La sociedad ante los terremotos

El terremoto del pasado siete de septiembre ha apagado un poco a los políticos que suspiran por puestos de elección popular en Chiapas, pues no se atreven a aparecer pública o abiertamente porque corren el riesgo de ser increpados, sobre todo si lo hacen en zonas afectadas por el sismo.

Así pues, estas más de dos semanas se ha vivido una especie de tregua en los actos, aunque un poco menos en el despliegue publicitario de algunos de ellos que quieren seguir manteniendo la presencia en los medios de comunicación.

Tal vez si no hubiera ocurrido el sismo del 19 en la Ciudad de México y los estados colindantes, la situación ya se habría normalizado de alguna forma o estaría cerca, pero con los ejemplos de cómo algunos gobernantes han sido increpados y hasta corridos, los precandidatos mejor no se arriesgan.

Para la sociedad, estos desastres tienen cuando menos cuatro etapas: La primera, de estupefacción y de temor por la magnitud de la catástrofe, lo que no impide sin embargo, que poco a poco las personas se vayan reponiendo y comiencen a actuar para ayudar a quienes resultaron afectados, sobre todo en la capital del país.

Segunda: La gente se vuelca en favor de los damnificados, principalmente si hay personas atrapadas en edificios derrumbados, marcadamente en la Ciudad de México.

Hasta este punto la sociedad está un poco apagada todavía, más ocupada en las tareas de auxilio, pues no hay a quién echarle la culpa del desastre de manera directa, a menos que se trate de omisiones del gobierno o de los dueños de los edificios derrumbados.

La tercera etapa es en la que viene la reacción de las personas; es cuando comienzan a correr gobernantes cuando se acercan a los sitios afectados, sobre todo si han cometido errores en la búsqueda de personas atrapadas, en la divulgación de la información oficial o en la entrega de los apoyos.

La cuarta es cuando comienzan –o no comienzan porque sucede que siempre se retrasan- las labores de reconstrucción; cuando se ha pasado un poco del dolor por la pérdida de vidas y se piensa en recuperar algo de lo material que se perdió.

Esta es la fase en la que juntando las tres anteriores puede surgir o consolidarse un movimiento social organizado para exigir al gobierno la rápida reconstrucción, pero sobre todo que no se desvíen los recursos económicos, que no se politice ni se le dé un uso electoral como ya muchos lo están haciendo.

(Ahí está como un claro y grotesco ejemplo, el caso del nefasto gobernador de Morelos, el perredista Graco Ramírez, quien se ha apropiado de la ayuda humanitaria destinada a los damnificados para etiquetarla y entregarla como si fuera suya con fines electorales).

Es en esta etapa en la que sí se reúnen muchos elementos, ahora sí, para arremeter en contra de las autoridades que buscan cómo sacar raja política de la entrega de la ayuda y de los trabajos de reconstrucción, por lo que comienzan a incrementarse las denuncias y las presiones en contra de diferentes funcionarios.

Si los movimientos crecen y se consolidan pudiera ser inclusive que de ahí surja algún candidato sin partido, porque en esa etapa, los partidos han sido rebasados por la sociedad civil que no quiere saber nada de ellos.

Claro, luego pasa que con el tiempo estos movimientos sociales se van perdiendo a la par que se va olvidando la tragedia ocasionada por desastres naturales como los sismos del 7 y 19 de este mes.

Es cierto, en el caso de Chiapas han pasado más de dos semanas del terremoto que causó la muerte de 16 personas y cuantiosos daños materiales y día y noche se sigue hablando del tema, sobre todo por las constantes réplicas –más de cuatro mil hasta ayer- que a gran parte de la población tienen nerviosa y estresada.

A las constantes réplicas se agregan –como siempre- los rumores divulgados con mala intención o por ignorancia, acerca de que tal o cual día habrá un terremoto de grandes proporciones, lo que ha sido descalificado por los científicos especializados en el tema, que argumentan que no existen elementos técnicos para hacer tales afirmaciones.

Tiene razón el obispo de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel, al afirmar que los sismos “no son un castigo de Dios para nuestra patria y tampoco una señal de que ya se acerca el fin del mundo”.

El mundo, explicó, es movimiento y el planeta es vida, pues estamos en un planeta vivo y por tanto los movimientos son normales, los ha habido, los hubo en otros tiempos y los seguirá habiendo.

Sea como sea, mucha gente que ha sido presa del pánico por los temblores, sobre todo después de haber visto lo que pasó en la Ciudad de México, donde se derrumbaron decenas de edificios ocasionando la muerte, hasta ahora, de cerca de 200 personas.

Tal vez el caso más dramático ha sido el del colegio Enrique Rébsamen, por la muerte de niños de kínder, primaria y secundaria. Fue a partir de ahí que el pánico y el miedo crecieron no sólo en entidades como Chiapas y Oaxaca que ya había sufrido el terremoto del 7 de septiembre sino en otras partes del país.

Esto mismo ha provocado un estado de alerta y estrés entre muchas personas, de manera marcada en muchos padres de familia que después de lo ocurrido el 19 con el sismo en la capital del país, tienen desconfianza de mandar a sus hijos a la escuela.

Como ya se ha dicho, a ello han contribuido las numerosas réplicas que han incrementado el temor de la población en general y han ocasionado en los días recientes despertar sobresaltado con el sonido de la alarma sísmica -a veces ni suena-, levantarse y salir a la calle para prevenir cualquier desgracia.

Claro que después de ello es difícil conciliar el sueño y descansar como se hacía hasta antes del 7 y del 19 de septiembre. En ocasiones, inclusive, muchas personas sienten la sensación de que tiembla cuando la tierra no se ha movido.

El reto para la población en general después de estos 19 días es cómo recobrar la normalidad perdida a causa de estos sismos que han roto la tranquilidad que se tenía. Muchos niños –y adultos también- siguen espantados sobremanera. Ojalá que pronto encontremos la necesaria paz. Fin.