¿La última esperanza?

Por fin llegó y pasó, el día tan esperado por muchos mexicanos: La toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, que representa la última esperanza.

Ahora falta que comience a poner en práctica los cambios y los ofrecimientos de campaña por los que votaron más de 30 millones de ciudadanos, lo que le ha dado una impresionante fuerza popular y democrática.

La toma de posesión el sábado primero de diciembre se divide en dos momentos: La formal, ante el poder Legislativo, ante la élite política del país y con grandes empresarios del poder financiero -cuando menos algunos- como invitados, responsables todos en alguna medida de la desgracia nacional.

El otro, en el zócalo, ante habitantes y representantes de los pueblos indígenas de todo el país, frente el pueblo, pues, es una ceremonia cargada de simbolismos. Un acto con mucho significado, pues deja ver la intención del jefe del ejecutivo federal de asirse, como debe de ser, de las raíces más profundas que dieron origen a este surrealista México, mágico y querido para tratar de sacar adelante al país. Dio la sensación de que estuvo en los dos mundos visibles en el país: Primero en el de arriba y luego en el de abajo.

En el acto oficial en el que rindió protesta en San Lázaro no hubo protestas como antaño porque nadie ha cuestionado su elección, debido al elevado número de votos que López Obrador obtuvo en las elecciones del primero de julio pasado y al amplio margen entre el primero y el segundo lugar. Nadie ha alegado fraude electoral.

Felipe Calderón, por ejemplo, tuvo que tomar posesión en 2006 en una ceremonia militarizada y bajo una serie de protestas de legisladores y de seguidores de Andrés Manuel, pues existe la percepción de que ganó las elecciones mediante un fraude electoral, lo que dio sustento al ya clásico “haiga sido como haiga sido”.

En esta ocasión, los panistas trataron de desquitarse de algún modo, pero sólo tuvieron el pretexto de la llegada a México del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien no asistió a la toma de posesión, aunque así a la comida posterior.

Hubo otra intervención de legisladores panistas que interrumpieron el discurso del presidente, cuando le pidieron que baje el precio de los combustibles. Eso es no tener vergüenza, por decir lo menos, pues ellos son los que subieron los costos. ¡Qué hipócritas!

Como era natural, después de la toma de posesión, tenían que aparecer las críticas de los adversarios del presidente, quienes aprovecharán para criticar hasta el más mínimo detalle, con o sin razón, como afirmar que la ceremonia en la que los pueblos indígenas le entregaron el bastón de mando es religiosa, cuando se trata de un ritual tradicional sin la presencia de ministros de culto.

Desde el tiempo prehispánico las oraciones de los gobernantes estaban asociados a las divinidades y su entronización siempre estuvo envuelto de algo de religiosidad. 

Pero es saludable que todos los que están en su contra porque militan o simpatizan con otros partidos políticos se expresen y digan qué no les gusta del nuevo gobierno para que se desahoguen. Sería imposible que toda la población estuviera a favor, uniformada y alabando todo lo que hace, aunque esté correcto o no sea legal.

Al mismo gobierno le sirve que otras voces fuera de los simpatizantes y militantes le hagan ver posibles errores o desviaciones políticas o jurídicas.

Lo que sí debe de evitarse es que los seguidores del presidente se enganchen con sus opositores y descalifiquen todo lo que digan o hagan por el solo hecho de no estar de acuerdo.

Es común que en estos casos haya confrontaciones escritas en las redes sociales. Mientras sea en ese plano no hay tanto problema, aunque de todos modos crean división, irritación y confrontación.

Por otro lado, quedó la sensación de que López Obrador dejó un vacío, pues había expectativas de que hiciera un anuncio importante y no que sólo repasara lo que ya ha dicho en los últimos años. Se esperaba, por ejemplo, que anunciara alguna medida o acto de gobierno contundente que impactara y callara bocas. Algo así como anunciar que el gas, la gasolina magna o el diesel, por ejemplo, bajarían, aunque fuera unos centavos. Pero no, todo lo que dijo ya era en general del dominio público.

De alguna forma el nuevo gobierno comienza entre la esperanza de millones de mexicanos y el escepticismo de no pocos, que apuestan a que no podrán cumplirse los ofrecimientos, sobre todo los que tienen que ver con la parte económica, ya que la crisis es muy fuerte y no existe dinero suficiente para atender todas las necesidades del país.

López Obrador debe de estar conciente de que sólo si da resultados que beneficien directamente a quienes confían en él, mantendrá la confianza no sólo de sus seguidores y simpatizantes sino del resto de la población. De lo contrario el desgaste será muy rápido y fuerte.

Sus colaboradores deben de estar conscientes también de que no pueden fallar e ir contra corriente de la política del presidente porque si lo hacen contribuirán al desgaste y la falta de credibilidad del nuevo gobierno.

Muchas personas han aplaudido el hecho de que el presidente viaje en líneas aéreas comerciales y no en aviones del gobierno, pero al mismo tiempo les preocupa que algo le pueda pasar por falta de seguridad, ya que viaja con un equipo que como se vio en Veracruz no es capaz de contener a los seguidores que buscan acercársele para entregarle algún documento o para saludarlo. Lo peligroso es que entre esa multitud haya un infiltrado o un fanático dispuesto a hacerle daño. Cuántos no quisieran verlo muerto. El presidente y su equipo deberán de evaluar esta situación y si es necesario, hacer los ajustes correspondientes para garantizar su seguridad personal. Fin.