ojalá en cada elección los ciudadanos salieran a sufragar como en general lo hicieron el domingo en que era común ver largas filas esperando hasta más de dos horas para cruzar las boletas y decidir el futuro de este gran país que ya merece otra suerte.

Por lo pronto está la esperanza de que las cosas cambiarán, pero falta que López Obrador tome posesión el 1 de diciembre próximo para que se materialice. Ojalá de aquí a esa fecha nada pase que pueda entorpecer el camino esperanzador que se ha iniciado con el próximo gobierno de izquierda, que además, es una bocanada de aire puro para otros países de América Latina, que podrían seguir el ejemplo. Fin.